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Diatriba a mi rostro fragmentado en una bola de vidrios que estoy a punto de ahogar en la palma de mi mano

Cristina Rascón

Diatriba a mi rostro fragmentado en una bola de vidrios que estoy a punto de ahogar en la palma de mi mano

Yo no quería ser como mi padre. Sino como mi madre, una hippie intelectual de los sesenta; economista y socióloga (estudió ambas carreras al mismo tiempo); quién vivió en unión libre con canarios y loros volando por toda su casa; jefe de familia, pues mi padre no trabajaba. Yo también quería saber muchas cosas, leer muchos libros y fumar marihuana (sin secar mi cerebro, encontrando el equilibrio, como decía ella); tener varios amantes y conocer mi cuerpo; caminar desnuda por toda la casa; tomar el sol con mis hijos en el jardín y discutir las ideas de Marx por la noche, con el ruido de fondo de la máquina de escribir y la palabra “madera” en un pizarrón. Yo no quería ser como mi padre.

Él veía los libros con reticencia, como el indígena al blanco que llega hasta su tierra con papeles en la mano. Miraba a los otros hombres con reto y a las mujeres con ojos de árabe. No fumaba ese olor penetrante, se aislaba de las discusiones e inhalaba polvos blancos de los cuales más tarde aprendí el nombre. No dejaba que mi madre caminara desnuda por el jardín, ni que volaran aves por toda la casa. Poco a poco fui comprendiendo que las noches sin la máquina de escribir eran una pesadilla enjaulada. Que los gritos y los llantos no eran el sonido lejano de una telenovela. Yo no quería ser como mi padre. Aunque lo dije de niña alguna vez: el que gana es el que grita más fuerte, el que patea los muebles, ¿Verdad, mamá? Ella ahogó una mueca de llanto y aspiró nicotina (dejó de fumar cigarros apestosos cuando yo aprendí a decir “guato” y me escuchó la abuela…). No hija, no es así. Pero nunca me dijo cómo era.

Yo quería ser de los que ganaban, de los que triunfaban, de los que podían hacerlo todo. Algo en mi cerebro registró que había que gritar más fuerte, patear los muebles, decir las cosas más hirientes y todos los obstáculos del camino se disolverían. Entonces llegaste tú, con tus ojos llenos de mariposas, de alas negras y amarillas, de sueños errantes y vida en común.

En esta vida o ganas o pierdes. Y si pierdes… Eres como mi madre ahora, remolino después, pantano donde la mujer se queda en una casa vacía, el hombre se va. Él tiene dinero, ella no; él manipula y amenaza; trata de estrangularla, una y otra vez, en esa pesadilla enjaulada que se llama recámara. Y en el silencio. Por eso tenía que ganar, ser mi madre aquella mujer joven e intelectual. Ser la mujer que tiene a otros para tenerte a ti, para no perderte; ser la mujer que tiene dinero aunque no le interese obtenerlo, aunque prefiera estar cerca de sus hijos a las tardes largas en la oficina. Porque no puede perder, no puede permitir que te conviertas en un hombre como su padre.

Quebrar la porcelana del pueblo en el que se descompuso el auto y tuvimos que pedir raite y dijiste como de broma cásate conmigo y escuché a mi boca decir sí y a mi corazón retumbar en el asiento de atrás. Dijimos que el santuario sería el estar juntos, no tenemos lugar, dijimos.

Hay algo en la rabia que no sabe de objetos, nombres ni personas. Es una necesidad imperiosa de clavar en otra cosa algo que duele y hay que sacar. Era necesario para mí - realmente necesario - arrojar el teléfono contra la pared. Mas tú de pronto frente a mi rabia. El teléfono en tu cabeza, viéndote a los ojos, sabiendo que eran tus ojos y no la pared, sabiendo que eran tus ojos, una y otra vez. ¿Por qué no me dejaste sola? Es la única manera de calmarme. Era la única manera en que mi padre volvía en sí, a solas.

Regresaba horas más tarde, después de amenazarnos a todos con que jamás volvería y que estrellaría el carro para morir y que nunca más lo volveríamos a ver. Entonces yo, la mayor, era presa de todas las miradas, mis hermanos harían lo que yo. Primero, llorar. Después, cuando dejé de creerle, encerrarme en mi cuarto o decir vengan, vamos a jugar. Por último, retarlo, verlo a los ojos con una mirada que ya no era de niña. No pude articular un lárgate y déjanos en paz. Pero él sabía que lo tenía en la punta de la lengua: jamás se atrevió a tocarme. Mis hermanos, los tres, aprendieron a ver de esa forma y jamás fueron los débiles, los golpeados. Se convirtieron en unos rabiosos, como yo, con una ternura tan intensa como impredecible y con una maldición que ninguna receta médica nos quita de encima. Pero tú eres mujer, diría mi madre, la de ahora, la desconocida, la que esconde sus libros bajo la cama y me dice no fumes mi hijita se ve mal.

Perdóname, yo te amo (eso decía mi padre, una y otra vez, cuando volvía en la madrugada sin el estrelle prometido y mamá lo perdonaba). Pero no hubo respuesta, tu aleteo emigró hacia otro lugar, tus ojos se volvieron enjambre de otras mariposas, de esas que llaman nocturnas, palomillas gigantes. Tu mirada vibró ruidosa y tu voz dijo serena: hasta aquí. La porcelana que recojo pedazo a pedazo me dice que ya no habrá canarios y loros volando por el hogar de mi pasado. No sabré qué decir a nuestros hijos cuando regresen de la escuela. Iré a la oficina y tú estarás aquí para cuidarlos, lo sé. Llegará la noche y también sé que no vas a quedarte. Qué bien, por ti. Fue la condición cuando nos casamos. Yo lo dije bien claro: al primer golpe, el divorcio. Y dijimos sí y nos juramos un amor eterno, diferente. Hasta que la muerte de las mariposas nos separe.

Mi mano sangra.

La rabia… No va a acabarse nunca.

Cristina Rascón (Sonora/Sinaloa, 1976)

Escritora, economista y traductora literaria. Autora de los libros de cuento El agua está helada, Cuentráficos, Hanami y Puede que un sahuaro seas tú y del libro de divulgación Para entender la economía del arte. Tradujo del japonés los libros de poesía Sin conocer el mundo y Dos mil millones de años luz de soledad del poeta Tanikawa, así como del inglés el libro 1000 poemas básicos japoneses de Filliou. Premio Latinoamericano de Cuento Benemérito de América, Premio Regional de Literatura del Noroeste y Premio Libro Sonorense, ha sido invitada a residencias de escritura y traducción literaria en Brasil, Canadá, China y México/Estados Unidos. Sus haiku, cuentos y poemas han sido traducidos para publicaciones en una decena de países. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (www.cristinarascon.com.mx)