viernes. 19.04.2024
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Lejos muy lejos tan lejos de lo lejos

Jesús Marín

Lejos muy lejos tan lejos de lo lejos

Llegas sediento, como lo has estado toda tu vida, sediento de ternura, sediento de vida, corres hacia la tienda más cercana, llevas la mochila cargada de envases vacíos, los suficientes para resistir otra noche de asedios, otra noche de frío hastío, si tan solo ella no te hubiese abandonado, si tan solo ella te hubiera tenido un poquito de paciencia, en cuatro años no cambia uno los cuarenta años de precipicios, qué le costaba darte una vigésima octava oportunidad de cambiar, de dejar de emborracharte cada noche, de que por fin te ascendieran en el trabajo, ese que has cambiado un titipuchal de veces, porque según tú no es de tu altura, porque según tú, te tienen mala voluntad, la misma voluntad de toda tu vida, sólo tu jefecita te quería a la buena, sin interés, pero ella está muerta, eres huérfano desde hace un resto, aunque tú te sientas huérfano desde toda la vida. Y ella, la otra única mujer que te dio calor de hogar, la única que se te entregó sin papelito ni billete de por medio, y que según tú, te amaba a la buena, esa, la perra, también te abandonó, dizque porque no veía futuro con un hombre como tú, casi cuarentón pero que sigue creyéndose  veinteañero, que sigue persiguiendo muchachitas sin darse cuenta de la miraba de asco que les provocas. Total la juventud se lleva por dentro te repites incansablemente frente al espejo que se niega a reflejar otra cosa que un hombre mofletudo, de incipiente avanzada calvicie cuya panza ya no puede ser contenida por los apretados jeans con los que pretendes mantener en cintura una cintura que hace bastante tiempo es solamente un recuerdo.

Yo no voy a renunciar ni a cambiar, no voy a convertirme en lo que odiaba, lo repites como bandera, como escudo para no envejecer por dentro, no quieres rendirte, no te das cuenta que todo lo has perdido ya. Apuras el paso no te vayan a cerrar el expendio y te quedes sin tus amadas cahuamas, lo dices como si en ello te fuera la vida, pronuncias la palabra cahuama y se te ilumina el rostro, parece que estás viendo al mismísimo Dios, bien que te las mereces, siete deliciosas frías y gordas vickys, que te esperan en el refrigerador del Poncho, bendito Poncho por fiármelas hasta el fin, cuando me salga lo de la semana, eso sí,  a pagarle luego luego, no vaya a perder el crédito y entonces qué hago con mis noches, con mis soledades; el buen Poncho que me fía todo el pisto que quiera sin rechistar, él sí es compa, no como todos los otros ojetes que se decían mis camaradas, nomás cuando les pichaba el cahuameo andaban de lángaros, pero ningún supo hacerme el paro cuando me dejó la perra, ninguno quiso acompañarme en mi dolor, quesque me lo tenía merecido por borracho, cabrones, como si ellos fueran unos santos, putos hipócritas que no reconocen al borracho más que en el vecino, sí están peor que uno, yo siquiera pago por mi pisto y no ando de vil gorrón. ¡Ah mi morrita!, tan chula, dónde andará la ingrata, según esto se fue a trabajar a Tijuana, cabrona como sino la conociera, se fue a huilear, si bien que le gusta, nomás que conmigo se hacía rejega, la que no quería soltar el quinto, pero cuando me las dio, hasta no verte Jesús mío. Ahora es de otro, maldito Dios que no ayuda, maldita pobreza, maldita suerte la mía: camellar todo el día, sin tener cuidado de que te vayan a “levantar” o perder la cabeza, cuando no sea por un par de suculentas nalgas, trabajar nomás para hacer tiempo y que se llegue la noche y llegarle a la cheve, libre y sin preocupaciones, con los chettos y cacahuatitos japoneses como toda cena, sin escuchar los gritos jodones de ella, sin ver su carota de perra… sin tener sus manos morenas que me hacían sentir escalofríos cada vez que me acariciaba la cara, sin tener su cuerpo para curar mis dolencias, esas que nacen desde adentro, y que solamente una mujer sabe cómo curar, caray, la neta es que sí extraño a mi mujer, pero ni modo de ir  buscarla, de ir a rogarle, ¿ qué no soy hombre pues? Me aguanto, ya volverá la cabrona cuando comprenda que no hay más macho que yo, que ninguno sabrá darle lo que di, hasta la voy hacer que se ponga de rodillas y me pida perdón, como Luis Aguilar en la película con Pedrito, de a toda máquina, hincadita de rodillas pidiéndome perdón, hasta me voy hacer del rogar, pa que sienta lo duro y vea que no es fácil encontrarse alguien como yo.

Ahí está la salvación, las luces de neón anuncian el expendio “el avión”, el llévatela pacifico sobresale entre los anuncios etílicos, ¿quién chingaos bebe pacífico?, sólo los jotos y los mazatlecos, los de acá bebemos cerveza oscura, como nuestra piel, como nuestra alma, la Vicky es nuestra y no la compartimos con nadie, y chulada de Dios que ahora la hizo cahuamón. Aaaah de sólo imaginarte que pronto estarás en tu catre con la panza al aire bebiendo el amargo y amado líquido, se te ensanchan las narices de satisfacción y hasta se te empequeñecen tus ojitos de puros pujitos contenidos. Ya te haces en tu catre, mirando la t.v en blanco y negro, ese de segunda que apenitas te alcanzó para dar el enganche y del que aún debes un chingo, la otra, la de colores que con tantos sacrificios te compró tu vieja, tras lavar kilos y kilos de ropa, se la llevó la muy desgraciada, mira que la tenía que vender para completar su pasaje, nomás de acordarte de su puta traición se te enredan las tripas de puro coraje y alas quisieras tener para ir a buscarla y meterle unos chingazos  pa que se eduque la wey, es la única manera que entienden las mujeres: a chingadazo limpio, ¿qué culpa tenías tú de sus complejos de mujer? bien que le cumplías sus antojos, frijoles no le faltaban y su dosis de carnita por las noches, menos, já, sus cinco minutitos de gloria; ahora tienes que mirar la tele en blanco y negro, como si no bastara los grises de todos los días, y el negro en la mirada de la gente. Tres cahuamas es todo lo que pides, ya no quieres comerte al mundo ni cogerte a todas las mujeres del mundo, ya no, ya es demasiado tarde para soñar, demasiado tarde para todo.

Ahora todo parece tan lejos, tan distante, te ves a tus siete años sonriendo en tu triciclo mientras las manos amorosas de tu madre te cuida, te miman, y por Dios que darías cualquier cosa por volver a ver a tu madre, para decirle, “má ya vine”, y la buena de tu progenitora esperándote hasta las doce de la noche para calentarte los frijolitos con arroz y que no se te hicieran duras las tortillas en el comal, pero ahora ya todo se lo llevó el carajo, ahora eso ya no existe y te queda, acurrucarte en tu catre, a la medianoche, mientras la dosis cahuamera empieza a hacer efecto y el mundo que odias se desvanece lentamente y una niebla invade tus ojos y un sopor va hinchando tu cerebro y vas cayendo a un abismo, lejos del mundo y lejos de la vida, lejos  de lo lejos…

Jesús Marín nació en un pequeño pueblito llamado Duranghetto. Desde muy pequeño dio muestras de no saber qué hacer con su vida. Su signo zodiacal es cáncer. Lleva veinte años destrozándose religiosamente el hígado con dos o tres cahuamas Victoria. Escribe poesía con el único fin de agenciarse una que otra incauta y despistada morrita. Se declara en contra de decir su edad por razones de vanidad. Carece de estudios literarios por lo que está libre de pedantería pendeja. Y lleva publicado como ocho libros de poesía, uno de cuentos (ahora dos, con el presente) y ganó un premio de Crónica y escribe su columna Crónicas de Duranghetto donde da consejos sobre el corazón. Tiene tendencia al aislamiento y a las piernas femeninas de no malos bigotes. Es un hombre triste desde que perdió a Sarah y le gusta contemplar el mar de noche sobre todo si hay una gran tormenta. Y tiene un acervo de cerca de tres mil libros que no haya a quien heredar cuando sufran de inefable orfandad por lo que ofrecer el 30% bajo notario, a chicas entre veinte y treinta años que quieran negociarlos. Alguna vez volverá a reunirse con su madre y ya no volverá a tener miedo de cerrar los ojos.

Puede escribirle a la cantina [email protected]