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Jaime Panqueva
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25/03/23

Aliados • Jaime Panqueva

“La pregunta sigue en el aire: ¿Los intereses de las grandes potencias nos siguen empujando hacia una guerra abierta y global?”

Aliados • Jaime Panqueva

Se supone que uno debe estudiar la historia para aprender de ella, para no cometer los mismos errores o, por lo menos, para en caso de volver a meter la pata, hacerlo de una manera menos inocente. Recordemos el mundo de ayer narrado por Stefan Zweig en los años previos a la Primera Guerra Mundial, cuando las potencias europeas sellaban alianzas ententes para neutralizar a sus posibles enemigos en caso de estallar un conflicto; de manera tal que la guerra entre Serbia y el imperio austrohúngaro, originada por un magnicidio, mandó a millones de soldados de Alemania, Francia, Rusia, Italia y Gran Bretaña a morir en los diversos frentes europeos. Sin haber aprendido la lección, unas décadas después, las alianzas entre el autodenominado mundo libre y el Eje Berlín-Tokio-Roma harían lo mismo en la peor conflagración del siglo XX, que se selló con uso del arma más letal inventada jamás por el hombre, la bomba atómica. 

Las décadas subsiguientes, tras la guerra de Corea se mantuvo una relativa paz sobre la base del uso disuasivo de los arsenales nucleares. Las guerras convencionales no dejaron de estallar, pero desde la crisis de los misiles a comienzos de los años sesenta, nunca habíamos sentido el riesgo verdadero de un enfrentamiento abierto entre las grandes potencias. Hasta ahora: Las últimas semanas han sido aún más inquietantes porque revelan la ruta que empiezan a tomar.

La visita de Biden a Ucrania, los acuerdos para dotar a Australia de submarinos de propulsión nuclear, las visitas casi simultáneas de Xi Ping a Moscú, y la del primer ministro japonés Kishida Fumio a Kiev, además de declaraciones amenazantes de Dmitri Medvédev, vicepresidente del Consejo de Seguridad de la Federación de Rusia, respecto a las represalias ante una posible detención de Vladimir Putin o un ataque a Crimea, no auguran distensión en el corto plazo. Pero no sólo los países desarrollados siguen apoyando a uno u otro bando. Por estos mismos días, Lula da Silva, planeaba visitar Beijing tras cancelar su participación en la Cumbre Iberoamericana, pero tuvo que cancelar en último momento por problemas de salud. 

La pregunta sigue en el aire: ¿Los intereses de las grandes potencias nos siguen empujando hacia una guerra abierta y global? O hacia dónde nos lleva cada apoyo, cada nuevo aliado en cada uno de los bandos. En América Latina, China y Rusia cuentan con el apoyo incondicional de las dictaduras que patrocinan, pero ¿el giro hacia la izquierda de varios países les augura una mejor posición? Difícil preverlo, pero las relaciones de poder entre China y el tercer mundo, en particular con los países más pobres de África, preocupa a los Estados Unidos, que no se resigna a perder su posición preponderante. 

Por más discursos pobremente ideologizados que puedan salir de la 4T, las ventajas de ser el vecino a veces incómodo y otras favorecido, el gran atractivo del Nearshoring que ha mantenido al peso en una revaluación constante y una casta militar formada por los Estados Unidos y cada vez más empoderada, nos convierten en un aliado incondicional, cuando no indispensable. Creo que esto deberían considerarlo muchos analistas que no parecen distinguir entre los berrinches de AMLO de la política real subyacente. Sin embargo, y nos los enseña la historia, las consecuencias de un conflicto armado pueden ser impredecibles y, en nuestro presente, sencillamente apocalípticas.

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