Anecdotario del Mosco • Tribu • Roberto Mosqueda
En 2020 emigré a la Ciudad de México para llevar a cabo un sueño que contemplaba desde mi dosmilera adolescencia: dedicarme de lleno a las artes escénicas. Esto fue posible gracias a que, después de una intensa audición, fui seleccionado para formar parte del elenco de “La Novena Sinfonía Danza Contemporánea”; un espectáculo dirigido por el coreógrafo Raúl Tamez y producido por La Infinita Compañía, contra viento y marea, en un tiempo por demás difícil para la manufactura artística.
Derivado de lo anterior, a lo largo de los últimos dos años y medio se detonó un caudal de sucesos afortunados que -al día de hoy- han contribuido a que yo continúe en la capital de nuestro país. Ahora trabajo como artista independiente y tengo un proyecto propio, que dirijo en conjunto con la maestra Paulina del Carmen: La Pausa Teatro Danza (nuestro bebé).
Alrededor de esto hay un sinfín de anécdotas para compartir; algunas más duras, otras más conmovedoras y la mayoría bastante hilarantes, he de decir. Afortunadamente, tendremos varias oportunidades para darlas a conocer.
Relataré una. En febrero fui a un cajero automático a retirar los últimos pesos de mi cuenta para… pues para la vida; para los alimentos y para el transporte, básicamente. Algo que he aprendido de esta glamourosa vida de freelancer es a ser lo más administrado y paciente posible, ya que nuestros pagos pueden salir con meses de atraso. Otra cosa que también he asimilado durante este tiempo en la CDMX, es que nunca falta el hábil carterista urbano que haga de las suyas. Así fue como ese día de febrero, de pronto, me quedé sin dinero para comer, para moverme o para lo más mínimo. Valga la pena comentar que, desgraciadamente, esa puede llegar a ser la realidad de muchos colegas.
En una situación tal, la sensación de vulnerabilidad es intensa. Hay un pequeño proceso de duelo: shock, negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Normal. Después de un rato, llamé a mi hermano Iván y le conté la situación. En cuestión de minutos me mandó un comprobante de depósito por más de la cantidad que me había sido robada, acompañada de un mensaje: “No hay que pagarlo. Yo sé que cuando yo lo necesite, también cuento con los carnales”.
El pasado 5 de marzo se conmemoró en México el Día de la Familia. Y, ciertamente, éste es un tema complejo; considerando que en esta célula estructural pueden sembrarse los valores necesarios para vivir lo más armónicamente posible en sociedad, así como también gestarse las peores desgracias humanas. De hecho, el periodista estadounidense Marty Nemko en su artículo “La familia está sobrevalorada” (2008), afirma que muchas personas la padecen tremendamente. Lamentablemente, así es.
Asimismo, existe un intenso debate sobre los modelos de familia. Al respecto hay posturas más conservadoras y otras más progresistas. Muchas veces, ambos campos están minados por prejuicios. Al respecto, quizá sea conveniente retomar la definición del Diccionario de la Real Academia Española que engloba a la familia como “un grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas”, “conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje”, “conjunto de personas que comparten alguna condición, opinión o tendencia” ó “grupo de personas relacionadas por amistad o trato”.
Cuando se me propuso escribir en este espacio, sin dudar dije que sí. Y desde un inicio supe que la primera entrega -en este momento de mi vida, lleno de retos; así como también de privilegios-, la quería dedicar a la familia. Estas palabras son un homenaje a esa red de apoyo, empatía y ayuda que cualquier persona necesitamos en nuestra vida; esté marcada por lazos sanguíneos o no. El alivio que sentí cuando mi hermano me ayudó es algo que deseo para quien esté transitando por un momento oscuro. He ahí lo esencial. Inclusive tengo el sueño utópico y complicado de que cada ser humano podamos ser familia para todas las demás personas, a pesar de nuestras hondas diferencias.
Con sus claros y sus oscuros, mi familia siempre está allí. Me gusta describirla como “mi tribu”; esto, más que hacerla “mía”, me hace “suyo” -es decir, “parte de”. Esas palabras le dan una cualidad ancestral a esta constelación donde están mamá, papá, hermanos, abuelas, abuelos, tías, tíos, primas, primos, amigas, amigos y mascotas.
Recuerdo otra anécdota similar. Esperando un pago que no “caía”, me quedé “en ceros” (insisto: qué glamourosa la vida artística). Estaba desesperado. Caminaba por la calle y le hablé avergonzado a mi padre para pedirle un préstamo. Sin dudarlo, me apoyó. “Con cariño y solidaridad para tu proyecto de vida”, me escribió en un mensaje. Y yo, a mis treinta y tantos, me alcancé a quebrar como un niño, agradecido.
Dos semanas después, saliendo de trabajar en una función de teatro, andaba por el Zócalo y se me acercó una mujer con sus dos hijos. “Me llamo Esperanza” dijo. “Vivía en Seattle, Washington” continuó; luego procedió a contarme cómo fueron atrapados en una redada afuera de un centro comercial, luego deportados a Tijuana -donde a ella le quitaron su teléfono y todo su dinero- y de allí enviados a la Ciudad. “Llegamos hoy. No tenemos donde dormir, los albergues están llenos. Encontré una habitación en el hotel más barato. Por favor, dígame si puedo trabajarle lo que sea para que me pague y juntar el dinero”. Sus niños son asmáticos; yo percibí una genuina desesperación en su mirada. Solo traía cincuenta pesos, para el metro. Le di treinta. Luego vi cómo fue a pedir más ayuda. Nadie la escuchaba. Y de pronto: recordé el mensaje de mi hermano. Recordé las palabras de mi papá. Recordé a mi mamá. Recordé a mi familia.
Alcancé a Esperanza y a sus hijos. Fuimos a un Oxxo. Hice un retiro para completar lo de la habitación y les pude comprar un panqué (qué caro se ha puesto Bimbo, por cierto). Luego la acompañé al hotel; curiosamente, ubicado al lado del teatro donde estuve horas antes. Una señora los recibió en ese lugar que remite a una de las famosas novelas de Víctor Hugo. Y, al menos esa noche, no durmieron en la calle; espero que hayan sentido algo de alivio. Quizá de todo esto se trata el tema de celebrar a la familia. De ser tribu.