miércoles. 24.04.2024
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Recobrando tiempos

Reseña de Alejandro García sobre el libro Periodismo de emergencia. Crónicas, entrevistas, reportajes, de Vicente Leñero.

Recobrando tiempos

 

Desapareció el viejo barrio, como diría José Emilio. Se murieron o se fueron sus habitantes; se borraron para siempre de San Pedro de los Pinos.

Vicente Leñero

La Modernidad nos hizo conscientes, nos tornó críticos, de allí provienen la construcción de las nacionalidades y las ideas de progreso y de la diferencia, la pasión por la historia y el culto al tiempo evolutivo. Traía aparejadas sus contradicciones y esto se hizo notorio cuando los lemas se tornaron realidades de poder, manchas envolventes de viejos y nuevos imperios y sobrevino la esclerotización de la razón en dogma de fe. O bien era el enemigo enquistado, el Antiguo Régimen, el que impedía el cambio integral o bien era cuestión de tiempo que exigía el sacrificio del presente en aras del futuro. Claro que todo esto sucedería en la tierra.

Ante el silencio y el ruido institucional: callar lo no conveniente, generar una algarabía que distraiga y atonte, la actividad intelectual ha optado por el registro y la denuncia, la expresión del pensamiento de los marginados, el registro de las injusticias y los excesos. La resistencia. Si Proust (por ejemplo) nos enseñó la brillantez del monólogo, del silencio y de la discreción, el periodismo ha tenido que escapar de los cercos del poder, entre el mimo y la represión, para dejar constancia de hechos y sucedidos que los contemporáneos reconocen como vividos y que las generaciones futuras encuentran como causas e indicios de una realidad que tienen que desentrañar de acuerdo a las armas que les brinde su época.

Periodismo de emergencia. Crónicas, entrevistas, reportajes (México, 2007, Debate, 390 pp.) reúne 30 piezas periodísticas en 7 secciones que van desde los tiempos políticos del atentado a Excelsior por el régimen agónico de Luis Echeverría, pasando por las muescas dejadas al periodismo objetivo (cuida a tus hijas, dice un amenazante Zorrilla al autor), hasta el acercamiento a la figura del Subcomandante Marcos (los hechos), desde los escenarios de las figuras de la farándula de los años 60, la plenitud de María Félix, el fenómeno de masas de Raphael, la noche triste de Raquel Welch, la maestría de Juan José Arreola ante un tablero de ajedrez y la emergencia señera de Sergio Méndez Arceo (rojo, comunista, decían en los hogares de mi rumbo), Paquita la Guerrillera, el gran estratega José María Morelos y Pavón y de nueva cuenta Marcos (los personajes). Nos lleva a Pátzcuaro y a Cuba, cartografía de turistas y sueños rotos, a los territorios de la capital: la Zona Rosa (el universo a nuestro alcance), la estatua de Miguel Alemán en CU, la Diana Cazadora, el Castillo de Chapultepec, el Metro, el nuevo Colegio Militar y el ombligo del corazón del autor, Vicente Leñero, el ombligo del mundo, San Pedro de los Pinos (el territorio, el mapa). El libro casi cierra con tres crónicas sobre el sentir colectivo, el trabajo de los afectos y de la canalización de los fracasos: El derecho de nacer, la Señorita México y la función sabatina de box en la Coliseo (algo sobre el espíritu de la época). Finalmente, está el catolicismo en sus retos: la teología de la liberación, y el caso de Ivan Ilich (los rumbos de la teleología a través de una renovada teología).

El libro se puede leer como una serie de piezas sueltas en donde el lector encuentra sus puntos de referencia e interés. Para un lector como el que esto escribe el orden del libro es el adecuado, porque coincide con un mundo que se nos fue (a mí, que a veces olvido y que aparece con causales tan justas y con apuntalamientos tan castos cuando en realidad sus orígenes son tan turbios y canallas). Se nos fue el Milagro Mexicano, la primera riqueza petrolera, el cinturón hasta los huesos del neoliberalismo, el cambio democrático sin líderes, “por qué yo”. Llega el regreso del viejo partido, el inicio de la nueva pesadilla.

El libro de Leñero también está pensado como un edificio donde se habla de acontecimientos, de personajes, de territorios, de ideas y de sueños o búsquedas más allá del horizonte, justo lo que se supone caracteriza a la Modernidad y a sus secuelas. ¿Cuál es nuestra labor aquí? ¿Defender un proyecto de país? ¿Escribirlo? ¿Coser y cantar?  ¿Bajar la cabeza y olvidar la crítica? Después de la lectura, sólo queda preguntarse por el rumbo de este país que desde luego tiene larga cola que le pisen.

Hay también el sabio ejercicio de un viejo lobo de mar de la escritura. Vicente Leñero cumple 80 años este 2013. No sólo podemos encontrar aquí agudas entrevistas, retratos tras retratos, narraciones de personajes ante la realidad que viven, encontramos, sobre todo, el ejercicio de un hombre de teatro y periodista que es ante todo un magnífico prosista. La literatura mexicana le debe a Leñero por lo menos tres libros esenciales: Los albañiles (1963), Los periodistas (1978) y Martirio de Morelos (1981), obras que seguro estoy superarán la barrera del ruido y del silencio que también en la literatura imperan.

Por lo pronto podemos disfrutar de y padecer este libro que se consigue por allí en los centros comerciales (Ley) a un buen precio y que me ha permitido acercarme a ese mundo que se nos fue, más allá del barrio añorado, para quedarse a través de plumas como las del autor de Pueblo rechazado.