Opinión • Construir la paz desde abajo • David Herrerías
“En México tenemos estructuras sociales, políticas y económicas que no construyen paz…”
Si te agarro con otro te mato,
te doy una paliza y después me escapo.
Cacho Castañeda, Canción popular.
Los índices de delitos contra la vida en los últimos veinte años son los de un país en guerra. Pero lo más triste es que nuestro país no ha conocido un periodo de verdadera paz casi desde su independencia. Todas las décadas del siglo XIX ven hechos de armas: desde la revuelta contra Iturbide y las luchas entre federalistas y centralistas, hasta el levantamiento contra Santa Anna y la Guerra de Reforma. Tuvimos también intervenciones extranjeras, norteamericanos y franceses trajeron sus cañones, y dejaron a Maximiliano, al que también guerreamos. Después Porfirio en armas y la Guerra de Castas en Yucatán. Con ésta abrimos el siglo XX, y con conflictos obreros aplastados a sangre y fuego, para iniciar tres décadas de violencia armada, hasta consolidar el régimen de la Revolución Mexicana en los treinta. Pero como bien lo documenta Laura Castellanos, la segunda mitad del siglo XX estuvo marcada por un continuo de movimientos guerrilleros en varias partes de la República (desde Julio Jaramillo hasta Genaro Vázquez) y la guerra sucia del Estado mexicano, incluyendo la represión a los movimientos estudiantiles y de trabajadores en los 60 y 70. Después se hilvana la violencia con la del narco, al final del siglo y lo que llevamos de este.
El anhelo de paz en nuestro país no es algo nuevo, y es bueno saberlo, porque para construir la paz debemos cavar más profundo y entender de dónde surge la violencia, para poder transformarnos.
Johan Galtung sostiene que la violencia directa no es más que la punta de un iceberg, que tiene en su base dos formas de violencia que justifican y dan sustento a la primera: la violencia estructural y la violencia cultural. La primera es la que está contenida en las reglas del juego de una sociedad: las estructuras económicas que generan millones de excluidos que viven la violencia del hambre, la incertidumbre, la frustración. La violencia cultural es la que justifica a las otras dos: los discursos, las ideas que forman parte de una cultura y que ayudan a que la violencia directa y estructural se normalicen.
En México tenemos estructuras sociales, políticas y económicas que no construyen paz. Un país con divisiones tan escandalosas, con un Estado de derecho de ficción, y una democracia que funciona sólo para los partidos. Es como la bodega de un cuetero dispuesta a explotar con cualquier cerillo. Pero tan importante como la violencia estructural es la violencia cultural: somos un pueblo que hace apología de la violencia de género en nuestras canciones; justificamos la xenofobia y la intolerancia por la forma en que aprendemos nuestra historia.
Construir la paz pasa, desde luego, por arrancar los territorios al crimen organizado. Pero si no cambiamos los otros vértices del triángulo, lo estructural y lo cultural, los pretextos para la violencia nunca nos faltarán.