Opinión • El nuevo eternauta • Jaime Panqueva
“En su país no se ha repetido un fenómeno como el que vivimos hoy en México y al que como sociedad evitamos mirar de frente…”
¿Qué hacer para evitar tanto horror?
¿Será posible evitarlo publicando
todo lo que el eternauta me contó?
HG Oesterheld
Sé que hay muchos temas en estos momentos en el tintero: el Papa recién electo, la gobernadora de gira en Japón con una secretaria de cultura que no ha dado la talla en el medio año que lleva en funciones, o la carrera por la elección judicial en Guanajuato con todas sus irregularidades y candidatos riesgosos. Sin embargo, no pude sustraerme a la emoción de escribir algunas líneas sobre la nueva serie argentina El eternauta, estrenada esta semana en Netflix, pues profeso un cariño muy particular por este personaje creado hace casi setenta años por Héctor Germán Oesterheld. Hace más de doce llegué a esta historieta, ilustrada en 1957 por Solano López, en buena parte tras leer sobre el triste final de su autor.
Durante la dictadura militar de Videla, más de dos décadas después de creado su personaje, Oesterheld planeaba una nueva serie de aventuras con el mismo dibujante. El 27 de abril de 1977 fue secuestrado por un Grupo de Tareas. Sus cuatro hijas de 24, 23, 19 y 18 años fueron también cazadas y detenidas, dos de ellas estaban embarazadas. La madre sólo pudo rescatar los restos de Beatriz Marta. Oesterheld deambuló por prisiones clandestinas donde sufrió maltrato y tortura. Los presos que lo conocieron lo describen agotado, aquejado por una enfermedad cutánea que le cubría de granos el rostro y la cabeza. Desconfiado, lacónico, la mayor parte del tiempo estaba escribiendo. Se dice que los militares buscaron que redactara una historieta sobre la vida del prócer argentino San Martín, no se sabe si la escribió o qué pasó con ella. Tampoco se ha establecido cuándo, dónde o de qué modo murió. Su nombre apareció bajo el número 7.546 en las listas de la Comisión Nacional de Desaparecidos.
Y su personaje, Juan Salvo, un hombre común, partisano contra la despiadada invasión alienígena iniciada tras una nieve que extermina a gran parte de la población, regresa encarnado por el actor argentino más reconocido de las últimas décadas, Ricardo Darín. Su rostro tras la máscara protectora es la insignia de una serie ambiciosa de seis capítulos dirigida por Bruno Stagnaro.
Uno de los grandes retos consistió con seguridad en adaptar el cómic a la Argentina actual. Salvo, por ejemplo, es un veterano de la guerra de las Malvinas obligado a empuñar de nuevo las armas. En la era del internet y los celulares, el sistema eléctrico, las telecomunicaciones y todo equipo dotado con semiconductores queda inservible gracias a un misterioso y descomunal pulso magnético. Aunque la serie vuelve al barrio y a los esfuerzos de la gente de a pie por sobrevivir a la helada mortal, Buenos Aires es más suburbana, con grandes anillos viales y centros comerciales. La dinámica familiar también ha mutado, Salvo está divorciado y su hija es adulta. Stagnaro y sus libretistas han realizado un upgrade digno del genio de Oesterheld.
Además debe aplaudirse su calidad fílmica, con un rodaje que tomó ocho meses. Los escenarios integran los efectos prácticos con imágenes generadas por computadora a la altura de series o películas de cualquier país actualmente en cartelera.
El mensaje de El eternauta sigue siendo poderoso y vigente: el hombre común se torna en héroe colectivo para enfrentar la iniquidad de una invasión despiadada. Su fuerza para combatir el mal infunde valor no sólo en época de dictaduras sino también cuando fuerzas políticas y económicas buscan apartarnos de valores fundamentales como la solidaridad, el bien común, la amistad y la verdad.
Los argentinos derrocaron su dictadura, enjuiciaron y condenaron a prácticamente todos sus líderes y asesinos, incluyendo empresarios colaboradores. Tampoco olvidan a sus desaparecidos y mantienen como memoriales sus centros de exterminio. En su país no se ha repetido un fenómeno como el que vivimos hoy en México y al que como sociedad evitamos mirar de frente. Esa quizá no sea una lección de El eternauta, pero tenemos la obligación de aprenderla de sus herederos.
Comentarios a mi correo electrónico: [email protected]