Opinión • La sangre de Xóchitl • Jaime Panqueva

Cuando llegué, el estadio Sergio León Chávez estaba lleno a reventar. El corte de tráfico en el puente Siglo XXI, cerrado por arriba y poblado por debajo con inmigrantes en sus carpas, me obligó a caminar desde la prolongación Avenida Guerrero hasta el parque Irekua, donde se reunían grupos de rezagados, de lugares tan lejanos y ajenos como el estado de Morelos. Pequeños contingentes habían decidido dar una vuelta antes de iniciar su viaje de retorno en alguno de los cientos de camiones previstos para el acarreo.
A las 5:30 pm las puertas estaban cerradas a cal y canto mientras algunos grupos con sus gorras, banderas y bolsas promocionales, se agolpaban con intenciones de ingresar. Me sorprendió verlos juntos, PRI, PAN y PRD con sus colores tradicionales, hombro con hombro, en una espera casi delirante. Adentro se oye la emoción, afuera caras largas de quienes llegan tarde y se quedan sin pastel. Tras unos minutos frente a la puerta cero, ante una avenida Lázaro Cárdenas cerrada por completo al tránsito, decidí buscar otro punto de ingreso. Lo logré por la puerta dos, donde los jóvenes seguidores del partido tranquilizaban a la gente y permitían la salida ordenada de desertores del evento. Gracias a la credencial de prensa logré infiltrarme y ayudé a colar a un hombre que necesitaba usar los sanitarios.
No quiero justificarme, pero no acostumbro jamás a meterme a este tipo de mítines políticos. Por una parte los considero una pérdida de tiempo, siempre empiezan tarde y mantienen en expectación a miles de personas sin un fin real que lo justifique; por otra, no soy afecto a las multitudes. Éste, lo tenía claro desde un principio, no sería una excepción.
Aunque también tenía claro que la elección de Irapuato como punto de inicio de la campaña presidencial de Xóchitl Gálvez no fue una cuestión menor, tampoco el uso de recursos para este arranque: un esfuerzo importante de las estructuras locales y nacionales para mostrar su músculo electoral. Eso, además de empalmarse con el inicio de campaña de Libia García por la gubernatura, por lo menos, me hacía esperar un anuncio cuando no relevante, al menos simbólico. Y lo fue.
Eran casi las seis de la tarde, la intervención de la candidata Libia Denisse García acababa de terminar cuando emergió en la cabecera poniente, donde se ubica habitualmente la porra Freseros y Orgullosos. La energía desbordaba durante la presentación de la “futura presidenta de México”, quien tomó la palabra. Fiel a su estilo, fue breve y directa, con el tono de voz regañón, con esas erres que se le atoran a la mitad de la garganta, sin gracia ni modulaciones amables. Lo importante era dejar en claro que las ayudas sociales, etiquetadas por su Frente Amplio por México como populismo, y que no se hartan de condenar del actual gobierno, seguirán intocadas en el suyo (de llegar, claro) y además los ampliará, y de pilón, bajará la edad de pensión para adultos mayores cinco años, sin considerar que cada vez somos un país más viejo, ni siquiera mencionar cómo vamos a pagarlo.
Mientras los cielos eran surcados con drones que hacían las delicias de las porras pendientes de la foto o el reel, acompañada en un inicio por un cura Hidalgo sacado de alguna producción de Televisa, Xóchitl prometió acabar con los abrazos y concentrarse en los balazos, en la misma “mano dura” que incendió este país durante los sexenios prianistas. Dijo devolver al ejército a los cuarteles y convertir en civil la guardia nacional (nada mala idea). Mencionó masacres como la de diciembre en Salvatierra como una muestra de la política nacional de seguridad, sin mencionar que la policía municipal y un grupo de la FSPE se hallaba a un par de cuadras y no hicieron nada para detenerla.
Para exacerbar los ánimos y ante el notario público 52 de la ciudad, sobre un escritorio de vidrio apostado en el centro del escenario y sobre la sagrada cancha de la trinca fresera, manchó con su sangre (o por lo menos algún fluido que se le parecía) su juramento para no terminar con lo iniciado por la 4T… ¿Populista? N’ombre, claro que no: eso encarna el cambio que según ellos, todo México anhela.
El cierre apoteósico llegó con el lanzamiento de confeti tipo final de Champions League y la desbandada general del público. Eran las 6:22 pm, la intervención de la candidata duró poco más de 15 minutos. Luego vino el besamanos y las tradicionales fotografías que fueron más aprovechadas por Libia Dennise que por la aspirante a la presidencia, pues a partir de entonces sólo se escuchó su machacón jingle de campaña.
La salida del estadio no pudo ser más amena, pues aproveché para charlar con los asistentes, público femenino en una proporción de 5 a 1, y admirarme de su compromiso y fidelidad: las horas de espera, los cientos de kilómetros recorridos por sólo unos minutos de show y algunos promocionales desechables. El orden y la alegría adornaron el peregrinar hacia la puerta siete, en medio de esa fe que busca darle la vuelta a una elección presidencial que parece ya cantada. Al igual que no se esperan sorpresas en una contienda estatal con Morena derrotada desde hace meses.
Me quedo con esos electores, esa esperanza incombustible. Ante eso quizá todo lo narrado haya sido sólo un trámite, un juego más de símbolos absurdos y caducos de quienes Jorge Eliécer Gaitán, un político colombiano del siglo pasado, llamaba: “Los mismos con las mismas”. Aunque para esta ocasión valdría la pena adecuar la frase a: “Las mismas con lo mismo.”
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