lunes. 23.06.2025
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Opinión • Esclavos, empleados, socios • David Herrerías

Una cultura vinculada a la meritocracia y al individualismo empuja a los jóvenes a independizarse, a «ser sus propios jefes»...”
Opinión • Esclavos, empleados, socios • David Herrerías

Hay una cultura vinculada a la meritocracia y al individualismo que empuja a los jóvenes a independizarse, a “ser sus propios jefes”.
David Herrerías Guerra

Durante las cruentas disputas que el Norte y el Sur de los Estados Unidos sostuvieron en el siglo xix sobresale, por original, la voz del escritor George Fitzhugh, quien defendía el esclavismo, no por razones raciales, sino porque pensaba que ese sistema era el único que garantizaba la protección de los más pobres. No se decía racista, porque afirmaba que el esclavo no lo era por ser negro, sino por tener un menor nivel de desarrollo. Un blanco en la misma situación podría también ser esclavo. Sostenía, según nos cuenta Michael  Sandel en “El Descontento Democrático”, que los obreros del Norte no eran más libres que los esclavos del Sur: “El capital tiene el mando sobre la mano de obra, igual que el amo lo tiene sobre el esclavo”. Para Fitzhugh, la diferencia a favor de la esclavitud era que el dueño asumía una responsabilidad total con el esclavo: le daba vivienda, lo atendía si se enfermaba y lo mantenía en su vejez. Los esclavos en el sur eran un activo para las plantaciones, y había que cuidarles. Y espetaba algún capitalista norteño: “Usted, con ese mando sobre la mano de obra que su capital le otorga, es un dueño de esclavos también: un amo, aunque sin las obligaciones típicas del amo. Quienes trabajan para usted, quienes generan sus ingresos, son esclavos, aunque sin los derechos de los esclavos”.

Desde luego que Fitzhugh pasaba por alto muchas consideraciones respecto a la libertad y el derecho de los mismos esclavos para decidir. Pero la realidad es que los obreros del Norte en esa época trabajaban doce horas al día, con salarios miserables, y cuando se enfermaban o morían, eran piezas que se reemplazaban con mucha facilidad.

Las condiciones laborales de los trabajadores mejoraron durante el siglo xx y fueron abarcando muchas de las “prestaciones” que tenían los esclavos, como seguridad social y pensiones. El fantasma del socialismo ayudó a crear un capitalismo con un rostro más humano en Europa y los Estados Unidos, sobre todo después de la Segunda Guerra.

Sin embargo, una nueva forma de relación entre el capital y el trabajo viene creciendo desde finales del siglo pasado. Una cultura vinculada a la meritocracia y al individualismo empuja a los jóvenes a independizarse, a “ser sus propios jefes”. Ser empleado de otro es un signo de fracaso. Por otro lado, las nuevas generaciones, en una época de liquidez (Bauman), se resisten a establecer compromisos de largo plazo, en el trabajo y en las relaciones personales.

Muchas empresas multinacionales y tecnológicas han visto una gran oportunidad en esta marea de personas que “quieren ser independientes”, porque encuentran muchas ventajas en una ambigüedad laboral que les ahorra muchos gastos y compromisos.

Un ejemplo muy claro de esto son las plataformas de movilidad por aplicación. Empresas gigantescas que utilizan el eufemismo “Socio” para sus trabajadores. Ellas no invierten en insumos materiales (los “socios” ponen el auto), no arriesgan, porque la baja en la demanda la pagan los socios, y no tienen ninguna responsabilidad social con sus asociados: accidentes, enfermedades, depreciación, asaltos… todo a cuenta del chofer.  Hay que decir que el socio sí paga sus impuestos, porque deben dar recibo de honorarios, no son “informales”. El esquema es tan desventajoso que los conductores terminan trabajando 12 horas diarias.

La economía llamada informal (con límites demasiado ambiguos) se ve como un cáncer económico. Para algunos lo es porque los informales no pagan impuestos, cosa que no es del todo cierta, ni tiene la importancia en la economía que muchos le adjudican. Pero el gran problema es que los sistemas de protección social, en muchos países, pero especialmente en el nuestro, están pensados para el trabajador asalariado. Los nuevos trabajadores “libres” terminan auto explotándose, pero, además, en una gran vulnerabilidad. Todavía no alcanzamos a ver los efectos de esas grandes cantidades de autoempleados que no tendrán ahorros para el retiro.

Pareciera repetirse la historia: un proceso de liberación que termina poniendo a las personas en peores condiciones.

¿Qué hacer? Por un lado, alentar y facilitar organizaciones gremiales de estos trabajadores. Por otro, legislar para hacer que este tipo de empresas tribute de acuerdo con sus ingresos, y que eso, junto con otras reformas tributarias, nos permita caminar hacia un sistema de seguridad social que no dependa de las formas de contratación.  La seguridad social universal, que cubra tanto a los empleados como a los “socios”, es uno de los grandes cambios que se tiene que dar en el corto plazo.