miércoles. 24.04.2024
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UN RATITO DE TENMEALLÁ

Cuando la vida y la ilusión viajaban en tranvía

Reseña de Gerardo Ávalos

Tachas 05
Tachas 05
Cuando la vida y la ilusión viajaban en tranvía

Estamos ante una película de Luis Buñuel, una película mexicana realizada en mil novecientos cincuenta y tres; me refiero a La ilusión  viaja en tranvía. Al igual que en Los olvidados, la anécdota nos es presentada por una voz en off, la voz del narrador, quien nos remarca lo agitada que era ya entonces la vida en la ciudad de México. Pero a diferencia de la historia de Pedro y el Jaibo, ésta es “sencilla y casi trivial de la vida en el sector laborioso y humilde que forma la gran masa: el de las gentes que viajan en tranvía”.

Road movie urbano o citadino, en el que dos simples obreros de la compañía de tranvías, el Tarrajas y el Caireles, tienen que ocultar entre las vías de la ciudad y la vida cotidiana el carro 133, mismo que pese a ser reparado por ellos, ha sido dado de baja por la empresa. Buñuel juega, como lo hacían muchos otros directores mexicanos de la época, mostrando algún letrero de cantina o comercio, o leyendas inscritas en las defensas de los camiones de transporte en general, y en este caso, los letreros que en la parte frontal superior del tranvía anunciaban el destino o la ruta a seguir.

Siguiendo pues ese mecanismo, la ruta marcada revelará la naturaleza de estas vidas, tan simple y compleja; con ilusiones y deseos, como en toda vida suele suceder:

Bueno ¿y qué?

Desilusionados ante las malas noticias laborales, el par de amigos hace una escala en la cantina Bueno y qué?; antes de llegar a su vecindad, en donde se celebra una tradicional posada, y en donde además se representará una pastorela, teniendo ellos una destacada participación. Fernando Soto Mantequilla es el Tarrajas a quien le tocó el papel del diablo y como anda cuete, le viene ni mandado hacer. El Caireles es interpretado por Carlos Navarro, que a su vez representa a Dios, un rol más difícil de llevar. La primera parte de la pastorela se realiza medianamente bien, pero la segunda parte resulta un fracaso total ya que el Tarrajas y el Caireles no aparecieron por ningún lado; por lo que el profesor que escribió la pastorela se lamenta, no tanto por la ausencia de esos dos, sino por haberle dado el papel de Dios a cualquiera.

Con un corte directo vemos a los protagonistas en el depósito de tranvías, han aprovechado la ausencia del velador y despiden con lágrimas, sentimiento y un cartón de cervezas a su amado 133. Tristes y confundidos ante la incertidumbre de su propio empleo, creen que es buena idea llevar el tranvía al barrio y darles un paseo a todos para despedirse así de su trabajo y de su vehículo; no sin antes poner en riesgo su amistad: el Caireles le reprocha al otro el que lo llame por su apodo, qué culpa tiene él de haber nacido con su pelo ondulado, y así mismo el Tarrajas le cuestiona el que lo llame Terrajas en lugar de Tarrajas. Afloran ya las primeras ilusiones; ilusiones truncas, pero ilusiones al fin.

Rastro

Llegan a la vecindad pero ya todo terminó; salen los vecinos, son cerca de las cinco de la mañana y les piden un aventón a los muchachos hacia el rastro; el Caireles para despistar les dice que los llevaran gratis porque se trata de un nuevo servicio de la compañía: el servicio piloto. Una vez en el rastro, El cobrador (por eso al Caireles le quedó el apodo, al que le caen los centavos) y el operador (el Tarrajas) se creen liberados, cuando se aproxima un grupo de gente, carniceros y  comerciantes, listos para abordar el carro. Con temor nuestros “héroes” abren la puerta y dejan subir al pasaje pero sin cobrarle. De pronto, un catrín ebrio y despistado aborda el vehículo ante la sorpresa y la burla de todos; así mismo, un par de beatas que llevan un cristo a bendecir; rápidamente descubren el ídolo para infundar temor de dios, pues le das sospecha eso de que no cobren, y en los tiempos que corren y a esa hora, “quién sabe si quieran bajarnos en un lugar solo de esos y ahí…” terminan lo dicho persignándose y cerrando los ojos. Las ilusiones se transforman en  deseos.

Especial

Nuevamente sin pasaje, la pareja protagónica urde un plan para evitar ser acometidos por cualquier usuario, colocan el letrero que dice “especial”, pero el destino terco no los deja en paz: una maestra de colegio y sus alumnos esperan impacientes un tranvía especial que los llevará, como cada año, a un paseo a Chapultepec, pues en tranvía es más seguro. La maestra obliga al carro a detenerse ayudada claro por un oficial de tránsito, así que nuestros queridos Tarrajas y Caireles, con una cruda que parecen dos, tienen que soportar el ajetreo escolar y las impertinencias de los infantes; al acercarse al parque, disimulan una pequeña avería con tal de deshacerse de sus pasajeros, en ese sitio, están rodando una película y los chavitos precoses advierten la sensual presencia de una actriz acomodándose sus medias de seda, y aprovechan la ocasión para burlarse de su compañero huérfano Lorenzana, diciéndole “Lorenzana, ahí está tu mamá”, el interfecto se asoma por la ventana con una cara de emoción y de ilusión tan grande, que se esfuma por el viejo arte del engaño y  la risa pedestre. Otras ilusiones rotas, engañosas y falaces.

El tranvía es alcanzado por la hermana del Tarrajas (Lilia Prado) quien aprovecha el ofrecimiento de Pablo, el ruletero del barrio, para prevenirlos de lo que les puede pasar, pues en los talleres ya saben de la ausencia del carro 133. La mujer los conmina a que devuelvan el vehículo pero no es tan fácil, deben hacer tiempo para llevar a encerrarlo a eso de las siete.

Niño perdido

Ella decide acompañarlos, en el trayecto se les cruza un inspector y les ordena cambiar de ruta: cuando el inspector se baja, cambian de letrero, ponen el del rumbo de Niño Perdido y ya los está esperando pasaje, ellos no quieren cobrar pero la gente se molesta y todos pagan sin excepción; también abordan el carro tres o cuatro sujetos de apariencia aristócrata, quienes pagan a fuerza, viendo con muy malos ojos a esos empleados que derrochan los bienes del patrón; y todavía hay quién dice que los obreros controlaran el mundo, “primero muerto que verlo” dice uno. Ahí sube un ex empleado de la compañía quien está ya jubilado, el viejo entrometido (Agustín Insunsa) nombrado Papá Pinillos quien se da cuenta de que el carro no es el 830, sino el 133, y en la siguiente parada desciende para avisar por teléfono a la empresa de la irregularidad, el momento es aprovechado por los protagonistas para irse y escapar de él sólo por un rato; para su fortuna en la compañía no le creen a Papá Pinillos, pero el viejo se esmerará en demostrar que lo que dice es verdad. El Tarrajas y Caireles vuelven a planear la manera de deshacerse de los pasajeros, les dicen que el carro se averió y que deben bajar arguyendo que irán al depósito, pero en realidad se internan en una vía muerta para hacer tiempo, en ese inter, las ilusiones del Caireles se desbocan, intenta besar a  Rosa estando ella dormida, aunque sólo está fingiendo, ella le pone un alto no sin dejar abierta la posibilidad de darle el sí. Las ilusiones de amor y esperanza afloran, pero se desvanecen. Afuera unos hombres descargan sacos con un letrero que dice “forraje” y los meten a una enorme propiedad, el Tarrajas se acerca pidiendo lumbre, un saco cae de improviso y todos nos enteramos que los sacos no contienen fertilizante sino semillas de frijol; los hombres conducen adentro al hombre del tranvía y le dan a escoger: o se calla o se calla, por las buenas o por las malas; antes de decidir, un alboroto afuera llama toda la atención: la gente de por ahí, descubre el chanchullo y les reclama a los hambreadores, el escenario se vuelve caótico pero el tranvía alcanza a huir.

Especial, otra vez…

Por tercera ocasión nuestros héroes desconocidos están libres, pero papá Pinillos vuelve a presentarse amenazándolos con denunciarlos por robo a la compañía, ya con las cartas sobre la mesa el Caireles intenta golpearlo, pero Rosa lo defiende, el viejo pretende conducir pero en eso un malestar se lo impide, sin embargo recobra fuerzas, se envalentona y le viene un preinfarto empeorando la situación. Un oficial de tránsito y un transeúnte suben al carro para auxiliar, bajan a papá Pinillos para atenderlo en una droguería cercana, el carro y los tripulantes quedan momentáneamente detenidos. Pinillos se vuelve a recuperar, el agente y el hombre se “lavan las manos” y los protagonistas respiran de nuevo y ya se preparan para trepar al viejo con ellos, pero éste toma un taxi que lo llevará directamente a la compañía; falta poco para las siete pero el taxi llegará antes que el tranvía.

Epílogo

Las ilusiones de papá Pinillos se desvanecen cuando la realidad le demuestra que para sus ex patrones su palabra vale lo mismo que una hoja de papel en blanco, que él no existe para ellos. El gerente de la compañía lleva personalmente a Pinillos a los talleres para demostrarle que está equivocado, el 133 está en su sitio, la situación hace quedar al viejo en ridículo pese a la presencia del Caireles y del Tarrajas descendiendo del carro. Pinillos termina rechazando una gratificación que le ofrece la compañía acusándolos a todos de pillos e incompetentes “desde el gerente hasta los empleados pasando por el velador y el último de los obreros”. Papá Pinillos es corrido y sale por su propio pie dignamente, tras él salen el Tarrajas y el Caireles, afuera los espera Rosa y los tres intentan calmar y conformar al viejo pero éste se resiste, la imagen se va abriendo con toda la intención de despedirse, vuelve a aparecer la voz en off para efectivamente decir adiós pues los protagonistas “de nuevo vuelven al ritmo cotidiano y sencillo de su vidas… internándose en la imponderable incógnita de su futuro…”