México desculturizado, México Ciego

"Navegando por la red, como suele ocurrir, llamó mi atención una noticia donde se informaba que en la ciudad de Guanajuato arrestaron a cuatro estudiantes por tocar música en la Plaza del Baratillo"

México desculturizado, México Ciego

Navegando por la red, como suele ocurrir, llamó mi atención una noticia donde se informaba que en la ciudad de Guanajuato arrestaron a cuatro estudiantes por tocar música en la Plaza del Baratillo.

En ese momento, se suscitó en mí un gran enojo, pues el uso legítimo de la fuerza de la que goza el Estado se ve aplicado en todos los ámbitos, menos donde realmente debería estar. De esa sensación surge este artículo, sobre la responsabilidad del Estado para proveer contenido cultural a la sociedad, y de qué manera falla en cumplir con esta función.

La falta de políticas culturales eficientes y la incorrecta distribución de recursos destinados a la difusión y desarrollo de la cultura, lastiman el desarrollo integral de los jóvenes en sus manifestaciones artísticas, intelectuales, deportivas, de espiritualidad, de curiosidad, de vida y de convivencia, al fallar en proveerles la completa satisfacción de derechos económicos, sociales y culturales indispensables a su dignidad, por lo que estas personas mexicanas se ven impedidas de formar sociedades más críticas que contribuyan al bien común en la actualidad, destruyendo así la responsabilidad del Estado como promotor cultural.

En cuanto a política gubernamental hacia las artes y la cultura, el conjunto de acciones que suelen tomarse son dispersas, y más que contar con un objetivo coherente de conseguir un desarrollo cultural y artístico armónico, las políticas culturales actuales suelen aplicarse de manera aislada con el único objeto de dar salida a situaciones específicas que demanda la sociedad. Es cumplir con lo básico, pero no hacer el trabajo completo.

Según Atehortúa (2008), dentro del México contemporáneo se trabaja desde diversos ámbitos en pro de la cultura, los cuales se ven enmarcados en la Declaración de México sobre las Políticas Culturales (1989), donde la cultura constituye una dimensión fundamental dentro del desarrollo y la identidad de las naciones. El asunto es que, en la mayoría de las ocasiones el crecimiento de una nación se concibe en términos cuantitativos, y no se toma en cuenta su necesaria dimensión cualitativa, que engloba el cumplimiento de las satisfacciones espirituales y culturales del hombre.

Preocupa la frecuente afirmación de que la inversión en cultura es deficitaria. El presupuesto para cultura es de los principales en verse afectado cuando existen cambios presupuestarios. Sin embargo, los beneficios de la inversión en cultura no pueden medirse solamente en función de la rentabilidad económica que puedan generar. La inversión en cultura debería tener por objetivos la preservación de los valores culturales de un pueblo (es decir, sus logros materiales, intelectuales, espirituales), a la vez que fomentar su desarrollo. No menospreciarlo, destruirlo y reprimirlo, como sucede hoy en día.

También es importantes destacar que para mejorar el acceso de la población a la cultura deben ser incrementados los ingresos y disminuida la pobreza, ya que los hogares, en promedio, destinan al esparcimiento solo el 3.0% de su gasto total.

Bajo estas premisas, me pregunto cómo osan los cuerpos de seguridad reprimir a estudiantes que están cumpliendo en parte con la función que el Estado ha fallado en desempeñar. Se castiga a quienes no cumplen con el papeleo necesario para expresarse en el medio público. Se arresta a quienes promueven la libertad de expresión y fomentan la culturización del entorno local en el que se desenvuelven. Pero no se castiga a los ladrones, a los corruptos. Se arrebata a éstos la oportunidad de generar un ingreso a la par de contribuir a la sociedad, pero no se castiga a quienes se generan un ingreso a expensas de la sociedad.

Duele vivir en un México que pone en riesgo los valores culturales que nos dan identidad. Duele vivir en un México inconsciente, que no comprende que la cultura permea todos los aspectos de la vida del ciudadano, elevando y conservando la calidad de la vida espiritual y material en la persona y en la sociedad. Un México que no valora a sus artistas urbanos, que no cae en la cuenta de que son ellos quienes están sacando adelante una necesidad íntima, colectiva e individual. Un México que falla en llevar a los jóvenes a su pleno desarrollo y madurez. Un México incapaz de vislumbrar que las satisfacciones de estos derechos fortalecerían la posibilidad del individuo para elegir en función de opciones reales que le permiten trascender a la preocupación de la sobrevivencia, y comprender que no hay manera de potencializar al ser humano si éste no tiene seguridad alimentaria o los espacios culturales y acceso a todas las manifestaciones que lo componen. Un México que deshumaniza el desarrollo. Un México que no ve, que no siente que las satisfacciones intrínsecas de sus ciudadanos los llevarán a formar mejores criterios y, por ende, una mejor sociedad.