Tigres de Papel • ¿Quién lo mató? • Francisco Javier Mares
A la pregunta, ¿quién mató en León al pequeño Javier, hijo de jornaleros ‘desaparecido’ en mayo, la autoridad respondió con ocultamiento de pruebas y testimonios, incompetencia calculada y autoritarismo. Un adolescente, confesó el crimen. Eso no lo dijo la fiscalía de Guanajuato. Menos, que la trama a renglón seguido aseguraría impunidad en la muerte de un inocente.
Fue así.
Anselmo Modesto y Maura Moreno, originarios Ñuu Savi (‘Pueblo de Lluvia’), mixtecos de la comunidad de Joya Real, municipio de Cochoapa el Grande, en la región de La Montaña del estado de Guerrero, cargaron con su hijo Javier Modesto Moreno, tres años de edad, hasta la ciudad de León, en el centro del país a donde, en la comunidad de El Jaguey, vecina de La Sandía, limítrofes con el municipio de Romita, llegan jornaleros agrícolas del sur a la recolección de tomatillo, una práctica abusiva con jornadas de 12 horas sin parar y pago a destajo que se denuncia públicanente hace años, y que los sucesivos gobiernos del estado y municipal ignoran de manera sistemática, salvo reacciones esporádicas de asistencialismo por goteo.
Esa tarde calurosa del miércoles 15 de mayo de este 2024 dejaron a su hijo a la sombra de un árbol, mientras hacían su faena a unos cincuenta metros de distancia. Serían las cinco de la tarde. Javiercillo vestía una camiseta roja a rayas, de mangas largas, nada más. Desnudo de la cintura a los pies. A su edad y merced a su origen hablaría mixteco, no español. Todavía se alimentaba de leche materna. De pronto ya no estaba.
Primero sus padres y compañeros del jornal recorrieron el paraje en su búsqueda. Dieron aviso a los municipales de Romita. Luego, con las horas, decenas de voluntarios de organizaciones de la sociedd civil caminaron palmo a palmo los alrededores en jornadas de búsqueda de un rastro mínimo. Nada. Al día siguiente, auxiliados por la Secretaría del Migrante y Enlace Internacional de Guanajuato, levantaron la denuncia en la fiscalìa para las personas desaparecidas. Solo hasta esa noche se activó una ‘Alerta Ámber’ de búsqueda, con las generales del niño y las circunstancias del caso.
Las OSC, un centenar, lideradas por el Centro de Desarrollo Indígena Loyola A.C., y el Centro de Derechos Humanos de La Montaña de Guerrero, ‘Tlachinollan’, presionaron en comunicado conjunto para que el menor fuese presentado con vida. “Es preocupante que a más de 120 horas sin saber nada de Javier, las autoridades no implementen acciones para que a la brevedad se localice al niño”. La ONU misma, exigió al gobierno estatal una búsqueda efectiva.
Motivos de sobra: “Sumado el contexto de macrocriminalidad, las desapariciones, la corrupción e impunidad que identifican al Estado de Guanajuato y, sobre todo, la desaparición de un niño indígena y jornalero migrante, hace que este caso sea complejo”. A nadie en el gobierno se le ocurría siquiera proporcionar intérpretes a los padres. Sus compañeros de campo y voluntarios de las redes traducían lo que la autoridad decía que hacía.
La tarde del jueves 23 de mayo, la Fiscalía de Guanajuato difundió la localización de restos humanos en los campos cinrcundantes al lugar de los hechos. Que había que esperar los resultados de los estudios genéticos. Al lunes siguiente, 27 de mayo, informó de la indentificación de los restos de javier. Que el niño había sido atropellado y murió a consecuencia de sus heridas. Todo a modo.
La confesión
A la Unidad Especializada en Justicia para Adolescentes (Carpeta de Investigación 1137/ 2024), acompañado de su padre y un abogado, se presentó un adolescente de 16 años de edad, hoy casi 17, que confesó el crimen que llevó a la muerte al pequeño Javier. Esa declaración ministerial tiene fecha del viernes 31 de mayo.
Dijo trabajar con su padre allá en ‘El Jaguey’. Maneja las camionetas. Una es chevrolet, pick up, gris. Que aquella tarde llevó a su papá a otro sembradío y él regresó. Estacionó al lado de la huerta donde trabajaban los jornaleros. Él entró a pie. La camioneta quedó como a dos metros de un arbol, a unos 50 o 60 metros de los recolectores. Estuvo ahí media hora y salió de nuevo para ir por su papá a unos quince minutos de distancia.
Que encendió la camioneta. La echó de reversa para salir. “Y es cuando siento que con la parte de atrás de la camioneta le pegué a algo; sentí una vibración, como un golpe, como si hubiera yo pegado con algo que estaba fijo ahí”. Se le hizo raro porque cuando llegó nada había sentido. Detuvo el vehículo y asomó por la ventana.
“Entonces ví que junto a la camioneta, tirado había un niño que estaba desnudo de debajo de su cuerpo, ví que no se movía, me asusté mucho porque ese niño se parecía mucho a la gente trabajando y esa gente no habla español, yo no les iba a poder explicar que había sido un accidente, el niño ya no respiraba…” El adolescente comienza a llorar, ya no puede continuar narrando y pide un momento para calmarse, consta en actas.
(Al reanudarse la dilgencia) agrega que se dio cuenta que el niño estaba muerto, no tenía sangre en su cuerpo, no se le veían golpes, sólo ya no se movía. “Me dio miedo, no supe qué hacer, no tenía a quién pedir ayuda y la gente, no los conozco, sólo he visto que son muy violentos, que se pelean con machetes y acostumbran linchar a la gente cuando no les parece”. Así que bajó un bote que traía en la caja de la camioneta. Un bote blanco de esos en los que venden la pintrura. De esos como de 20 litros de pintura. “Por mi miedo se me hizo fácil meter al niño en el bote para que nadie me viera llevármelo, luego puse el bote atrás del asiento de la camioneta y me fui”.
De camino pensó que su padre preguntaría por el bote. Orilló la camioneta. Habría manejado unos siete u ocho minutos. Bajó el bote y en una zanja “vacié el bote de cabeza para tirar el cuerpo del niño”. De nuevo subió el bote a la camioneta, avanzó tres o cuatro minutos y lo arrojó al camino. Vio cómo se partió. Recogió a su padre y nada le dijo.
Pasaron los días. “Yo sabía que había matado a un niño y tenía miedo de que me llevaran preso o de que sus papás me mataran a mí también, no quería comer, no podía dormir, me sentía muy mal de ver como su familia buscaba al niño, ya que cuando empezaron a buscarlo y ví la foto supe que era el que yo había atropellado”. A él ya le habían preguntado y dijo que no lo había visto. “De verdad tengo mucho miedo de lo que sus papás me puedan hacer por matar a su hijo”. El adolescente comienza a llorar, ya no puede continuar narrando y pide un momento, se recesa la diligencia diez minutos.
Que por fin habló. El miércoles 22 de mayo, justo a la semana de los hechos, como a las nueve de la noche, su papá en la sala, fue a contarle lo sucedido. “Yo quería que los papás del niño dejaran de sufrir, que encontraran a su hijo, y entonces no me importó si me pasaba algo malo a mí”. Nada del cuerpo en un bote, sólo que lo atropelló con su camioneta. Su padre le dijo que buscarían a un abogado. Irían a la fiscalía. Les diría dónde estaba el niño.
-“Yo sé que nada puedo hacer para devolverle a su hijo a los señores, yo sé que actué muy mal, pero de verdad nunca quise hacer daño, yo no ví al niño, no podía verlo estando atrás de la camioneta, era un niño chiquito, la camioneta era muy alta y yo sólo le pegué con la parte de atrás”. El adolescente comienza a llorar, ya no puede continuar y pide un momento… se recesa la diligencia diez minutos.
El abogado defensor y el padre del adolescente refieren a la Agente del Ministerio Público Éricka del Pilar López Chávez, que el mismo ya no puede continuar con la entrevista.
Que se los crea su abuela
A la lectura de los dictámenes periciales y las indagatorias ministeriales, investigadores coinciden en que la historia contada por el adolescente resulta francamente inverosímil.
En el expediente, además de los oficiales, constan peritajes externos solicitados y asignados por Maura Moreno Agustín y Anselmo Modesto Martínez, practicados a la escena en el camino de terracería a San Pablo del Monte, así como a los restos óseos allí encontrados.
Anotan que “los resultados obtenidos indican la diferencia significativa en los contenidos químicos y los parámetros físicos de las muestras de suelo obtenidas del lugar de intervención y las muestras óseas comparadas”.
Dos puntos esenciales:
-“Los procesos químicos de descomposición orgánica de las muestras óseas no son compatibles en tiempo por la diferencia significativa del contenido orgánico encontrado en la superficie del material óseo analizado.
-Y “el contenido de compuestos orgánicos sobre la superficie del resto óseo analizado sugiere un inicio de descomposición anaeróbica previo a la deposición del resto en el lugar de localización”.
En el camino de terracería a San Pablo del Monte, donde hurgaron decenas de buscadoras una y otra vez sin encontrar nada, de pronto aparecieron los restos óseos del pequeño Javier, en realidad el 35 por ciento de los huesos de un cuerpo humano.
Nada encaja. Los huesos habían sido dispuestos ordenadamente en una hilera uniforme en la vereda, apenas suficientes para su identificaciòn plena –como ‘sembrados’.
El cráneo presenta un hundimiento en la región parieto temporal derecha y el maxilar fue roto también por un traumatismo, lesiones incompatibles con un atropellamiento.
La descomposición de los restos no es coincidente en sentido alguno con el lapso entre la desapariciòn de Javier y el hallazgo. Ocho días. Nada de tejido quedaba en los huesos. Ni el mayo caluroso ni la fauna carroñera propia de la zona, roedores menores, habrían provocado ese estado de cosas.
Peor aún, los huesos parecen haber sido tratados de manera tal que perdieron su tono natural. Son blanquísimos.
Agentes cercanos a la investigación dudan que un adolescente haya recogido y depositado en un bote el cuerpo de un niño para llevarlo en su camioneta y transitar enseguida con su padre al lado, en lugar de escapar de inmediato antes que alguien supiera del supuesto accidente.
A la fiscalía le pareció ocioso solicitar y obtener una orden de cateo a la residencia del adolescente y su padre, ni siquiera bajo la línea de investigación del tiempo transcurrido entre el día de la ausencia del niño y la localizaciòn de los restos.
La Fiscalía Especializada en Justicia para Adolescentes omitió incluso una reconstrucciòn de los hechos; pretextó que no tenía peritos para esa diligencia.
Los peritos de la fiscalía rindieron los resultados de su análisis al frente de la camioneta involucrada, no de la parte trasera, la que importa en la narración del adolescente.
Al menos en algo coinciden los peritos oficiales y los externos sumados al caso: los restos óseos sí son los del pequeño Javier.
El viernes 24 de mayo, Anselmo Modesto y Maura Moreno son citados a la fiscalía para informarles de los resultados de los peritajes oficiales. De nuevo hay que improvisar a los traductores que obvia la Agencia del Ministerio Público. La pareja rniega que los restos y la ropa encontrados sean los de su hijo. Así siguen.
En julio, la Fiscalía Especializada en Justicia para Adolescentes desecha simplemente los peritajes externos asignados por los deudos. Rechaza que la descomposición de los restos no coincida con el tiempo transcurrido, el clima en el lugar del hallazgo y la eventual acción de la fauna.
El 28 de agosto, la última audiencia del caso hasta ahora, Maura y Anselmo revocan la designaciòn de su defensor; les asistirán asesores del estado de Guerrero que apuran a la autoridades a comenzar todo de nuevo, desde los peritajes. Los defensores ofrecen 200 mil pesos a título de reparación del daño; los padres de Javier los rechazan.
Un Juez de Control ha decidido imputar a un menor de edad, de un homicidio culposo –que no tendría consecuencias penales mayores para ninguno de los involucrados. Fin del cuento. Otro.
(A)La Jaula
La Herencia
Mientras el fiscal de Guanajuato, Carlos Zamarripa Aguirre, marcha a su jubilación dorada, los pocos huesos del pequeño Javier recuperados siguen en prenda en las gavetas judiciales.
Correspondencia: [email protected]
‘X’: TigresDePapel