Parentalidad • La importancia de la autoestima en la infancia y adolescencia • Gaudencio Rodríguez Juárez
“para que un ser humano se valore y valore a los demás, debió sentirse valorado por las personas más significativas de su vida…”
La autoestima es el conjunto de percepciones, pensamientos, evaluaciones, sentimientos y tendencias de comportamiento hacia nosotros mismos, hacia nuestra manera de ser y de comportarnos y hacia todo lo que somos: nuestra personalidad, nuestro carácter, nuestros rasgos.
Al ser una parte esencial de nuestro ser, la autoestima resulta un factor altamente importante, toda vez que de ella depende nuestra manera de ser y estar en el mundo. Marca también el valor que nos damos a nosotros mismos, y de este balance depende nuestro accionar.
Todo lo que hacemos, pensamos, sentimos y decidimos pasa por la autoestima, la cual tiene dos componentes:
1) El autorreconocimiento: implica reconocer las propias necesidades, habilidades, potencialidades y debilidades, cualidades corporales o psicológicas, así como observar las acciones: cómo actúo, por qué actúo así y qué siento.
2) La autoaceptación: capacidad que tiene el ser humano de aceptarse como realmente es, en lo físico, psicológico y social; aceptar cómo es su conducta consigo mismo y con los otros.
El ser humano por naturaleza nace dependiente física y emocionalmente de sus cuidadores (padres o tutores). Son estos —principalmente los papás y las mamás—, quienes inicialmente le aportan reconocimiento a través de su mirada, su palabra y su vínculo. Cuando le hablan mirándole a la cara, cuando lo nombran por su nombre, cuando le dan un trato digno y amoroso, le confirman su humanidad. Al mismo tiempo que con su amor incondicional ratifican la aceptación a su ser.
Lo anterior es la condición necesaria para que el día de mañana el niño pueda depender cada vez menos del reconocimiento y aceptación de esos otros, gracias a que termina por convertirse en su propio referente de aceptación y reconocimiento. Es decir, primero son los otros quienes lo confirman y después es él quien se confirma a sí mismo.
¿Pero ¿qué sucede cuando una niña o niño no reciben un trato digno y amoroso? ¿Qué pasa cuando no es visto ni reconocido suficientemente por alguien? ¿Cuáles son las implicaciones de vivir sin el amparo físico y emocional de los adultos?
Es un hecho que en estos casos la autoestima se ve vulnerada, producto de la inexistencia de la mirada y el amor de unos padres que den reconocimiento y aceptación a la niña, niño o adolescente. Una de las consecuencias resulta ser la incapacidad para poderse reconocer y aceptar positivamente el día de mañana.
Estas niñas, niños o adolescentes no consiguen una autoestima positiva fácilmente. Al contrario, su autoimagen y autoconcepto suelen ser negativos. Y es que con cierta frecuencia no sólo no son vistos, sino que en su lugar reciben críticas negativas, apodos denigrantes o peyorativos, ofensas e insultos, indiferencia, malos tratos, pues. O en ocasiones las críticas no son directas hacia ellos sino hacia sus hermanas o hermanos, pero ellos son testigos de tal cosa. En estos casos el ser testigo también resulta perjudicial. Lo antes dicho trae como consecuencia una disminución de la propia valía.
La psicología tiene claro que muchos problemas de las personas tienen que ver con el autodesprecio derivado de la desvalorización y falta de confianza en sí mismo. Es decir, consecuencia de una autoestima baja o negativa.
Autoaceptación, de acuerdo al psicólogo Albert Ellis, quiere decir que la persona se acepta a sí misma plenamente y sin condiciones, tanto si se comporta como si no se comporta inteligente, correcta o competentemente, y tanto si los demás le conceden como si no le conceden su aprobación, su respeto y su amor.
La fractura de la autoestima de las niñas, niños o adolescentes, nos exige prodigarles un trato respetuoso, amoroso y digno para que este pueda inclinar la balanza hacia la autoestima positiva, y puedan así, valorarse, respetarse y superarse poco a poco. Todo esto en la medida en que se sientan valorados, respetados y seguros de que alguien confía en su potencial humano. Se trata que puedan saberse dignos, eficaces y con un sentido de mérito personal.
La fórmula dice: para que un ser humano se valore y valore a los demás, debió sentirse valorado por las personas más significativas de su vida, sobre todo durante su vida temprana donde era dependiente y necesitaba de la mirada generosa y tierna de papá, mamá o personas cuidadoras.
Pero no sólo papá y mamá son responsables de garantizar el sentimiento de valía. Somos todas las personas adultas de una sociedad quienes hemos de construir comunidades que atesoran a sus niñas y niñas. Que les miran con buenos ojos. Que facilitan su crecimiento. Que ven sus comportamientos errados como oportunidades de aprendizaje en lugar de ocasión para el castigo, grito o humillación. Que enfatizan sus aciertos sobre sus equivocaciones. Que no ven en ellos un estorbo, sino motivo de alegría. En una cultura de este tipo las niñas, niños y adolescentes podrán crecer con seguridad, confianza y aceptación hacia sí mismos y hacia las demás personas.
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