Pequeño manual para conciliar el sueño

Pequeño manual para conciliar el sueño

Dormir bien es una de las mejores cosas que podemos hacer. Cuando estamos descansados, nuestra mente está más lúcida y somos más productivos. Desgraciadamente, no basta con meterse a la cama y ponerse el piyama para dormir. Podemos pasar siete u ocho horas en la cama y, sin embargo, levantarnos cansados y malhumorados al día siguiente.

Pero, ¿hay algo que podamos hacer para dormir mejor sin tener que recurrir a pastillas o cosas semejantes? Por supuesto.

En primer lugar, digamos que nuestra mente puede encontrarse en dos «modos». Así como puede manejarse un coche en modo «deportivo» (más rápido) o en modo «económico» (menos gasto de gasolina), así también le pasa a nuestro cerebro. Podemos tener la mente en modo «resolver problemas» o en modo «contemplación».

El primer modo es cuando tenemos una preocupación por resolver: cómo pagar una deuda, cómo organizar una agenda o cómo explicar algo. Tenemos un problema en la mente. Si nos metemos a la cama con la preocupación, difícilmente podremos conciliar el sueño.

Hay personas más propensas que otras a preocuparse. A algunos les resulta más fácil desentenderse de un problema. Es su psicología. La gente que se preocupa mucho por el pasado o por el futuro —como quien escribe estas líneas— tiende más a sufrir insomnio.

En realidad, para dormir bien, lo primero que se necesita es disciplina, sobre todo, disciplina mental. Ayuda mucho aprender a «bajar la cortina» al final del día, como cuando se cierra una tienda. Por ejemplo, tomar la decisión consciente de no atender asuntos de trabajo después de las 8:00 de la noche, a no ser que se trate de algo verdaderamente urgente. La mayoría de los asuntos que llaman a nuestra puerta a esa hora, pueden esperar al día siguiente. Hay que crear a lo largo de nuestro día «espacios aéreos» reservados en los que el trabajo u otros asuntos no puedan volar. Posponer un pendiente, no significa no atenderlo nunca. Posponer no es cancelar.

También es muy útil apagar el celular y decirles a los propios colaboradores que, si tienen alguna urgencia, llamen mejor al teléfono fijo. Hay que aprender a defender los propios tiempos de descanso.

Pero volvamos al tema de los «modos» de nuestro cerebro. ¿Cómo pasar del modo «resolver problemas» al modo «contemplar»?

Nuestro cerebro nunca deja de trabajar. Es una especie de niño hiperactivo. Obviamente, si tenemos un problema en la mente, lo mejor es resolverlo o anotarlo en un papel con la intención de afrontarlo al día siguiente. A veces, asignar un tiempo en nuestra agenda para resolver un problema equivale, desde el punto de vista psicológico-subjetivo, a resolverlo.

Como nuestra mente no puede estar ociosa, es necesario que nosotros le proporcionemos un objeto en el que pueda posarse. Pero no debe ser un objeto problemático, sino un objeto para contemplar.

Una vez dentro de la cama, ayuda mucho escuchar música calmada y prestarle a esta toda nuestra atención. La música de Ludovico Einaudi o la música clásica son buenas opciones.

Puesta la música, debemos esforzarnos por escucharla con toda nitidez sin problematizar lo que estamos escuchando. Solo oír. Esto es, no debemos hacernos preguntas como, ¿con qué instrumento estarán tocando esto? o ¿de qué marca será la guitarra del grupo?, etc. No, se trata simple y sencillamente de escuchar. Concentrarnos en la música y olvidarnos de nosotros mismos.

Aquí es muy importante recordar lo que Viktor Frankl llama la «intención paradójica». Frankl explica cómo hay cosas en la vida que no se pueden obtener si las buscamos directamente. Dicho de otra forma, hay cosas que, para conseguirlas, no debemos buscarlas. Cuenta el caso de un paciente con un severo problema de tartamudeo. El paciente, a pesar de sus esfuerzos, nunca había podido superar este problema del habla…, excepto una vez. Fue cuando se subió a un tranvía sin pagar: el chofer lo descubrió y él, para ganarse su simpatía y perdón, quiso presentarse como un pobre niño tartamudo. Pero la tartamudez no apareció…

Lo mismo sucede con el sueño: si queremos dormirnos, no lo conseguiremos. Por eso, es importante que nuestra mente y, sobre todo, nuestra intención se concentren únicamente en escuchar y disfrutar la música. Esta es la diferencia entre «dormirse» y «quedarse dormido». Lo segundo nos pasa cuando vemos una película aburrida, cuando vamos en el coche o cuando tenemos que escuchar un discurso que no nos interesa. El sueño, sin buscarlo, nos sorprende. Esas son las ocasiones en las que más descansamos.

Ahora bien, escuchar música mantiene ocupados y alejados de preocupaciones a nuestros oídos, pero, ¿qué hay de los ojos? Ciertamente, cuando nos vamos a dormir, los tenemos cerrados o el cuarto está obscuro; pero hay otros «ojos» que no necesitan luz para ver: la imaginación. Santa Teresa de Jesús llama a la imaginación «la loca de la casa». ¡Y vaya que si lo es!

San Ignacio de Loyola, en su librito de los ejercicios espirituales, recomienda a los ejercitantes que, durante la oración, hagan una «composición de lugar», es decir, que se imaginen conscientemente aquello en lo que están orando, de forma que su imaginación esté ocupada. Por ejemplo, si están meditando sobre el nacimiento de Jesús, deben imaginarse la cueva de Belén. Una cosa es segura: si nosotros no le damos un quehacer a la imaginación, esta se lo buscará por sí misma y lo más probable es que se vaya espontáneamente a aquellos temas que más nos preocupan. Esto, como es natural, nos impedirá conciliar el sueño. Por ello, conviene que, mientras escuchamos la música, tratemos de imaginar lugares bellos y placenteros, lugares en los que hayamos estado o hayamos visto en la televisión o en fotos: playas, atardeceres, bosques, montañas, etc., en definitiva, todo aquello que nos lleve a una contemplación y sensación placentera. Obviamente, habrá que evitar imágenes con connotaciones emotivas fuertes, por ejemplo, el lugar al que solía ir con una exnovia o exnovio.

Quizás todo esto pueda parecer muy complicado o artificial. En cierta forma lo es; pero, si lo analizamos, eso es precisamente lo que se hace para dormir a un bebé: se le canta una canción de cuna y se le mece para que su espíritu se serene y se duerma. Cuanto se ha dicho hasta este momento, en el fondo, no es más que una forma de «autoarrullo».

Si bien, conciliar el sueño no debe ser el problema central de nuestro día, porque puede ser contraproducente, si conviene de vez en cuando hacer algo, sin perder la naturalidad, para descansar mejor por las noches. Nuestro cuerpo nos lo agradecerá y posiblemente también quienes nos rodean…