Hablando de cultura y sus concepciones: Economía creativa y ciudad

"Esta idea de educar con el arte no es más una forma de control, reprimir las ideas que no se ajustan a las de una sola perspectiva"

Hablando de cultura y sus concepciones: Economía creativa y ciudad

 

 

Leo el New York Times, pero no me fío de todo.
David Byrne

Me gusta tener información. No puedo imaginar mi existencia sin música, sin textos, sin imágenes. Hace algunos años gastaba casi todo mi dinero en libros, discos, películas. Hoy tengo aparatos donde guardo esa misma información que estaba en diversos soportes. Leo, escucho música, veo videos y leo los diarios en mi teléfono. Tengo cajitas negras que conecto a la computadora y guardo (respaldo) la información contenida en la computadora. Tengo que ser sincero, no me interesa tener libros, discos y cassettes, dvd, cd; me interesan los contenidos puestos ahí, no los soportes. He perdido mi capacidad para adorar objetos.

También he perdido la capacidad para creer en verdades universales. Esa actitud me hace desconfiar de los lugares comunes que afirman situaciones inamovibles. Frases donde se recurre a decir que el arte o la cultura son un acto espiritual, que nunca proporcionan dinero, que esos empleos llevan a morirte de hambre, etc., creo que los escuché tanto tiempo que durante buena parte de mi vida los llevé a cabo. Pero la información te hace percibir tu mundo de una manera distinta: me cansó el romanticismo con el que observaba muchas cosas. Empecé a contemplar que había una economía en aquello que realizaba, no sabía cómo cobrarla o cómo distribuir los productos que realizaba (hasta hace diez o, cinco años aun, regalaba mi trabajo); entonces tenía que tener otros empleos que me dieran dinero, para seguir produciendo cosas y pagar las cuentas de una casa y una familia. Así que aprendí a realizar proyectos que les sirvieran a empresas y cobrar una cantidad muy moderada por ellas: hacía copy, programaba objetos, vendí sonidos para jingles, hasta de negro literario he trabajado. Nada de esos productos ha salido con mi nombre, sólo me quedaba el gusto de haber cobrado un poco de dinero y saber que funcionaron perfectamente bien. También entendí que si funcionaban, no era porque yo los hiciera, sino porque tenían una estructura (narrativa) que lograban conectar con el público para el que fueron diseñados.

Haciendo estos pequeños productos (la mayoría de ellos inmateriales) tuve que darme de alta en Hacienda y pagar impuestos. Si las cuentas no me fallan, el 42% de mis ganancias debe terminar en las arcas del SAT. No me molesta pagar impuestos; me molesta qué ocurre con ellos. Ese dinero que aportamos sirve para sostener al Estado, pero muchos funcionarios consideran que ese dinero que les llega es para ellos, ni siquiera se preocupan por saber de dónde lo obtienen y, para colmo, siempre piden más. Es decir, no buscan producir más dinero o mínimamente crear alguna figura económica sobre la cual respaldar el dinero obtenido y ofrecer eso como envés de los fondos otorgados.

Así que me puse a investigar, busqué información. Leyendo en la red me di cuenta que había una extraña endogamia entre medios de comunicación y las instituciones gubernamentales. Pero que somos todos los que estamos involucrados con esa promiscuidad por una razón muy obvia: tenemos intereses. Cuando alguien dice que no tiene interés en lo que hace, estamos frente al tipo que nos va a desvalijar con la mano en la cintura y con mucha chulería. Algunos de ellos hasta toman postura de activistas sociales y son los primeros en preguntar cuánto les va a quedar por dar su apoyo. Entonces el problema está en ocultar los intereses.

Mientras más busco información, las cosas se tornan distintas: aquellas cosas que se ven como sólidas se desvanecen (parafraseando a Marx y contrapunteando a Marshall Berman). No es el caso de un capitalismo salvaje lo que hace que se tomen decisiones más allá de lo absurdo y se convierta el funcionario en turno en payaso: es la necesidad de voracidad, tanto de poder como de salir indemne de las acciones realizadas. Por si les interesa, no está demás consultar el texto Economía Naranja. Una oportunidad infinita, de Felipe Buitrago, editado por el Banco Interamericano para el Desarrollo y Editorial Aguilar. El texto contrapone casi todas esas ideas preconcebidas sobre el arte como el mejor medio para morir de hambre, siempre teniendo en cuenta que el valor simbólico convertido en monetario es el 6.1% de la economía mundial. Por absurdo que parezca, entre artistas, productores y creativos (junto a su mercado de distribución) se logra ser la quinta mercancía más transada en el mundo.

Al descuidar este rubro dentro de las políticas de municipio de León, se ha perdido dinero. No sólo con el despilfarro generado en el ICL. Sino que la segmentación entre direcciones, paramunicipales y secretarias, ha demostrado que aquí debemos darnos el premio a la incompetencia. Debo decir que Ricardo Sheffield no me pareció un buen edil, pero tuvo varios aciertos que ahora observo; entre ellos, su ruta del peatón fue una infraestructura necesaria para crear la posibilidad de una escena nocturna en la ciudad. Es decir, un conjunto de espacios donde la gente convive y por ello genera polución de ideas (se neutraliza la endogamia) y con ello surgen nuevas oportunidades para generar economía desde la innovación. Si esto lo hubieran aprovechado las direcciones turismo, economía, desarrollo social junto a la secretaria de seguridad social, el Instituto Cultural de León y los museos, hoy estaríamos planteando nuevos retos y no una bola de problemas por estupidez.

Un ejemplo del nivel de estulticia con la que la administración de este trienio se movió lo podemos notar en el llamado turismo de negocios. Recordemos que León es la principal ciudad del estado para tal efecto. Lo primero que hicieron fue cerrar varios bares (por compromisos con empresas para poder instalarse ellos, quitando diversos espacios). Dos. Si bien la hora de cierre es a las tres de mañana, a las dos y media ya no puedes entrar, y afuera hay patrullas subiendo a todo aquel que sale, no por haber cometido una falta; sólo necesitas salir del bar para ser subido a la patrulla y pagar una multa (esto ocurre en por toda la Madero y calles circunvecinas del centro). Tres. No se ha comprendido que el turismo de negocios no es venir, escuchar la ponencia e irte a encerrar en tu cuarto de hotel. Las ideas y las negociaciones tienen la característica de darse en espacios emotivos y que determinan una experiencia individual; si sientes la persecución policial no habrá tal cosa. Cuatro. Todos esos hombres de negocios no van a ir a los lugares que nos gustarían (templos, misas y rosarios), vienen a dejar su dinero y esperan un trato justo por ello: Piense usted que el día que fue a una junta de negocios a Las Vegas, ese día que salió con los tacones en una mano y la copa en la otra, festejando que un grupo de empresarios decidió invertir en su ciudad. Si ese día, al salir del casino hubiera habido un grupo de policías tratando de hacerla subir a la patrulla en lugar de llamarle el taxi, ¿regresaría a hacer turismo de negocios?

La endogamia de ideas a que me refiero también puede ser vista de manera histórica: Una de las cualidades que tuvo el ICL consistió en que un determinado grupo de poder tomó el control de la institución y generó sus perspectivas y mecanismos de lo que consideraba arte y cultura. Aquí cabe una acotación: una idea anquilosada (traída desde David Hume) nos dice que para que el arte se convierta en algo importante, una obra maestra, necesita estar fuera del alcance de su tiempo y valores estéticos predeterminados, que es cosa de genios y los demás nos debemos echar a escucharlos, verlos o contemplarlos. Pero también tiene una carga de hacernos mejores: si nos acercamos al arte, ese simple contacto nos transformará en buenas personas. Pareciera que invertir en arte y cultura es una cuestión de salud pública.

Bajo este pensamiento que ha fundamentado el tratamiento de las políticas culturales de la ciudad, es que hablo de endogamia: se repiten frases sin sentido hasta que parecen una verdad de Perogrullo. Ese primer grupo de poder creó un concepto de arte para una elite (su idea de aristocracia). Pero como todo en este mundo, al llegar otro grupo de poder, las políticas culturales derivaron en otro sentido: rescatar a toda la perrada que no consumía lo que aquellos aristócratas de la ciudad. Tanto a Sheffield como a Botello les dio por salvar a los ignorantes de su ignominia. Pero la tendencia (ya como política cultural fue impuesta por José Luis García Galiano) derivó en un arte y una cultura vertical que pretende educar a la población para ser mejor. Si bien, en un primer momento esta idea parece excelente, lo que hay atrás de ella es que se transformó en insecticida cultural. Un ejemplo de ello es el experimento social realizado en el metro de Londres: comenzaron a poner música clásica y notaron una reducción muy amplia en ataques y asaltos. No era porque la música hiciera tomar conciencia a los delincuentes; fue porque se salieron ante la incomodidad que les originaba la música: no era el soundtrack que les gustaba.

Esta idea de educar con el arte no es más una forma de control, reprimir las ideas que no se ajustan a las de una sola perspectiva.

Pero no podemos olvidar que entró un nuevo elemento: el Forum Cultural también se maneja desde este fundamento: el arte te hace mejor persona, pero hay un arte “mejor”. No es cualquier arte; sólo aquél que moralmente te hace pretender que eres otro, superior al tipo que va al WC. Así que tenemos óperas y representaciones que nos hagan aspirar a un nivel superior: un arte, no de elite, sino un arte “del bueno”. Otra vez el control social está intrínsecamente conectado con la idea de lo que debemos consumir. Eso que parece nuestra gran elección, no es más que control social.

Pero el problema subsiste, lo mismo entre los elitistas, los arribistas y los pauperizadores de la economía cultural. Se gastan fortunas que no logran concretar nada, y siguen sin darse cuenta hay toda una economía invisible en la ciudad.