lunes. 23.06.2025
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Sembrar minas • David Herrerías

“En política, cuando se llega a la polarización, es frecuente la labor de minar el campo enemigo…”
Sembrar minas • David Herrerías

Las minas antipersona son un dispositivo que condensa algunas de las mejores habilidades humanas con sus peores defectos. Es un aparatito ingenioso y creativo, que más allá de sus variantes, consiste en un disparador que se activa con el peso de una persona o un vehículo. Sus creadores calculan el daño que pueden infligir estas armas de tal forma que no maten, sino que incapaciten. La idea detrás de esto es que para un país beligerante, es más costoso cargar con heridos y mantenerlos después de la guerra, que matarlos. Además, el negocio para los fabricantes es redondo: instalar una mina antipersonal tiene un costo de unos veinte pesos; retirarla, dieciocho mil. Como muchas son arrojadas desde aviones, y en la mayoría de los casos no existen mapas que ayuden a localizarlas, descubrirlas y desactivarlas, es una labor titánica. ¿Quién se dedica a esta lucrativa labor? Las mismas empresas que las fabricaron.

A pesar de que las minas antipersona se prohibieron mediante un convenio en 1999, algunos países como Estados Unidos, China, Rusia e Israel las siguen fabricando. Se calcula que hay sembradas cerca de 110 millones de minas. Obviamente, los países que sufren estos sembradíos de la muerte no coinciden con los países que las fabrican. Se calcula que cada día unas diez personas son mutiladas o pierden la vida por estas minas. El 90% de las victimas son civiles, muchos de ellos niños y niñas que las encuentran en medio de sus juegos, y que probablemente no habían nacido todavía cuando fueron sembradas.

La horrorosa historia de las minas antipersona tiene muchas enseñanzas. Por un lado, nos muestra hasta qué punto pueden llegar personas sin escrúpulos (los fabricantes de armas) para lucrar. Lo más absurdo es que estos fabricantes actúan respetando estrictamente la ley. Parece ser una labor más honorable fabricar minas en Estados Unidos que sembrar amapola en Guerrero.

Pero hay otra moraleja que me interesa compartir, porque nos toca más de cerca. La particularidad de estas bombas antipersonales es que una vez que se siembran permanecen, quizá medio siglo después del conflicto. El odio hacia el enemigo presente parece justificar la necesidad de aplicar un remedio tan terrorífico: mutilarlos, porque es más estorboso al enemigo un herido que un muerto. En política, cuando se llega a la polarización, es frecuente la labor de minar el campo enemigo. Con la finalidad de ganar a través de la destrucción del otro se minan aspectos de la vida democrática. En Estados Unidos, la incapacidad de Trump para aceptar su derrota sembró un campo de minas —odios raciales, desconfianza en las instituciones- que tardará en ser desactivado.

En México también lo vivimos: las luchas electorales han logrado convencernos, no de que tenemos varias opciones para elegir, sino de que todos los partidos y todos los políticos son igualmente corruptos. Con tal de ganar, en cada proceso electoral se vapulea al árbitro electoral y se trata de sembrar la duda de los resultados, lo que mina nuestra confianza en la democracia. Se miente y se tergiversa la información con tal facilidad, que la credibilidad de los medios mismos queda minada.

Todo el que contribuya, desde cualquier trinchera, a sembrar minas, polarizando, mintiendo, exacerbando el odio, debe saber que desactivarlas nos costará más que lo que costó sembrarlas.