Escenarios • El abuelo • Paola Arenas
“… no hablaré de un recinto como en cada entrega, sino de lo que realmente importa: la gente que los habita…”

Quien se haya parado en un escenario en León, recordará a un hombre alto, corpulento, de barba a veces larga, a veces no tanto, con zapatos que tenían al menos un toque de color fluorescente; sobre todo, un hombre con una franca sonrisa.
Hoy no hablaré de un recinto como en cada entrega, sino de lo que realmente importa: la gente que los habita. No hablo de los artistas, sino de quien le da vida y conoce lo que implica que un teatro funcione; ahí, en la obscuridad, donde nadie voltea a ver, donde nadie aplaude, donde está la verdadera vocación.
Este año nos ha dejado con las memorias de algunos personajes importantes para la escena leonesa. El más reciente y particularmente doloroso es Sandro Neri Jiménez, mejor conocido como “El Abuelo”, personaje legendario del Teatro Manuel Doblado y del María Grever, que comparten planta técnica al ser parte del Instituto Cultural de León. Su pronta partida nos remueve los recuerdos, nos hace cuestionarnos el futuro, pero, sobre todo, hace que el presente se torne gris.
En la mayoría de las funciones que tuve en estos recintos, siempre estuvo ahí. Jamás se negaba a hacer alguna labor, era eficiente en la consola, le gustaba aprender sobre las nuevas tecnologías (cosa que pocos técnicos tienen), era sincero a la hora de dar una opinión sobre el trabajo que presentábamos. Se convirtió con los años en un buen primer filtro sobre la calidad de lo que llevábamos a escena; cuando a él le gustaba, yo me quedaba tranquila.
Me llevaré en la memoria que quiso tomarse una foto en una iluminación mía –para su Facebook- con la luna de fondo. Que cuando llegué a ese montaje le mostré emocionada mi globo de vidrio y le brillaron los ojos igual que a mí.
Lo que siempre me pareció más valioso de él fue su generosidad; estaba dispuesto a enseñarnos siempre, y también a aprender. Durante las jornadas académicas de una Universidad local tuvimos la fortuna de realizar una mesa con técnicos de varios teatros, y en su brutal honestidad El Abuelo comentaba a los alumnos sobre el amor a lo que hacía, sobre la resistencia, sobre lo bueno y lo malo que hay en el gremio. Nunca le vi negar un consejo a un alumno; jamás le vi esconder un truco para que nadie más lo aprendiera -como si he visto a muchos otros-. Le vi atento a los maestros que venían a diseñar, y mirando a lo lejos para aprender.
El sistema de técnicos teatrales
Recordando tantos montajes y anécdotas con el abuelo, pienso en el sistema de técnicos teatrales de este país, que he visto desde muchos ángulos, siendo parte o trabajando con ellos. Desde el sistema estatal, el municipal, el nacional, con equipos técnicos sindicalizados, algunos burócratas con contratos de 9 a 5 de lunes a viernes, en freelance, en capítulo tres mil (como proveedores de servicios, sin derecho alguno). Me queda claro que conseguir la dignidad para el trabajo técnico tiene un largo camino por recorrer. He escuchado a muchas compañías decir que todos somos percibidos como iguales, pero en la realidad es distinta, y se ve en detalles tan simples como que a los técnicos muchas veces no se les permite tomar catering, porque es para el talento, para el elenco, como si las personas que llegan varias horas antes que ellos y que tienen trabajos físicamente demandantes, no necesitaran de un café o un poco de azúcar para sobrevivir a esta vorágine de vida.
Desde hace varios años se resiente la carencia de técnicos con formación. Es muy difícil encontrar a alguien que quiera ser técnico de teatro. Hay más personas interesadas en trabajar para espectáculos masivos o conciertos, que responden a la inmediatez en que vivimos. No hay escuelas que formen tramoyistas, por ejemplo. No es una profesión o un oficio, como sí lo son los de diseño u otras áreas del teatro que cuentan con estudios profesionales. El técnico de teatro fue durante muchos años un personaje que venía de familias teatrales, que heredaba plazas, que mamaba la profesión desde bebé.
Este fenómeno es multifactorial. Por un lado, la situación general del teatro en el país es precaria, los sueldos no son competitivos, y las condiciones de trabajo no son dignas, no hay derechos laborales para los trabajadores de la escena, en su mayoría no cuentan con seguro médico ni prestación alguna. En los casos que sí, como los sindicalizados, los horarios extenuantes para obtener horas extras, los privilegios que obtienen muchas veces por fuerza, hacen que las condiciones y el espíritu de los trabajadores se quebrante en un círculo vicioso difícil de romper.
Los avances
Aunque podemos ver avances en otros sentidos: cada día es más común encontrar mujeres en puestos técnicos, ya no sólo en vestuario como sucedía antes: utilería, audio, iluminación, tramoya, traspunte, producción. En el estado podemos mencionar a Rocío Puente en el ICL, a Aline y Paulina en el Teatro del Bicentenario, o a Andy Rivera en el Teatro Juárez. Poco a poco vamos poblando los equipos técnicos y ganándonos un lugar de respeto entre ellos. La lucha aún es larga, pero vamos avanzando.
Durante este año, recibía constantemente mensajes del abuelo, preguntándome sobre las dinámicas de vida de la CdMx, sobre el nivel técnico que había acá, si como guanajuatenses podíamos ser competitivos en esta ciudad. Quería intentarlo, quería mudarse y empezar de nuevo. La vida y el destino jugaron en contra, pero mi respuesta siempre fue: sí, se puede, hay un caos constante en esta ciudad, el ritmo de trabajo es vertiginoso, pero la capacidad técnica está en el nivel de cualquier teatro del país.
Ojalá no tuviera que cerrar esta columna. Ojalá nunca se debiera escribir sobre alguien a quien ya no veremos más, ojalá que la vida no se tratara del dolor. Pero la vida no es así: es un eterno claro obscuro, está llena de sinsabores, y justo eso es lo que representamos en la escena, así, que pondremos aquí solamente un:
Prevenidos… se cierra telón.