viernes. 20.09.2024
El Tiempo

Escenarios • Culiacán: teatro contra viento, marea y huracanes • Paola Arenas

“Reflexiono sobre el término ‘compañía’: personas que están juntas en un lugar al mismo tiempo…”

El Teatro Socorro Astol en Culiacán - Foto, Paola Arenas
El Teatro Socorro Astol en Culiacán - Foto, Paola Arenas
Escenarios • Culiacán: teatro contra viento, marea y huracanes • Paola Arenas

Es muy normal; lo que no es, es frecuente.
Frase de la obra El diccionario de Manuel Calzada Pérez



(Me atrevo a publicar esto por las palabras de mi querido editor: «La sensibilización es indispensable, Pao. Circula demasiada mierda polarizada». Confieso que siempre tengo temor al darle «enviar», y hoy pienso en lo superfluo de mi anécdota frente a la situación de las familias destruidas por El Paso de Ottis, en nuestras realidades tan dispares, y en cómo resuenan las palabras de un personaje en una obra que aún no estrenamos:

-Y nosotros, encerrados en un teatro, instalados un siglo antes, ensayando un Chejov…) 

Así… así nos llegan las noticias de un mundo que cae a pedazos, pero al que nos aferramos para seguir contando historias.)

Hace poco más de un año, dentro de la gira de “Teatro a una sola voz”, me tocó visitar Culiacán, el particular Culiacán, una ciudad cautivadora, hermosa, con el mejor aguachile de camarón y el sushi más rico de este país. La recuerdo como una ciudad de gente muy independiente, lo cual me parece cautivante.

Paola Arenas - Escenarios Culiacán - Foto, Paola Arenas
Paola Arenas - Escenarios Culiacán - Foto, Paola Arenas

Presentamos “Flores para los muertos”, en el Teatro Socorro Astol, gira sobre la que tengo varias colaboraciones en este espacio, y por una u otra razón, no me di el tiempo de escribirle a esta bella experiencia. Hoy, en una realidad distinta, la vida me regala otra aventura al Culiacán que se ha desdibujado entre la violencia y los desastres naturales.

El Teatro Socorro Astol se encuentra dentro un complejo cultural con otros espacios. Éste es una sala pequeña, para no más de 260 personas, sin embargo, es un lugar cercano para los locales. Como en todos lados, lo que vale la pena de este espacio es su gente, siempre dispuesta a sacar adelante cualquier circunstancia, porque en esta ocasión, si algo no nos faltó, fue circunstancia. 

Hace una semana soy asignada a la gira de “El Diccionario” en Culiacán, obra que protagoniza la maestra Luisa Huertas, sobre los últimos años de María Moliner, mujer ilustre que escribió un par de diccionarios. Este montaje ha recorrido casi todo el país. Es una de esas obras que te trastocan el corazón y te llevan a pensar en lo frágil de la vida; esta gira también lo está siendo así.

Pensábamos que sería una gira tranquila, con tiempo suficiente para montaje y ensayo, entregando así un muy digno trabajo a los culichis a cambio, obviamente, de un pedacito de su gloria de aguachile. Sin embargo, el día que llegamos a nuestro llamado al aeropuerto, el vuelo fue cancelado por una tal Norma, un huracán que estaba tocando tierra en La Paz, Baja California, el cual había provocado fuertes lluvias en Sinaloa, manteniendo cerrando el aeropuerto de Culiacán. Así que, contra viento y marea, lograron colocarnos en un vuelo al día siguiente rumbo a Mazatlán, para llevarnos a Culiacán por tierra. Llegamos muy temprano al siguiente día, con la siempre incertidumbre sobre la fuerza de la naturaleza, que parecía haber calmado sus aguas, dejándonos abordar a tiempo el avión para volar casi dos horas a nuestro destino, sólo para escuchar al capitán anunciando por el altavoz que el aeropuerto de Mazatlán estaba cerrado debido a encharcamientos, por lo que nos desviaríamos a Guadalajara.

Más de dos horas estuvimos encerrados en el avión, esperando noticias acerca de nuestro destino, con opción a comer una Maruchan en $45 y una botella pequeña de agua en $48.

Logramos despegar para, al fin, aterrizar cuarenta y cinco minutos después en Mazatlán, un aeropuerto con las bandas de maletas encharcadas y costales de tierra en todas las puertas. 

La camioneta enviada por el festival en el que nos presentaríamos nos esperaba a la salida, para hacer el intento de llevarnos a Culiacán, no sin antes hacer la debida parada en el Oxxo para surtirnos de provisiones, luego de casi siete horas de trayecto. Pasamos un río a punto de desbordarse, nos adentramos entre montañas reverdecidas por la cantidad de agua que trajo Norma, hemos perdido un día entero de trabajo, y aún debemos sacar adelante una función para el siguiente día. 

Once horas después de llegar al aeropuerto hemos llegado al hotel, al fin, sanos y salvos, dispuestos a devorar lo que sea que nos pongan enfrente -siempre y cuando no haya tenido pestañas, en mi caso-, y marchar al teatro para aprovechar las pocas horas que nos quedan de montaje. Al entrar al teatro nos encontramos ante un grupo de técnicos aburridos de esperar por tantas horas, pero entusiasmados por la posibilidad de no cancelar esta función. 

Comenzamos el montaje, desembalamos toda la escenografía, la utilería, muebles, cajas de herramientas; medimos el espacio para cuadrarlo; tomamos decisiones sobre cómo adaptarnos; todo es vertiginoso, pero todos tenemos la misma meta y trabajamos como un verdadero equipo. Lo complejo de este montaje es la pared de fondo, unos trastos llenos de fichas bibliográficas con la definición de ciertos conceptos importantes para la obra, SPOILERALERT, que volarán y caerán en algún momento, así que todos -encargados de giras, producción, vestuario, utilería- ponemos manos a la obra para lograr llegar en tiempo récord, con el montaje completo. Estamos ahí hasta la media noche, con los ojitos ya hinchados y los piecitos palpitando. 

Regresamos al hotel a dormir algunas horas para regresar al montaje, terminar de hacer luces, audio, seguir y seguir con las fichas, ventiladores, una alfombra blanca que nos obliga a quitarnos los zapatos y cuidar que nadie esté cruzando por el espacio. Llega el elenco, lamaestra Luisa Huertas, elmaestro Oscar Narváez, Antonio Rojas y Roldán Ramírez. Todos han tenido una actitud maravillosa y muchas consideraciones con nosotros. Logramos -no sé bien cómo- un ensayo técnico con el elenco, sólo con un par de notas para la función, que corregimos en un par de horas. 

Estábamos listos. El público -que, según me cuentan, está acostumbrado a llegar justo a la hora de la función, porque por uso y costumbre se inicia 10 minutos tarde- hacía fila desde temprano para asegurar su lugar en la puesta. Tuvimos más de doscientas personas llenando la sala, reaccionando a cada texto, a cada intención; me hacían pensar en lo distintos que somos por nuestras geografías. Se reían en partes donde la gente normalmente se entristece. Creo que las zonas azotadas por la violencia, tienen un humor muy particular, el norte, tiene un humor ácido, reflejo de su cotidiano. Pienso que con lo que ellos ven y viven a diario, circunstancias que para la gente del centro pueden ser dramáticas, a ellos simplemente les dan risa, o ternura. Qué fascinante es la posibilidad de observar cómo reacciona el espectador. 

Después de esta travesía, logramos una bellísima función. El público regaló un aplauso nutrido, de pie; subieron al escenario con flores para la maestra Luisa y Fito, un personaje cultural heredero de Oscar Liera, dedicó unas palabras de agradecimiento a la compañía por la función que presentamos. Ella nos sorprendió al agradecer al equipo técnico, relatando brevemente la travesía que vivimos; sus palabras se quedan en mi corazón y me hacen, al fin, este bello sentido de compañía.

Reflexiono sobre el término compañía: personas que están juntas en un lugar al mismo tiempo. Pienso que las compañías sí, son los actores, sí, somos los técnicos, sí, son los equipos creativos, sí, es el staff y equipo administrativo, pero también lo es el público que nos acompaña en cada función, que nos regala sus risas, sus suspiros, todas sus reacciones, el público que justamente nos acompaña. Esa compañía es la que distingue a las artes escénicas de cualquier otro arte: el que estemos en presencia del otro, en el aquí y el ahora, justamente, el acompañarnos en tantas travesías que surgen en las tablas de un escenario.