miércoles. 17.04.2024
El Tiempo

Fidel: el hombre y el sistema

"la muerte de Fidel me ha parecido un buen motivo para reflexionar mi postura ante Cuba, y he llegado a cinco conclusiones que deseo compartir"

Fidel: el hombre y el sistema

Desde hace tiempo dejé de creer que los hombres en política podían dividirse entre héroes y villanos, entre santos y condenados al fuego eterno. Y esta increencia se fortalece cuando leo los análisis que responsabilizan a una persona de las virtudes y los defectos de un régimen sociopolítico tan complejo como el prevaleciente en la sociedad cubana. Toda la culpa es de Fidel, se titula una película franco-italiana de la década pasada.

Con la muerte del comandante Castro emergen los discursos parciales de todo tipo. Por una parte se ensalzan los innegables triunfos del régimen cubano con relación a los derechos sociales, y del lado de los demócratas liberales hay mucha tinta sobre la ausencia de libertades democráticas que da al traste con algunos derechos civiles y políticos, pero los análisis binarios o maniqueos estorban la comprensión de los fenómenos sociales.

Como el justo medio siempre me ha parecido un buen pretexto para el refugio de los tibios y de los políticamente correctos, pienso que en los dilemas éticos profundos se debe tomar partido, pero de forma inteligente y reflexiva, de modo que estar de un lado no signifique dejar de mirar la otra parte de la realidad. El que esté libre de ideología que tire la primera piedra, dijo en los sesenta un conocido obispo. Y por tanto, para acercarse a un conocimiento menos parcial de la realidad social debe hacerse un esfuerzo serio para revisar nuestra percepción y hacerla más verdadera o si se quiere menos errónea.

Edgar Morin lo pone de manera más elegante cuando dice: “nuestros sistemas de ideas (teorías, doctrinas, ideologías) no sólo están sujetos al error sino que también protegen los errores e ilusiones que están inscriptos en ellos. Forma parte de la lógica organizadora de cualquier sistema de ideas el hecho de resistir a la información que no conviene o que no se puede integrar”. Y dice con Pascal: “creo imposible conocer las partes sin conocer el todo y tampoco conocer el todo sin conocer particularmente las partes”. Fidel no era el todo en Cuba sino una parte muy importante, pero es sólo una porción de la construcción de toda una sociedad.

Ayudado e estas premisas conceptuales que he expuesto, la muerte de Fidel me ha parecido un buen motivo para reflexionar mi postura ante Cuba, y he llegado a cinco conclusiones que deseo compartir:

  1. Simpatizo totalmente con los logros sociales del régimen cubano, con los valores proclamados de solidaridad, austeridad, la preminencia del trabajo sobre el capital y la justicia social. También con las decisiones políticas de hacerle frente al imperio de los EEUU con gallardía soberana. La generación de estudiantes que nos formamos en los años setenta -las diversas izquierdas, más específicamente- vimos en Cuba una posibilidad real –no idealizada, como se suele repetir- de construir una alternativa al régimen capitalista que posteriormente inspiró a El Salvador, Cuba, Chile y ahora, desde una lógica distinta a Ecuador y a Bolivia, entre otros.
  2. Las características de una persona, por más poder que tenga, no pueden depositarse ingenuamente como factor único en la comprensión de toda una sociedad completa. A Fidel se le ha nombrado de muchas maneras: inspirador teórico, referente moral, líder revolucionario, monje-soldado, dictador, asesino, represor, todas ellas dentro de un imaginario simbólico real que forma parte –sólo una muy importante parte- de la identidad del pueblo cubano. Para un análisis más completo de lo que hoy es Cuba, la historia es buena compañía y es imprescindible conocer factores como la Cuba de antes de la revolución, la crisis de los misiles, la guerra fría, el bloqueo económico, el periodo especial, el retiro del apoyo ruso y la apertura frente a la instauración del neoliberalismo global como propuesta cultural. Sólo en este escenario se comprende en su justa medida la figura de Fidel Castro.
  3. Cuba ha enseñado que hay otras formas de entender la democracia, dado el desencanto de las formas actuales que se viven en Latinoamérica de la democracia electoral. Las premisas básicas del socialismo cubano sobre una economía centralmente planificada, chocan con las libertades civiles propias de regímenes capitalistas. La democracia liberal y el capitalismo van de la mano, sin embargo las virtudes individuales que emergen con la consigna de “una persona-un voto” no son del todo desdeñables, y el desafío histórico es construir los mecanismos apropiados para hacer convivir realmente una economía centralmente planificada con una participación libre en la elección de la burocracia política. Los chinos le llaman socialismo de mercado.
  4.  Se ha confundido la disidencia cubana financiada por los Estados Unidos (¿alguien duda de la intervención de la inteligencia de los EEUU en Cuba?) con una disidencia que desea perfeccionar la intervención en los asuntos públicos sin que necesariamente se encuentre ligada a una actividad contrarrevolucionaria. Un factor real de amenaza se ha generalizado de manera equivocada, y a toda digresión relacionada con el discurso oficial se le ha censurado y atacado. Hay una contradicción real entre la defensa de la ideología única y la libertad de disentir. No tengo información plena sobre el tono de las discusiones al interior del parido único cubano o de las elecciones barriales, pero sí reconozco la valía de algunas demandas de algunos grupos disidentes, tales como la excarcelación de los presos por razones de consciencia y la posibilidad de debatir sin que exista el miedo hacia la policía ideológica.
  5. Cuba, con todas sus contradicciones, es un ejemplo vivo de la no linealidad del progreso humano. La contradicción y el conflicto es parte del cambio social, lo que implica que cuando hay un avance se presentan disyuntivas regresivas o progresivas, y frente a cualquier decisión política que se tome, deviene nueva situación dilemática. Lo que existe en Cuba y en todo el mundo son países reales, pero, eso sí, unos con más justicia que otros. Ninguno es un paraíso y todos tienen asuntos que resolver. Las sociedades no avanzan como bloques de hielo de forma monolítica, hay progreso en ciertos aspectos y otros se quedan rezagados o en franco retroceso. La historia humana es así, la de ángeles y demonios no. Hay que elegir desde dónde observamos a Cuba y a Fidel.