Opinión • 123 millones • Jaime Panqueva
Las potencias mundiales observan desde el balcón la nueva guerra desatada por Israel en esta carrera frenética de su gobierno por exterminar a sus enemigos. Como si el mundo no estuviera lo suficientemente caldeado, se enciende otro foco bélico con consecuencias que ignoramos.
Una guerra teledirigida que no despliega tropas por tierra ni busca ocupar territorios. Una guerra asimétrica donde sólo se habla de armamento altamente sofisticado y cuyo fin, además de debilitar a la ya débil Irán, consiste en destruir bunkers casi inexpugnables. Una guerra de amenazas hacia los cabecillas de su teocracia y de bombardeos hacia objetivos supuestamente militares que terminan siempre cobrando víctimas civiles.
Trump sugería hace unos días, en su habitual matoneo diplomático, que se evacuara Teherán, una ciudad con la misma población que Chicago. No sabemos hacia dónde nos llevará esta escalada entre Israel e Irán, si ninguno de los implicados llama a calma y donde los intentos diplomáticos de terceros países son desacreditados por las burdas poses de póker de Washington que exige una rendición incondicional. ¿Qué queda de las Naciones Unidas como mediador de los conflictos?
Jamal Benomar, antiguo subsecretario general, ilustraba en un artículo el terrible declive de la ONU como árbitro de negociaciones y operador de misiones de paz. Al criticar los resultados de la Cumbre del futuro, el año pasado, enumeraba fallas estructurales en el Consejo de Seguridad; la impunidad y la prevención de atrocidades masivas; el decepcionante trabajo y las fallas en la estructura del Consejo de Derechos Humanos, y el cuestionable desempeño de la comisión de consolidación de la paz. A esto sumaba, entre otros, una burocracia desmesurada, basada en el clientelismo, con departamentos clave de la secretaríageneral controlados por tres países miembros permanentes.Esta crisis del multilateralismo se sigue contando con muertos y desplazados, pues ha hecho posibles exterminios como el de Gaza o la invasión a Ucrania.
La burocracia de la ONU, al menos, es eficaz para llevar las estadísticas del desastre: la cifra de desplazados en 2025, según la ACNUR, llegó a más de 123 millones de personas, cifra récord que en los últimos cinco años ha aumentado un 50%. Hablamos casi de una población del tamaño de México. De ellos casi 37 millones son refugiados provenientes en su mayoría de cinco países: Venezuela, Siria, Afganistán, Ucrania y Sudán del sur. 49 millones son niños y adolescentes por debajo de los 18 años. Irán figura como el mayor receptor de refugiados, 3.5 millones,provenientes principalmente de Afganistán. La ACNUR registra también que 2.3 millones de niños han nacido como refugiados y estima que cada año nace un promedio de 337.800 niños en esta condición.
A propósito de los menores, esta semana se publicó el informe anual del secretario general sobre la infancia y los conflictos armados, que registró un aumento sin precedentes en agresiones. Además estimó un aumento de 55% respecto al año anterior en la cantidad de menores combatientes en el mundo, unos 16.482, repartidos principalmente en África, Asia y un país de América, Colombia. Durante los conflictos armados, los más jóvenes no sólo son víctimas de reclutamiento o blanco del fuego cruzado; también documentan secuestros, ejecuciones, negación de ayuda humanitaria y violencia sexual.
El mundo sigue ardiendo sin árbitros, con una diplomacia cada vez más deteriorada por los extremismos de líderes ambiciosos y sordos, que se saltan todos los mecanismos de contención y donde la peor parte la siguen llevando los más débiles.
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