Opinión • Triunfo de un (otro) populista • David Herrerías
Me llamó la atención que tras las elecciones en Argentina todas las notas unían el apellido del triunfador, Milei, al de los adjetivos “populista de ultraderecha”. Populista es el improperio más recurrido en política y, al mismo tiempo, un traje que nadie acepta ponerse, ni aún los populistas más connotados.
En América y el mundo hemos tenido una racha de gobiernos populistas, pero es un concepto tan lábil, que se usa para describir tanto a personajes de izquierda como de derecha. El populismo de izquierda generalmente se aplica a regímenes que apuestan por un control mayor del estado en la economía (y mayor ineficiencia) y políticas sociales más progresistas (derecho al aborto, más derechos laborales, subsidios), mientras que el populismo de derecha se asocia al libre mercado sin restricciones, políticas nacionalistas (antinmigración) y políticas sociales conservadoras.
¿Cuál es la esencia del populismo, que nos permite ubicarlo en cualquier lado del espectro ideológico? Es un término manoseado y ha sido definido -y valorado- de muchas formas diferentes. Para algunos es un fenómeno que permite a las mayorías populares dar un golpe en la mesa de vez en cuando para rescatar sus derechos fundamentales. Para otros es una amenaza terrorífica a la democracia. Pero hay ciertos consensos en el sentido de distinguir, a cualquier populismo, con la presencia de un líder carismático capaz de conectar con las masas a través de un discurso simple y directo, cuyo contenido principal es la dicotomía entre las élites – voraces, rapaces, corruptas- y “el pueblo bueno”. Sobra decir que el líder es el sumo sacerdote que puede entender y dar lo que necesita el pueblo. Las instituciones, pueden ser estorbosas cuando no responden a la voluntad general del pueblo, por lo que es legítimo pasar por encima de ellas si las condiciones lo ameritan.
La visión binaria élites-pueblo funciona para cualquier populista: el 75% de los norteamericanos que votaron a Trump, dijeron en las encuestas que buscaban a un líder que «rescatara al país de las garras de la gente rica y poderosa».Las élites son los grandes beneficiarios del sistema económico, el poder económico. Pero también los partidos políticos desacreditados, los burócratas corruptos que se eternizan en el poder y se enriquecen a costa del pueblo. A veces funciona muy bien tener algún extraño enemigo, los migrantes, para la derecha, o el imperialismo, para la izquierda.
El populismo es una “ideología delgada” una serie de ideas muy generales que se tienen que ligar a otras ideologías “gruesas” para tener sentido. Eso explica que aparezca revestido de discursos de signos muy antagónicos, y que su contenido programático pueda ser tan diverso. Pero todos los populismos se alimentan del fracaso de los gobiernos: de la desigualdad, la corrupción y de su inoperancia frente a las fuerzas económicas transnacionales.
Los populistas de derecha proponen menos regulación de la economía, entendida ésta como desincorporación de empresas estatales, menos impuestos a los más ricos y leyes más permisivas para la libre circulación de los capitales. Hay que decir, que el neoliberalismo no desea la desaparición del estado, porque necesita un Estado fuerte que garantice la paz y las condiciones para que la economía prospere. Pero, paradójicamente, los votantes más numerosos tanto de Trump como de Milei, provienen de las clases trabajadoras.
Si bien cualquier populismo puede representar un peligro para las democracias liberales, el populismo de derecha es un fenómeno más peligroso. Sus políticas, basadas en el nacionalismo y el rechazo a la inmigración, así como la reducción de derechos fundamentales como la educación, la salud y la vivienda, pueden conducir a la exclusión social y la discriminación. La ultraderecha económica parte del supuesto de que los que “quedan en la cuneta” (como diría el Papa Francisco) son pérdidas inevitables que se compensan, en una lógica utilitarista, por el bien mayor de la sociedad en su conjunto. Pero, además, una de sus tareas es la de tratar de imponer códigos morales uniformes, lo que puede acarrear la pérdida de más derechos y conflictos sociales.
Veremos cómo les va a los argentinos. Con algo tenían que pagar la derrota que infringieron a los nuestros en el último mundial.