lunes. 23.06.2025
El Tiempo

El libro más leído

" ... todo lo que realmente importa a mi defectuosa maquinaria neural que no encuentra la felicidad en una tienda, sino en la infinita libertad del pensamiento y la palabra"

El libro más leído

La semana que pasó fuimos invitados a la FIL un grupo de escritores para representar las letras acambarenses en la reunión literaria más grande de América. Una vez ahí me vi en la disyuntiva entre hablar de política o de letras, y platiqué una historia que no supe sí soñé, viví o la inventé, pero que me dieron ganas de compartirla con los lectores en los espacios que la vida le ha abierto a mi pluma. Ésta habla de un escritor, su nada ortodoxo público y el método de resistencia pacífica que descubrieron:

"Como nadie le compró su libro al poeta, decepcionado por las críticas desfavorables la mayoría de las veces bien merecidas, cuando fue a visitar a un pariente cercano en la cárcel se llevó la única copia que había abierto y, por descuido, ahí la olvidó. El familiar preso, quien realmente era su tío, recuperó el libro y al terminar de leerlo prestó a otro reo las fojas con poemas y así, sucesivamente, fueron cambiando de manos. Se volvió tan codiciado el destartalado encuadernado (ya estaba desvencijado de tantas ávidas hojeadas y, a decir verdad, el empastado no era de mucha calidad), que su tío le pidió que enviara más copias al penal, y él mandó los 499 tomos que tenía aún empacados. Aunque sólo aumentó el 15% del costo del tiraje para pagarse los viáticos, eso bastó para una segunda edición, que agotó en otras prisiones.

Pero había un pasaje específico donde casi se desintegraban las páginas de tanta lectura. Eran unos martajados alejandrinos que decían en el anverso del papel:

Concesión hecha por Dios al hombre fue pensar,
 sin necesidad de ley ni mucho menos alas
un libro, imaginación e instinto en vez de balas
para lograr de un soplo su espíritu fugar.

Y al reverso declamaba:

Quedarás prisionero de un cuerpo,
tras la reja.
Mientras sueñes,
vegano animal de metafísica,
esencia, no realidad,
aun sin mover los brazos,
ni pisar los pies,
sólo
falta reivindicar
potestad a la voz y ya verás, no hay cerradura.

Las siguientes cuartillas recitaban cosas parecidas.

Acaso no era tan buen poeta, pero encontró de manera fortuita un nutrido público al que le apuntó directo en el corazón.

El escritor se sintió dichoso. Conforme fueron recobrando la libertad los hombres tras los barrotes, llevaron en los labios su trabajo y eso le permitió volver a imprimir, vender sus letras que fueron traducidas para comercializarse en las cárceles de todo el mundo, con lo cual el poeta se compró un carro nuevo, construyó una casa con ático para sus libros y se hizo de fama, cosas muy raras en los literatos que no optan por novelas de superación personal.

Pero el verdadero cambio repercutió en los reos. Desayunaban poesía, comían poesía y soñaban en verso. De ese modo se dieron cuenta que una celosía jamás los volvería a tener cautivos. La lectura los había emancipado y los condenados nunca dejaron de leer, como un acto de rebelión al orden carcelario establecido que los tenía encerrados para purgar una condena, no para conocer la verdadera libertad”.

Como verán, esta vez no quise hablar de todos los problemas que nos aquejan ni de otros que se nos vienen encima. No sé qué opinen ustedes, pero creo que aunque la vida misma, nuestros políticos y ahora Trump, se empeñen en que seamos desgraciados, no debemos darles gusto.

Igual que los procesados y el poeta del relato, como acto subversivo, voy a ser feliz nomás porque se me da la gana. ¿Poca cosa? Quienes viven en el Primer Mundo creerán que sí; los padres de los 43, indignados con la cortina de humo de la Belisario Domínguez, los que están exiliados por el hambre en un país que los repudia, los huérfanos de policías y militares que murieron cumpliendo con su deber, mis demás compatriotas que ven a sus hijos irse a la cama con el estómago vacío mientras hay gobernadores que dejan a sus estados en la ruina económica, saben que no es poca cosa ser feliz frente a la corriente, con todas las previsiones estadísticas en contra, y en eso consistirá hoy mi rebelión: en sonreír. Y qué mejor manera que como lo hice aquel fin de semana en Guadalajara, rodeado de mis libros, mis lectores, la familia y mis amigos, todo lo que realmente importa a mi defectuosa maquinaria neural que no encuentra la felicidad en una tienda, sino en la infinita libertad del pensamiento y la palabra.