Jaime Panqueva
05:48
15/09/15

De grito a grito, el presidente que sí lee

"Si no me cree que el grito ha sido leído dos veces en simultánea nacional (seguro será nuevamente leído este 15 de septiembre), le recomiendo ver los videos en la red..."

De grito a grito, el presidente que sí lee

Me contaban que hace un año la ceremonia del grito de independencia había vuelto a ser el besadero de manos al que este país se había acostumbrado durante décadas. Por aquel entonces, no sé si lo recuerden, la primera dama venía de posar en una revista de modas haciendo gala de un esplendor imperial de oropel que proyectaba la presidencia, y que, si mal no recuerdo tampoco, dio inicio con una portada pagada en la revista Time en la que se proclamaba al primer mandatario como el salvador de México.

El año pasado, en medio de tanta pompa y circunstancia transmitida en vivo como evento deportivo, un futbolista, Miguel Layún, atraía los reflectores al igual que los cachorros presidenciales, y opacaba a los más que grises ministros de la Corte Suprema que pugnaban por fotografiarse con el presidente o codearse con sus familiares. A un segundo plano pasaron también otros integrantes de un séquito que se preciaba de haber realizado en tiempo récord las reformas que desde hacía tanto este país necesitaba. Nuestro presidente cumplió con el trámite con la lectura de esas escasas palabras que parecen serle tan ajenas, quizás de tan poco repetirlas o de no creer en ellas: ¡Viva la independencia nacional! O tal vez, para evitar confundirse con nombres tan complejos como Allende, Morelos o Hidalgo, recurrió a su lectura desde un atril poco discreto. Imagino que no quiso utilizar dentro de su oído el mismo transmisor que emplea para todos sus discursos; habría sonado aún menos convincente. Si no me cree que el grito ha sido leído dos veces en simultánea nacional (seguro será nuevamente leído este 15 de septiembre), le recomiendo ver los videos en la red, y fijarse cómo la mirada se desliza nerviosa en búsqueda de las palabras exactas. Lo invito a compararlo con cualquiera de sus antecesores. Nadie podrá decir que el presidente no lee.

Pero las cosas se han torcido muchísimo en tan sólo un año. Me cuentan que no habrá brindis o cena en Palacio Nacional, a la cual el presidente por lo general no asiste porque siempre se ha presentado alguna contingencia ambiental que ha funcionado como excusa. Una lástima. La justificación en esta ocasión se esgrime como crisis económica, que pinta muy similar a las que este país había acostumbrado durante décadas. Al evitar el convivio, el erario se ahorrará unos 17 millones de pesos, que hace un año equivalían a más de un millón de dólares, y que en el 2015 se han devaluado un treinta por ciento. Con seguridad se podría ahorrar más sin acarreados que coreen el nombre del presidente, sin trajes deslumbrantes, sin verdades históricas, sin comisionados anticorrupción que dan palmaditas en la espalda, sin gandallas contratistas de obra pública, sin gobernadores asesinos de periodistas o sin desaparecidos que exigieron comisiones extranjeras. No sorprendería a nadie la cantidad de dinero que ahorraríamos si en verdad se combatiera la corrupción. No sólo alcanzaría para miles de cenas en el Palacio Nacional, sino que los invitados podrían comer en calma sin temer a los gritos de los inconformes en la calle. 

Pero temo que veremos más de lo mismo, porque el discurso sigue siendo doble, porque no se ve verdadero empeño en hacer las cosas bien, como, por lo menos para empezar, aprenderse el grito de memoria.

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