lunes. 23.06.2025
El Tiempo

Tigres de Papel • Mataron a las muchachas • Francisco Javier Mares

“El sol de la tarde todavía calienta, y en la cantina “Río Escondido”, garita de aduana al barrio del Coecillo, se apuran los quehaceres…”
Tigres de Papel • Mataron a las muchachas • Francisco Javier Mares

En alguna redacción habíamos contado así esa dolencia de León…

Valentín Elizalde, el difuntito, sonríe desde la puerta del retrete, una falda raída y zancona al hueco.

El sol de la tarde todavía calienta, y en la cantina “Río Escondido”, garita de aduana al barrio del Coecillo, se apuran los quehaceres. Susy, la encargada, de buen ver, en camiseta y un shortcito del que a cada inclinación escapa una nalga, desespera porque no llega el cabrón de las cervezas.

Otra mujer, ésta de talla generosa en mallas translúcidas y una tanga negra inesperada, frota las mesas de lámina con una franela, y el piso una y otra y otra vez con el trapeador, reclusa sumisa a la supervisión burlona de su celador, Pedro Infante, recargado en la pared, ebrio ya a estas horas.

- Nomás hay “Victorias”, y están “al tiempo”, pero si quiere le doy un vaso con hielos...

- Ta' bueno.

Allí “en el bordo” a la vera del Río de los Gómez, en las coordenadas del Puente República que es la puerta poniente al barrio de ‘los cuchilleros’, el tiempo se detuvo. Las autoridades, las organizaciones civiles, los años pasan sin ver.

Por generaciones, desde aquellos años 70’ en los que la barriada se reunía a ver correr el agua prieta que arrastraba colchones y perros muertos, y disipaba unos días la pestilencia de los escurrimientos de las tenerías, los muchachos maloras de la Baños, la Mora, la Cerro Prieto, la Palo Cuarto y hasta de más adentro en la Candelaria, hicieron del escarnio a “las gordas” y a su clientela uno de sus divertimentos preferidos.

Ellas siguen ahí, agazapadas en las sombras entre la cantina del Río Escondido y la iglesia de la Cruz de Cantera. Una herida vieja de cien metros de largo que supura incesante, a la que León regatea una cura.

Las visitan hombres afiebrados, correosos al sol y la cal, de cachucha y playera de monos, que descansan los brazos en los manubrios de su bicicleta a la hora de hacer la tratada: cien pesos si se apendejan, pero con sesenta entran. Otros, en una discreción imposible, miran de reojo y desandan incansables la acera, con las intenciones encueradas al paso de peatones y automovilistas.

Al interior de las fincas derruidas, el desnivel en desventaja con la avenida, ellas apenas se adivinan en la penumbra al contraluz tímido de una veladora. Son cada vez menos, rescoldos de la fogata de la zona roja que calentó los ánimos del Barrio de Santiago durante décadas, y les permitió arrejuntarse más allá de sus límites, como para que administraran el corral.

- “Pásate...” -sugieren quedo al viandante que asoma, con una voz que se pretende sensual.

Harto han escuchado de intenciones de reubicarlas o, de plano, cesar su actividad. En los hechos, nada..., o casi.

En la primera mitad de los años 80’, el alcalde Harold Gabriel ordenó pintar sus puertas de amarillo para que los clientes no molestaran a familias ajenas. Luego las echaron de nuevo al cajón de los olvidos.

En el gobierno de la primera alcaldesa de la ciudad se descubrieron en el epicentro de un proyecto de rescate de los espacios públicos que toca de manera sensible a esa esquina del Coecillo: la construcción de una plaza pública a los pies de la Iglesia de la Cruz de Cantera, sitiada hasta entonces por casas de adobe.

El Ayuntamiento derribó ocho fincas de un total de catorce. Construyó la plaza. El barrio encendió las alertas: el párroco adivinó la oportunidad de derrumbar los índices de robos, agresiones, narcomenudeo y prostitución que se apilan cada día; el vecindario aplaudió un espacio gratis para sus infantes; las muchachas “del bordo” atisbaron una ampliación a su mercado.

De un día a otro, en la plaza aparecieron letreros que advertían de la prohibición del acceso a “personas con vestimenta inadecuada”: la Presidenta municipal la negó como una iniciativa oficial; el procurador de los Derechos Humanos advirtió de la ilegalidad de la intentona; el párroco desmintió la paternidad de la idea; las muchachas hicieron mutis.

La autoridad habló de apoyar a las sexoservidoras “del bordo” con alternativas de ocupación que las alejen de ese su quehacer. Pero Bárbara ya se fue. La vida sigue.

...En la barra del “Río Escondido”, dos parroquianos de acento costeño repasan entre carcajadas sus correrías en el norte, mientras desde la sinfonola “el Chapo de Sinaloa” les canta “Recostada en la cama”. En su altarcito, San Judas Tadeo es todo resignación.

Epílogo

Diez años después la vida sigue en ‘el bordo’, pero sin tres de sus muchachas.

Al 732 del malecón, un frente de cuatro metros a medio camino entre las calles Baños y Cruz de Cantera, los apuros obligaron a partir en dos. Su lado guinda/ azul ‘se incendió’ la noche del jueves de la semana anterior. En su mitad naranja, sobre la acera un tejaban maltrecho de lámina y cartón que se empeña en hacer sombra a la puertita enrejada, el miércoles asesinaron a sus tres inquilinas. Como su hermana siamesa, como las del resto del catálogo, es una finca derruida. Su ‘recibidor’, el de todas, es una ‘ratonera’ oscura y hundida dominada por un par de sillas y los escalones rústicos que llevan a la calle. Johana’, ‘Carolina’ y otra compañera no aguardaban mucho de la noche en curso. Pasaba ya de las siete. Como sea, ellas no tenían para dónde correr.

Jirones de testimonios acomodan que metros atrás, donde nacen del arroyo ‘Del Muerto’ la Héroes de la Independencia y La Luz, para alertar que ha llegado usted al barrio de El Coecillo, de un sedán blanco descienden dos pistoleros y un tercero queda a la espera al volante. A toda prisa alcanzan la vivienda en (mala) suerte. Acribillan a tiros a ‘quemarropa’ a las mujeres. El vecindario escuchó unos seis, diez tronidos. Allí murieron las tres. Ocupadas las sillas, la tercera recargada en los escalones. Ninguna de más de treinta años, a reserva de lo que precise ‘la autoridá’.

A la mañana siguiente, las ‘puertas de servicio’, todas, están cerradas con candado. El duelo. O nomás la hora. Lo demás es lo mismo. A espaldas de la escena, el Coecillo bulle. Del vértice superior que hace la junta de Héroes y La Luz, a la base que es la Mérida, el ‘triangulo dorado’ de la proveeduría para el calzado en manos asiáticas no descansa. Al frente, en el Mercado República los ‘quirineros’ alistan sus prendas y en las fondas apuran el caldo. De tarde, un ministerial con un rifle de asalto imponente anda y desanda, al sol y al viento, la cuadra de los hechos. Sus compañeros indagan en los negocios, pocos, en el tramo. La Ram oficial estorba las fotografías.

Hasta horas antes, lo otro es rutina policial. Gendarmes, peritos, detectives. En las redes retrata el sedán que encontraron, dicen, luego. Cierre de vialidades; patrullaje ‘a las vivas’. La salida a San Felipe, ‘El Cuis’’, la central de autobuses. Los ‘palos de ciego’…

(A)La Jaula

La mesa que sola se aplaude

En la mesa del Ayuntamiento de León las representaciones populares infalibles ignoran cualquier referencia a los hechos, y una campanita anuncia que la sesión terminó… Este jueves la gobernadora Libia García participó en la reunión del gabinete de seguridad federal, con la presidenta Claudia Sheinbaum. Confirman que vienen a Guanajuato los secretarios de la Defensa Nacional, general Ricardo Trevilla, y el de Seguridad, Omar García Harfuch. Parece que no a todos preocupa el lado oscuro del estado…

Correspondencia: [email protected]

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