Opinión • 3 x 0 = 3 • Jaime Panqueva

Conversaba hace unas semanas con un buen amigo, poeta y docente en Irapuato, alrededor de las deficiencias en las capacidades matemáticas en alumnos de preparatoria, incapaces algunos de ellos de resolver simples problemas aritméticos. ¿A qué podemos achacar esta debilidad? ¿A falta de interés o esfuerzo por parte de los alumnos? ¿A falta de exigencia de los profesores? ¿Al prolongadísimo cierre de clases presenciales en México durante la pandemia, cuando otros países abrieron sus escuelas tras sólo unos meses? ¿Se debe al prolongado deterioro cognitivo que experimenta la raza humana desde finales del siglo pasado? ¿Tiene también la 4T la culpa de todo esto?
Los resultados de las pruebas PISA esta semana me hicieron regresar al tema, no sólo porque México tuvo un desempeño bastante mediocre: descendió 14 puntos en matemáticas y 5 en lectura con respecto a 2018, lo que a su vez lo sitúa casi 20 y 15 por ciento, respectivamente, por debajo del promedio de la OCDE.

Si esto le parece escandaloso, tenga en cuenta que estoy comparando contra el promedio de toda la OCDE. El puntero en matemáticas es Singapur; México se encuentra a 180 puntos de distancia, es decir a 46% de su promedio. Años luz.

Si bien la caída fue fuerte, no ha sido permanente, aunque nada nos garantiza que no siga cayendo. Mientras Singapur y países asiáticos como Japón y China mejoran o se mantienen en el tiempo, los países europeos y desarrollados del hemisferio occidental, casi sin excepción van en caída libre desde hace años. Para que se dé una idea, publico unas gráficas que evidencian el derrumbe, análogo en comportamiento a los resultados de lectura.
La OCDE misma expresa en su informe que el promedio general de los resultados tuvo una caída sin precedentes: por lo general no había superado los 4 o 5 puntos, mientras que en la última edición, matemáticas cayó 15 y lectura 10 puntos. No parece ser un asunto meramente local; Noruega, por ejemplo, cayó 33 puntos y, como se observa en las gráficas, países como Alemania, Francia y los Estados Unidos se encuentran en el nivel más bajo desde que iniciaron las pruebas. Así que tampoco parece un fenómeno coyuntural.
Más allá de lucubrar si los exámenes y calificaciones corresponden a una temible conspiración del neoliberalismo, creo que una de las explicaciones se encuentra en el fenómeno digital: las pruebas son presentadas por alumnos de 15 años en promedio, quienes han sido criados desde la tierna infancia, en particular en países desarrollados o en algunos que se hallan cerca de ese estado, como México, sobreexpuestos a las tecnologías digitales y pantallas, cuyos efectos nocivos se reflejan en este descenso preocupante de sus capacidades intelectuales.
Desde hace años, el neurólogo francés Michel Desmurget ha presentado evidencias científicas sobre el temible efecto de las pantallas en bebés, niños y adolescentes. Su libro, La fábrica de cretinos digitales (Planeta, 2020) es un grito urgente por corregir el rumbo respecto a los consumos exorbitantes de equipos digitales (tabletas, celulares, etc.) y contenidos nocivos que no aportan ningún beneficio ni suplen la presencia humana, pero sí inhiben el correcto desarrollo del cerebro de los niños, mientras enriquecen a una élite que, como contraste, envía a sus hijos a escuelas donde todos los gadgets están prohibidos.
Desmurget considera que el consumo lúdico de dispositivos electrónicos, que inicia literalmente desde la cuna, está fuera de control. “Entre las principales víctimas de esta orgía consumidora de tiempo se encuentran todo tipo de actividades esenciales para el desarrollo, como el sueño, la lectura, el diálogo intrafamiliar, los deberes, el deporte, el arte, etc.”
Cualquiera que haya intentado entablar algún diálogo con un adolescente inmerso en la vorágine digital habrá comprobado sus dificultades para socializar, argumentar o prestar atención por periodos mínimos de tiempo. Jóvenes para quienes 3 por 0 es igual a 3, que tiemblan si se ven desprovistos de su celular y a quienes la pandemia agudizó su enfermedad.
Por fortuna, ésta tiene cura y es más sencilla de lo que parece, pero quizás sea tema para una futura columna.
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