jueves. 18.04.2024
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La tal Alternancia

"Este año en el que se cumplirán los quince años de Alternancia, el país se encuentra sumido en una confusión escalofriante. No tengo qué gastar líneas en este espacio para convencer a nadie del desánimo generalizado, del miedo, de la rabia que domina la escena"

La tal Alternancia

Alternancia, se llama la niña. Democrática, se apellida. Ya cumplió dieciocho, dicen unos; otros, que quince. Todo depende. Si la tal Alternancia nació cuando en el año 1997 el Poder Legislativo tuvo una mayoría de oposición en México, la niña está cumpliendo la mayoría de edad. Si Alternancia nació hasta que hubo un presidente no priísta, entonces está cumpliendo sus 15. Como es en su propio beneficio, supongamos –sin conceder– que tiene apenas tres lustros. Como sea, es toda una señorita.

Muchos depositamos grandes expectativas en ella. Recuerdo que cuando estaba en la panza de su madre, hasta insignes personajes de la izquierda llamaban a votar por un candidato de derecha que tenía mucha experiencia... en la Coca Cola. Lo de menos era ya quien fuera, pero que sacara al PRI de los Pinos. La mamá de la Alternancia, como quien dice, se fue con el primero que le prometiera llevarla lejos. Le ofrecieron el sol, la luna y las estrellas. Soñábamos que la niña sería como miss universo. Más que eso. Que nos traería prosperidad, que acabaría con los vicios de nuestro sistema político, que nos haría ganar un mundial.

En este año cumplirá sus quince, y caemos en la cuenta de que Alternancia no cumplió sus promesas. Pobre, es que eran tantas. Era como esas niñas a quienes tratan de obligar a ser gimnastas o cantantes, dale y dale desde chiquitas, para que un día saquen a la familia de la pobreza. Ella qué culpa tiene.

Porque el problema no era cambiar nada más los usos y costumbres al interior del PRI por otro sistema, más costoso y más oneroso, en el que otros actores, variopintos, tuvieran también acceso al poder, y a los mismos privilegios. Se han sucedido desde entonces reformas y reformas electorales que aunque dan pequeñas concesiones a los electores, en realidad siguen garantizando la impunidad de las élites políticas, la distancia de los representantes con sus representados, y sobre todo, los privilegios, las prerrogativas asombrosas, de los partidos políticos.

Este año en el que se cumplirán los quince años de Alternancia, el país se encuentra sumido en una confusión escalofriante. No tengo qué gastar líneas en este espacio para convencer a nadie del desánimo generalizado, del miedo, de la rabia que domina la escena. Frente a este panorama desolador, uno esperaría que la tal Alternancia, una joven ya madura, fuera capaz de producir respuestas extraordinarias, medidas generosas, creativas. Uno esperaría que los grandes beneficiarios de las nuevas formas para hacerse del poder y ordeñarlo, pudieran por un momento dejar atrás sus intereses mezquinos y liderar o cuando menos sumarse, a las causas que piden un cambio.

Lo que vemos, por el contrario, es un presidente deslavado, con propuestas timoratas e insulsas. Lo que oímos son los espacios radiofónicos inundados con spots cursis de todos los partidos – musiquitas empalagosas, locutores con voz aterciopelada que parecen vender espacios en un mausoleo–, todos repitiendo que nos entienden, que ellos también están cansados... que votemos por ellos. Otra vez. Vomitivos.

Lo que sabemos es que hay cientos de funcionarios en todo el país alistándose a dejar los puestos –que habían asumido hace muy poco– para tratar de quedar colocados otra vez en los lugares privilegiados, allí donde mana leche y miel. Dentro del presupuesto, desde luego. No los vemos preocupados en construir alternativas viables contra la corrupción, contra la impunidad, contra la insultante desigualdad, sino construyendo estrategias para destruir a los contrincantes, para ganar los votos, para asegurarse su propio futuro, aunque el país se caiga a pedazos.

No parece que se den cuenta de que ellos no son, desde hace mucho, parte de la solución, sino parte del problema. No parece que se den cuenta de que nos damos cuenta de la podredumbre que habita a todos los partidos. Los escándalos de corrupción, de colusión con el crimen, parece que se incorporan al juego político: un recurso para quemar a los adversarios.

Parece que la democracia se juega en otro lado. Parece que el país que habitan los miembros de esa élite que vive de nuestros impuestos, es diferente del que viven quienes producen estos recursos.

Ya sabemos, al menos, que no podemos esperar gran cosa de esta quinceañera llamada Alternancia. Al menos, que no va a hacer gran cosa solita. La solución a la corrupción y la impunidad no vendrá de ellos, porque eso es parte de su modus operandi, de su modus vivendi. No es que no haya personas, que no haya algunas instituciones, que se salven al interior de los partidos y de los gobiernos. Las hay, y no son pocas, pero la resultante es negativa, a pesar de ellos, a pesar de ellas, porque las reglas están hechas para eso. Es tiempo de que pensemos algo más, diferente, desde la ciudadanía; algo más que ayude a construir una democracia que logre salirse del estrecho cerco al que la han sometido.