De sacrificios y doble remolque
"El dios que ahora nos demanda con más frecuencia estos sacrificios humanos es la economía. Esta diosa nos dice que, como creían los antiguos mexicanos, si no se alimenta de sangre humana, el ciclo del divino mercado podría no volver a amanecer algún día."
Podemos observar la escena como en una película. En la cúspide de la pirámide una persona yace con la mirada de espanto al cielo, sobre la piedra de los sacrificios. Un sacerdote levanta el cuchillo de pedernal y lo hunde en el pecho de la víctima para extraer, con menos delicadeza que un forense contemporáneo, el corazón todavía palpitante, chorreando sangre. Según el humor de los dioses y el propósito del sacrificio, el órgano extirpado podrá ser puesto al fuego para que el humo suba hacia el supramundo; será consumido por los iniciados o dejado a merced de las aves de rapiña. El sacrificio no es en vano, explicará la casta sacerdotal y la élite dirigente, porque gracias a esa oblación se podrá asegurar la llegada de la lluvia, la seguridad de la población contra la ira de los dioses o quizás, la garantía de la continua persecución de los astros que marcan el día y la noche. No es poca cosa.
Hay ritos sacrificiales menos sangrientos: mujeres arrojadas a los cenotes sagrados, o niños, hombres y mujeres enterrados vivos. No sólo en las culturas mesoamericanas. En la Europa antigua, los romanos, los celtas, los vikingos practicaron algún tipo de sacrificio. Existe un mito que habla de miles de personas enterradas en la muralla china. Agamenón, según Esquilo, decide sacrificar a su propia hija, Ifigenia, aunque, igual que Isaac, es salvada de último momento y el sacrificio no se concreta.
Las imágenes y los testimonios de estos sacrificios se centran en ese momento mucho más escénico, donde el actor principal es el sacerdote y se puede adivinar “en off” la presencia de los dioses. Pero pocas veces nos ponemos a pensar en las penurias que está pasando la víctima. Alguna vez me explicaron en la escuela que algunas víctimas iban hacia el sacrificio contentas y orgullosas porque el que las hubieran elegido era una distinción. Esa explicación ayuda a relajar el juicio que podemos hacer sobre las prácticas de nuestros ancestros, pero me cuesta mucho trabajo imaginar a un ciudadano brincando de alegría porque le acaban de informar, mediante memorándum oficial, que su hija ha sido elegida para salvar a la comunidad, ofreciendo su corazón ( en sentido literal, no metafórico). ¡Si nos cuesta trabajo pagar los impuestos!
Todos los sacrificios comparten la necesidad de los grupos humanos de controlar su destino, en manos de los veleidosos dioses o de la impredecible naturaleza. Pero son fruto también de una concepción social en la que la vida de una persona bien puede y debe ser puesta por debajo de los intereses de la colectividad. En una época en la que los hombres y las culturas se sentían amenazadas por una naturaleza caprichosa capaz de acabar con la civilización misma, la vida de una doncella o de un guerrero enemigo podían entregarse fácilmente como moneda de cambio. Las vidas se sacrificaban por un supuesto beneficio colectivo, que se basaba en creencias. Cientos de miles de personas murieron antes de que esos colectivos humanos se dieran cuenta o entendieran que no había una relación causal entre el sacrificio y la lluvia; entre los enterrados y la solidez de la muralla. Puede ser también que muchos de estos “beneficios colectivos” encerraran otras intenciones, manipulaciones desde el poder para fortalecer su dominio. El señorío sobre la vida y la muerte de los súbditos.
Estas prácticas salvajes fueron extinguiéndose conforme avanzaron las culturas, pero el desafío ético no se extingue: ¿vale una vida humana el beneficio colectivo? Y no estoy hablando aquí de los mártires y los héroes que con libertad ofrendan su vida por una causa. Sino de las decisiones que se toman día a día en las que se ponen sobre la balanza supuestos beneficios colectivos contra vidas humanas concretas que no se ofrendan voluntariamente.
El dios que ahora nos demanda con más frecuencia estos sacrificios humanos es la economía. Esta diosa nos dice que, como creían los antiguos mexicanos, si no se alimenta de sangre humana, el ciclo del divino mercado podría no volver a amanecer algún día. Como en las antiguas creencias los supuestos beneficios colectivos no son siempre muy claros. Ejemplos sobran: se pide el sacrificio de comunidades enteras, de sus recursos naturales, de las especies que ahí habitan, para construir desarrollos turísticos o industriales que traerán “más beneficios colectivos”. Se establecen turnos de trabajo para mantener en producción a las empresas durante las 24 horas del día, rotativos y esquizofrénicos, sin importar el efecto que esto tienen en las familias, que pueden ser sacrificadas en el altar de la dioses de la productividad y del dios del lucro
El último ejemplo lo tenemos en México, con la discusión sobre los tráileres con doble remolque. Todas las evidencias apuntan a que estos vehículos no deberían circular por su peligrosidad. Los accidentes asociados a este tipo de vehículos se multiplican, según el instituto del transporte, por 32, respecto a los de un solo remolque. Por eso están prohibidos en la inmensa mayoría de los países del mundo, según lo ha confirmado el presidente de la Confederación Nacional de Transportistas. En Estados Unidos la carga máxima que puede transportar en carretera es de 36 toneladas, en la Unión Europea de 40. En México se permiten hasta 75.5. El largo mayor en la Unión Europea es de 20 metros, en EUA y Canadá es de 25 y en México de 31 metros. Como contraparte, los que se resisten a prohibirlos, apuntan las pérdidas económicas. Es verdad que es más barato pagar un solo chofer y un tracto camión con el doble de carga. Pero en el otro extremo están la seguridad y la vida de personas concretas.
Vamos a cerrar con un juego un poco macabro: imaginemos que fuera posible que el dios del transporte o uno de sus angelitos se apareciera a los dueños de las empresas de la Asociación Nacional de Transporte Privado (ANTP), en la que participan las empresas que se benefician con el doble remolque. Imaginemos pues, al enviado de este dios, que se aparece entre una nube de humo de diésel, y les dice: “Estimados creyentes: el dios del transporte me manda decir que les garantiza la permanencia del doble remolque si sacrifican a uno de sus hijos una vez al año. Uno solo, y sólo una vez al año, como si fuera refrendo de sus tráileres”. No creo que ninguno de estos buenos señores aceptara. Es mejor seguir haciendo lobbying en la oficina del Secretario de Transportes para que las víctimas sigan siendo los hijos de otros, anónimos, sacrificados bajo las cajas de sus remolques desbocados.