Es lo Cotidiano

Rafael López: un militante de la poesía

Flor Aguilera N.

Rafael López: un militante de la poesía

 

Dichosos tiempos.

Todo se transfiguraba tras

el velo ardiente de la poesía.

Alfonso Reyes

José Barbarín Rafael de la Concepción López Castañón, conocido sencillamente como Rafael López (1873-1943), fue un poeta guanajuatense que desarrolló su quehacer literario en tiempos del modernismo, bajo la dictadura de Porfirio Díaz. Sus primeros trabajos poéticos los realizó siendo alumno de El Colegio del Estado (hoy Universidad de Guanajuato), aunque no fue en esta ciudad donde logró sus primordiales triunfos. Sin embargo, más tarde, ya residiendo en la Ciudad de México, se convirtió en una figura importante en la vida intelectual de aquel entonces, no sólo por su ardua participación en el ámbito literario de principios de siglo xx,[1] antes de la caída del Porfiriato, sino por la calidad artística de sus obras, mismas que contribuyeron, de manera significativa, en la consolidación del arte poético. Con dicha consolidación, la historia de la poesía en México consigue un rumbo distinto, que va del modernismo a la nueva literatura apoyada en la realidad social de la Revolución Mexicana, y de ésta a las vanguardias literarias, tal como el estridentismo, en la que López participó con militancia y compromiso literarios.

En 1906, a lado de Roberto Argüelles Bringas y Jesús T. Acevedo, López, a los 33 años de edad, crea el primer centro libre de cultura en la historia del siglo xx mexicano, en respuesta a la opresión porfirista. Este centro, además de tener como objetivo el compartir lecturas de la literatura clásica, tenía la consciente idea de manifestar, por medio de la creación poética, una marcada diferenciación de la generación anterior representada por Amado Nervo, Salvador Díaz Mirón, José Juan Tablada, Marcelino Dávalos, Enrique González Martínez, Luis G. Urbina (con quien López tuvo una gran amistad, y quien influyó para que a López se le abrieran las puertas del mundo literario), entre otros, pertenecientes a la llamada “generación azul”.[2] Asimismo, el interés de este centro de cultura estaba motivado por el fervor revolucionario que ya penetraba en todas las expresiones artísticas.

A él se integrarán, posteriormente, intelectuales como Alfonso Reyes, Alfonso Cravioto, Luis Castillo Ledón, Manuel de la Parra, Abel C. Salazar, Ricardo Gómez Robelo, Antonio Caso, Antonio Garduño, Francisco de la Torre, Julio Torri, Francisco Zubieta, José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña (este último cabeza intelectual del centro), y otros no menos importantes. Se trata de jóvenes escritores iniciados en el modernismo, y que poco después encontrarán su crecimiento intelectual en el Ateneo de la Juventud, el cual coincide con el movimiento político de 1910. Este grupo de jóvenes pronto muda radicalmente los ideales de los modernistas para mostrar un acentuado interés por el conocimiento de la cultura mexicana, por el estudio de la literatura clásica, por el análisis formal de la literatura, así como por temas filosóficos y estéticos. No obstante, a pesar de las marcadas diferencias estéticas e intelectuales del modernismo con los ateneístas, algunos de ellos, como Rafael López, siguen manteniendo un enlace con el pasado inmediato, aunque como lo confirma José Luis Martínez, “[…] en su curiosidad estética o en su atención a lo nacional, [se observaban] las marcas ateneístas”.[3] López encuentra en el modernismo el verdadero significado de las letras, aunque no sin estar al tanto de las innovaciones estéticas que van surgiendo con el Ateneo, el cual se verá disgregado después de la caída de Victoriano Huerta en 1914. Incluso, debido a ese apego intelectual que tiene López con los ateneístas, se le nombrará, en dos ocasiones, vicepresidente del Ateneo.

La poesía no fue una actividad desarrollada ampliamente por los ateneístas, quienes estaban más enfocados en la narrativa, en el ensayo y en la escritura de memorias; como ejemplo baste mencionar Ulises criollo, La tormenta y El proconsulado, famosa trilogía de Vasconcelos. Sin embargo, Rafael López fue uno de los pocos que, en esta época, continuaron practicando la poesía como expresión literaria. Su poema “El pájaro azul”, publicado en Revista Moderna de México en febrero de 1910 (y vuelto a salir a la luz hasta 1984, cuando Serge I. Zaïtzeff lo localiza), es representativo de este periodo:

El pájaro azul

En las dulces noches de pupilas claras,

cuando duerme el trino y el ala y la flor

no hay que abrir las rejas que guardan avaras

el vuelo y el canto del ruiseñor.

Es el ave mágica de honda melodía

¾azul de plumaje y azul de canción¾

que lleva en el pico los oros del día

para la infinita sed del corazón.

Ay de quien a tiempo no cierre la puerta,

por el embeleso del brillo y del son.

A veces el ave se ha encontrado muerta

en los rojos sudarios de un corazón.[4]

En él se evidencian motivos recurrentes del modernismo: el color azul y el pájaro (este último como elemento mágico de canto profundo), son distintivos de ello. Además, el tema del poema, con influencia de un romanticismo tardío, es característico de este periodo anterior a los temas revolucionarios o vanguardistas. Por lo anterior, José Emilio Pacheco incluyó a Rafael López en Antología del modernismo, aunque, como hemos apuntado, no toda la obra poética de López puede ser clasificada en esta corriente literaria, ya que en muchos de sus textos se advierte una influencia de estilos poéticos posteriores al modernismo, lo cual contribuyó, en su momento, en las transformaciones formales de la poesía mexicana.

Debido a las inquietudes renovadoras del arte literario de este periodo, Héctor de Mauleón le llama a este grupo de jóvenes intelectuales “la corte majestuosa del segundo renacimiento literario de México”.[5]

El crecimiento poético de Rafael López está ligado al surgimiento y circulación de importantes revistas literarias, mismas que determinaron un periodo trascendental de la literatura mexicana.

            A finales del siglo xix, la obra poética de López se comienza a difundir en La Patria, revista que evidenciaba las tendencias modernistas de la época. En ella, desde 1889 hasta 1908, de modo constante, aparecieron publicados poemas suyos, como “Crepúsculo”, “Romántica”, “En mayo”, “Duerme, Azucena”, sólo por mencionar algunos, mismos que fueron excluidos (quizá por estar perdidos en los archivos) de la antología Obra poética de Rafael López, editada por la Universidad de Guanajuato en 1957, pero que Serge I. Zaïtzeff incluye en su cuidadosa antología, publicada por el Gobierno del Estado de Guanajuato en 1984.

En 1900, un año después de la primera publicación de López, Rubén M. Campos, otro valioso poeta guanajuatense, en un poema publicado en Revista Moderna incita a López a dejar Guanajuato, invitándolo a ir a la Ciudad de México para reencontrarse y juntos gozar del entusiasmo literario que se vivía en la época:

[…]

y cuando en breve emigres de la ciudad querida

que su breve alegría puso en mi amarga vida,

ven, escogido artista a beber nuestro vino,

a partir el pan blanco del Cordero divino,

del nuevo Arte eucarístico en torno a cuyas aras

tejen danzas simbólicas las desnudas Apsaras,

mientras que Vishnú y Shiwa combaten sempiternos

y triunfan los empíreos de los torvos avernos![6]

En este mismo año, el 10 de junio, se publica en La Patria “Mi estética”, el cual marca los inicios poéticos de López:

Mi estética

(fragmento)

Vi sus cabellos maravillosamente bellos

¾el suntuoso manto real de sus cabellos¾

largos hilos de oro cual los de Berenice

cuando se desparraman en el profundo ónice

de la noche que enjoya sus peplos siderales

con los pálidos fuegos de las gemas astrales.

Por lo blanca y lo rubia parecía Walkyria

y su boca sangrienta de púrpura de Siria

roja ardía cual una roja flor de peonía

que se abre, agresiva, en la gloria del día.[7]

Este poema, como los anteriormente señalados, no pertenece a la edición de 1957, pero sí a la de 1984. Ello debido a que por muchos años los poemas de López estuvieron sueltos, disgregados en revistas y diarios de su tiempo, sin que nadie los publicara de nueva cuenta. Si Serge I. Zaïtzeff los incluye en su antología es porque emprende una verdadera pesquisa, consultando las hemerotecas y los archivos personales de López, lo cual contribuye a que rescatar poemas tan valiosos que se encontraban en el olvido, y que eran desconocidos (a pesar de haber sido ya publicados) en los años 50.
La obra poética de López es conocida por el interés de perfilar una individualidad cultural del país, por abordar estéticamente el nacionalismo, el cual posteriormente cobraría auge en la música con Manuel M. Ponce, en la pintura con Diego Rivera y en la literatura con Ramón López Velarde. No obstante, en “Mi estética”, a pesar de formar parte de la primera etapa de López, se advierte un interés por temas relacionados con el erotismo, con la “mujer fatal” que, según Luz América Viveros Anaya,[8] son elementos que pertenecen a su etapa “decadentista”, la cual está ligada al modernismo. En este poema, entonces, se evidencia que la inclinación de López, antes de descubrir una poesía de lo nacional, fue penetrar en lo exótico, en la descripción de bocas femeninas sangrientas que se abren agresivamente en plena gloria del día. Para Viveros Anaya, lo anterior alude a los temas relacionados con el “decadentismo” de López, al cual también se asocian “los paraísos artificiales ¾drogas¾, el mal du siècle, el spleen, la dualidad ángel-demonio, la religiosidad profanada, etcétera […]”.[9]

Tiempo después de la anterior etapa, en marzo de 1906, se funda la revista Savia Moderna (patrocinada por Alfonso Cravioto que, junto con Luis Castillo Ledón, fungirá como codirector), con deseos de que ésta fuera la continuación de la Revista Moderna, que tres años atrás, en 1903, había llegado a su culminación después de cinco años de labor literaria y periodística. En Savia Moderna, que circulaba en gran parte de la República, Rafael López colaboró constantemente, y pronto se convirtió en el espacio literario de difusión para su obra tanto poética, como prosística y periodística. En las instalaciones de dicha revista, Rafael López creó relaciones amistosas con grandes artistas de la época, no sólo literatos, sino pintores como Diego Rivera (quien se dedicó a ilustrar las portadas a partir de la segunda entrega) y fotógrafos como los hermanos Casasola. Ahí mismo conoció a Alfonso Reyes, cuando López era ya un poeta formado, mientras Reyes apenas comenzaba a adentrarse en las actividades literarias, sin saber aún que, al paso de los años, se convertiría en una figura emblemática de las letras. Tiempo después, siendo Reyes ya un escritor de renombre, y quizá motivado por los recuerdos de Savia Moderna, aunque también por la indudablemente calidad poética de López, prologa la antología que edita la Universidad de Guanajuato en 1957. En dicho prólogo, y una vez leída la obra de López, Reyes afirma:

Se me echó encima el recuerdo de mis no cumplidos veinte años, mi llegada a la Preparatoria, mi juventud, los últimos días del Modernismo, la pléyade que representó la transición entre la Revista Moderna (don Chucho Valenzuela, Nervo, Tablada, Urueta) y el grupo juvenil de Savia Moderna, donde daba yo mis primeros pasos.[10]

Significaba, así, evocar un momento histórico en el cual la poesía había mudado de chaqueta; momentos de fervor poético, de transformación, de liberación artística, cuando los jóvenes poetas hacían todo lo posible por integrarse al mundo de Revista Moderna (y luego Savia Moderna) y conocer a Nervo, a Tablada, a Valenzuela. Héctor de Mauleón, en “Los cien años de la revista mexicana Savia Moderna”, escribe que Rafael López, en pleno apogeo de la mencionada revista, le roba “[…] a su madre cincuenta pesos para poder salir de la ciudad de León [más bien de Guanajuato[11]], y conocer a Nervo, quien le publica sus primeros versos”.[12]

De igual forma, dicho prólogo representa para Reyes, además de un añejo recuerdo, el cumplimiento de una deuda con el poeta, pues escribe:

[…] aunque he tratado de Rafael López en varios lugares, siempre tuve la impresión de que me había quedado en deuda con su memoria, y esta impresión se confirma ahora en la deliciosa relectura, pues declaro que cada vez hallo esta poesía más viva y perdurable.[13]

            Por su paso en Savia Moderna, López supo relacionarse, cultivar una fértil formación literaria, aunque no sin gozar los placeres de la bohemia, característicos de aquella época. En 1906, al casarse Cravioto y realizar un largo viaje por Europa, Savia Moderna queda a cargo de sus amigos cercanos. López, según De Mauleón, fue uno de los colaboradores más activos. En esa misma época, “se organiza un banquete en honor del propio Rafael López, quien acaba de recibir la encomienda de declamar su ‘Oda a Juárez’ [publicada en El Mundo Ilustrado y en Savia Moderna en julio de 1906] ante la tumba del prócer, en la ceremonia oficial por el aniversario de su muerte”.[14] Poco después, y una vez suspendido el financiamiento de Cravioto, Savia Moderna desaparece, llegando sólo a su corta trayectoria de cinco ejemplares. Al parecer, los agentes no pagaban, y Savia Moderna, desde el primer número, se vuelve el más malo de los negocios. De Mauleón afirma: “Savia Moderna, rosa de la juventud a la que cantaba López, les explotó en las manos”.[15] A pesar de ello, esta revista tuvo como destino resguardar la obra de un periodo literario importante. El Fondo de Cultura Económica, en 1980, hizo la edición facsimilar de los cinco números de esta revista. De Mauleón señala que hay quienes aseguran, como Miguel Capistrán, que hubo un sexto número, pero que hasta la fecha continúa perdido.

Unos meses antes del cierre de Savia Moderna, López publicó, en marzo de 1906, “Hojas de otoño” (también excluido en la edición de 1957), el cual fue el único poema de esta etapa incluido en la antología realizada por Zaïtzeff:

Hojas de otoño

Si sorprenden mis versos las secretas angustias

de tu mal, indiscreto no me juzgues después;

yo presiento que sufres, y por eso están mustias

estas liras rosas que deshojo a tus pies.

Es un pálido ramo de marchitas corolas

largamente impregnado de tristeza autumnal;

si le aceptas, acaso cuando llores a solas

sentirás la caricia de su aroma cordial.

Si tal vez nuestras almas en las penas van juntas,

ocultando en un gesto de desdén su emoción,

no te extrañe que evoque las memorias difuntas

y a tus pies las extienda como un negro crespón.[16]

Después del cierre de Savia Moderna, la mayoría de los integrantes de este entusiasta grupo de jóvenes poetas e intelectuales quedará en el olvido. Muchos de ellos sumergidos en un destino lejano a la vida literaria. De Mauleón escribe que Rafael López, posteriormente:

[…] aceptará un puesto en el gobierno de Huerta y a la caída de éste se verá odiado y perseguido: para seguir viviendo tendrá que firmar durante años con el anagrama de ‘Lázaro P. Feel’ [o con los pseudónimos José Córdova, Tris tris o Prevostito]. Considerado por Tablada como uno de los mejores poetas de México, pasará sus días finales en el olvido; dejará sólo un par de libros, y un ‘Canto a la Bandera’ que todos los lunes siguen entonando los niños de México. Hoy nadie lo recuerda.[17]

Así, y muy a pesar de estar un tanto olvidado por los actuales lectores y críticos del ámbito literario, Rafael López es una figura si no esencial al menos sí importante para comprender el surgimiento de un nuevo pensamiento modelado a principios del siglo xx, el cual es imprescindible para la historia de las letras mexicanas. Su obra poética, estudiada ampliamente por Serge I. Zaïtzeff,[18] fue muy bien recibida por los lectores de su época. En la mayoría de sus poemas, muy a pesar de interesarse por temas variados, López a menudo recurre a motivos patrióticos, por lo cual se le conoce como poeta nacionalista. Este mote de “nacionalista” se le atribuye a López en 1910, cuando participa con un poema (no localizado) en el concurso “Himno al Centenario” (para los festejos de los 100 años de la Independencia nacional), mas no logra el primer premio, razón por la se desata una defensa a su favor en la Revista Moderna, hecha por Emilio Valenzuela. En ese mismo año, López, junto con el gran músico Julián Carrillo (descubridor del Sonido 13), compone “Canto a la bandera” (mismo poema que señala Mauleón), que muchos años se entonó en las escuelas públicas, pero que ahora ya no se le escucha:[19]

Todos

¡Oh santa bandera! de heroicos carmines

suben a la gloria de tus tafetanes,

la sangre abnegada de los paladines,

el verde pomposo de nuestros jardines,

las nieves sin mancha de nuestros volcanes.

Mujeres

En plácidas brisas, tu símbolo hoy muestra

progreso, trabajo, civilización

y al ver que la patria te encumbra en su diestra

con el alma toda como a madre nuestra

nosotros te alzamos sobre el corazón.

Hombres

Si tornan las luchas de ayer a tu planta

sobre nuestros ojos de sombra cubiertos

tus almos colores entonces levanta

como buena madre, fiel bandera santa

envuelve la frente de tus hijos muertos.

Todos

¡Oh santa bandera! de heroicos carmines

suben a la gloria de tus tafetanes,

la sangre abnegada de los paladines,

el verde pomposo de nuestros jardines,

las nieves sin mancha de nuestros volcanes.

¡Oh santa bandera![20]

Sin embargo, y como lo asegura Viveros Anaya, la fama de López como poeta patriótico ha opacado otros poemas suyos con temas distintos, a tal grado de ser ignorados y poco valorados por la crítica; tal es el caso de los poemas que ella nombra “decadentistas”, como el que a continuación se cita:

La danza

1

El sacro ritmo de la danza, marca

en la cintura, un junco que se quiebra;

en el torso, un gran lirio que se enarca,

y en los flancos el anca de la zebra.

Ardiente el ojo inmóvil del Tetrarca,

en la armoniosa undulación se enhebra

y enturbia su cristal, como la charca

cuyo fondo agitara una culebra.

En la fiebre divina que la impulsa,

Salomé es una ménade convulsa.

Danza con el furor de la bacante

que azota el dios en el antiguo coro,

hasta que por la sangre pululante

de Juan, resbala sus talones de oro…

2

Cuando a su sexo en flor vuela concorde

el hondo anhelo de la bestia en brama,

y sus piernas se mueven tras el borde

de la enagüilla que el pecado trama;

Cuando roja y sensual, en el desborde

del frenesí sagrado que la inflama,

surge sobre las alas de un acorde,

con las palpitaciones de una llama,

quisiera con un beso, fabuloso

como un filtro de olvido y de reposo,

domar la fiebre de sus locas furias

y llevarlas a la gloria de un cansancio

divino, con las clásicas lujurias

de una perfecta noche de Bizancio[21].

“La danza”, compuesto con la formalidad rigurosa del soneto, representa el erotismo musical, la fuerza y el vigor característicos de la voz poética de López. A pesar de ser éste uno de los más bellos textos de toda la producción de López, al parecer no fue publicado en su tiempo debido, tal vez, a la moral que exigían los años primeros del siglo xx. Y es que si leemos con detenimiento, nos encontramos con una bailarina exótica, de tugurio diríamos, con una fuerza explosiva no característica de las bailarinas “decentes” o “artísticas” de la época. Sin embargo, Zäitzeff, de manera atinada, lo incluye en su antología. Lo anterior nos hace pensar que quizá este poema fue encontrado en el archivo personal de López, años después de su muerte. En la edición de 1957 (Universidad de Guanajuato), se incluye un poema con el mismo título (“La danza”), pero si se comparan con detenimiento, observamos dos poemas totalmente distintos aunque el tema sea el mismo. El poema que aquí citamos es mucho más fuerte, sus referencias a la candencia excitante de la cintura, al movimiento convulso de las “ancas de zebra”, al frenesí rojo y sensual, al “anhelo de la bestia en brama”, hacen de este poema mucho más sexual, más explícito y, por tanto, más censurable.

Asimismo, en algunos de sus poemas, estructurados la mayoría en formas clásicas muy a pesar del fervor vanguardista que bien se fraguaba en aquellos años por Europa y que ya comenzaba en estas tierras, se descubre una admiración por Rubén Darío, poeta al cual López consideraba su maestro. Debido a ello, se le ha llamado a Rafael López modernista, tal como lo hace Viveros Anaya. No obstante, y tal como lo hemos señalado, los aciertos estéticos de López van más allá de los fundamentos modernistas de finales del siglo xix y principios del xx, aunque la obra poética de López coincide con la última etapa de este movimiento literario. A nuestro parecer, López, al igual que los poetas consagrados como José Juan Tablada y Ramón López Velarde, es uno de los primeros poetas vanguardistas de México, ya que su obra vislumbra rasgos estéticos que superaban los postulados de los modernistas. El pensamiento que fue perfilando el grupo de López lo demuestran:

‘¡Momias a vuestros sepulcros! ¡Abrid el paso! ¡Vamos hacia el porvenir!’, dirá la proclama firmada un año después, en abril de 1907, cuando los muchachos encabecen un escándalo contra la segunda Revista Azul, que atacaba precisamente las libertades de la poesía procedente de Manuel Gutiérrez Nájera, y tomen las calles enarbolando la bandera del arte libre.[22]

López, al firmar también esta proclama, apuesta por una libertad poética, pero no deja de profesar las virtudes del modernismo. Martínez escribe:

Rafael López llega al Ateneo de la juventud con una sensibilidad ya formada, aunque dispuesto a contribuir con su obra a la empresa común del grupo. Con admirable lealtad para la escuela literaria que adoptara al principio de su carrera, sin cambiar sus armas, Rafael López las puso al servicio de aquella labor de comprensión espiritual de México emprendida por los ateneístas.[23]

            Rafael López tenía como herencia del modernismo el culto a la expresión sonora y escrita, el interés especial por los temas patrios (aunque trató, como lo hemos apuntado, diversos temas ajenos a lo nacional) y la admiración por los poetas de la generación azul. Algunos poemas suyos lo evidencian: “Rubén Darío”, “La calle de Amado Nervo”, “Salvador Díaz Mirón”, “A Ramón López Velarde” (todos incluidos en la antología de 1957), sólo por mencionar algunos. José Juan Tablada le escribe una carta el 2 de agosto de 1921, desde Nueva York, en la cual deja al descubierto el mutuo respeto que le tenía López a Velarde, y la tristeza que les dejaba su muerte:

Mi querido Rafael:

Desde que leí hace días tus versos a Guadalajara[24] iba a escribirte felicitándote y diciéndote mi admiración por ese poema, definitivo, perfecto... Pero vino luego la muerte de nuestro querido Ramón, que me dejó atónito y me llenó de estupor. Por más que las hecatombes que han asolado a nuestra patria y al mundo nos haya familiarizado con la muerte, en este caso la desgracia sobrepasó toda previsión. Yo siempre imaginé a Ramón sobreviviendo, fuerte, longevo, patriarcal, lleno de sabiduría y de progenie en una casona de su provincia amada. Y su desaparición me ha consternado. Cuando vuelva a México y no lo vea, voy a sentir como si en el lugar de la Alameda encontrara un gran socavón! Me imagino el golpe que tú habrás recibido. No he podido ver los versos que le hiciste [se refiere al poema ‘Versos del poeta Rafael López, recitados ante la tumba de Ramón López Velarde’, publicado en julio de 1921, en Boletín de la Universidad]. De lo que se dijo en su funeral lo que más me conmovió fue la oración de Fernández Ledesma, a quien te ruego des mis poemas. Su Suave Patria no sólo me conmovió como obra maestra, sino como una reliquia que llevara el sudor de su agonía. ¡Qué manera única de ahogar la retórica en el corazón de la epopeya! ¡Qué clarividencia doble, de moribundo y de gran poeta! Tiene el ritmo de sus últimos pasos sobre la tierra... Ese poema y tu Guadalajara son pedazos de alma patria; son aerolitos arrancados de las minas siderales donde resplandece la nebulosa del espíritu de la raza. Él y tú sois de la estirpe de Ilhuicamina. Y eso es hacer patria inmortal y eterna.[25]

Rafael, impresionado por la muerte de López Velarde, así como por los versos que Tablada le envía en honor a este admirable poeta, contesta:

Mi querido José Juan:

Antier recibí tus versos a Ramón y ayer me envió Genaro Estrada el ejemplar de lujo que me anunciabas en tu última carta. No tengo idea de haber conocido otra cosa tuya de tan altos quilates de belleza como ese poema; el temblor humano se enrosca en ellos como nervio vibrante y sangriento; la emoción cristiana, verdaderamente extraordinaria en la altanería de tu numen, los llena de resplandores inefables. Mis amigos y yo hemos vuelto a ver Ramón con las ingenuidades y virtudes que lo hacían incomparable; se conoce que al escribir esos versos, no sólo mojaste la pluma en la tinta que te es privativa, sino también en la trémula, palpitante y diáfana tinta del cariño; casi en cada estrofa tienes un hallazgo y de cada renglón cae una perla. Los dioses te guarden por la forma en que sabes despedir de esta tierra lúgubre a los que queremos.[26]

Se trata de correspondencias entre López y Tablada, mismas que guarda Nina Cabrera, viuda de Tablada, y que saca a la luz con interés de los estudiosos y críticos de este periodo poético.

La admiración que Rafael López sentía por López Velarde provocó la tristeza de su muerte, a parte debida a la amistad fraguada por tantos años de militancia literaria. Fue tan fuerte el lazo que los unía, que Ramón López Velarde le dedica a López un poema:

Mi corazón se amerita

A Rafael López

Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.

Yo lo sacara al día, como lengua de fuego

que se saca de un ínfimo purgatorio a la luz;

y al oírlo batir su cárcel, yo me anego

y me hundo en la ternura remordida de un padre

que siente, entre sus brazos, latir un hijo ciego.

Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.

Placer, amor, dolor... todo le es ultraje

y estimula su cruel carrera logarítmica,

sus ávidas mareas y su eterno oleaje.

Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.

Es la mitra y la válvula... Yo me lo arrancaría

para llevarlo en triunfo a conocer el día,

la estola de violetas en los hombros del alba,

el cíngulo morado de los atardeceres,

los astros, y el perímetro jovial de las mujeres.

Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.

Desde una cumbre enhiesta yo lo he de lanzar

como sangriento disco a la hoguera solar.

Así extirparé el cáncer de mi fatiga dura,

seré impasible por el Este y el Oeste,

asistiré con una sonrisa depravada

a las ineptitudes de la inepta cultura,

y habrá en mi corazón la llama que le preste

el incendio sinfónico de la esfera celeste.[27]

Con la desaparición de Savia Moderna vinieron nuevas revistas literarias, las cuales en México han sido uno de los vehículos más eficaces para la difusión de las letras. En 1912 surge Nosotros, impulsada por un grupo de poetas influenciados por las resonancias cívicas e históricas de López. Con ello se confirma que, en pleno Ateneo de la Juventud, el estilo poético de López era significativo, tomado como ejemplo para nuevos poetas. El grupo de Nosotros estuvo conformado por Francisco González Guerrero, Gregorio López y Fuentes y Rodrigo Torres Hernández, quienes aprendieron de López el rigor verbal. Primero, ellos se dieron a conocer como poetas, para más tarde formarse en la novela y la crítica. Según Martínez, fueron literatos prontamente desaparecidos. No así su obra que, aunque poco prolífica debido a su fugaz labor literaria, son parte de la generación de poetas formados con las tendencias estéticas de López, en plena Revolución, sufriendo el impacto del desorden social. Además, es el grupo que, a pesar del periodo de violencia y desconcierto político, se queda en México, y atestigua la disolución posterior del Ateneo de la Juventud, y el exilio de cada uno de sus integrantes. En Nosotros, López realmente publicó poco, sólo seis poemas vieron la luz en las páginas de esta revista: “Adelante” (febrero de 1913), “Jesús E. Valenzuela” (febrero de 1913), “Tres poetas” (diciembre de 1913), “Cleopatra” (enero de 1914), “Al Lic. José María Lozano” (marzo de 1914) y “La tuberosa” (marzo de 1914) (ninguno incluido en la edición de 1957). No obstante, en el mismo año que da inicio Nosotros, López reunió ochenta y tres poemas en su libro Con los ojos abiertos, publicado gracias al apoyo de José Vasconcelos, el cual se imprimió en la Secretaría de Comunicaciones, y con el cual se ganó la admiración de González Peña, Reyes y Tablada. Alfonso Reyes, en el prólogo a la edición de 1957, se lamenta, precisamente, de que no se hayan incluido algunos poemas de este libro, ya que los consideraba de indudable calidad poética.

Algunos poetas como Rafael López no salieron de México, aunque sí quedaron marginados del mundo literario y político, alejados por un tiempo del escenario de las letras. Ello se debió a la situación conflictiva del país, a los asuntos de postura política. No obstante, López, en medio del desorden social, reforzó su conciencia nacionalista, confirmó su poesía multitemática y su compromiso con la literatura, con su estética, con sus ideales artísticos. En 1914, año en que culmina Nosotros, López queda relegado, quedándole como recurso el uso del seudónimo. Así, y muy a pesar de ser perseguido por haber colaborado en el gobierno de Huerta (en 1913 es diputado y secretario particular de José María Lozano, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes), publica sus textos poéticos y periodísticos en El Nacional, El imparcial, Arte y letras, Revista en Revista (hasta 1943, año de su muerte), Revista Mexicana, Pegaso (en el cual forma parte de la redacción), Mefistófeles, Tricolor, El Universal Ilustrado, El Pueblo, El Universal (periódico que albergó una gran cantidad de textos de López), El Nacional (junto con el anterior, este periódico fue el que más difundió su producción literaria), entre otros muchos medios comunicativos que, en su época, dieron fama y respeto a Rafael López. Debido a esta persecución, es a partir de 1915 que comienza usar sus pseudónimos, año en que, al parecer, conoce a Ramón López Velarde en la redacción de Revista de Revistas. Durante tres años usará estos pseudónimos, hasta 1918, año en que se registra de nueva cuenta su nombre firmado en sus columnas periodísticas.

De 1914 a 1943, López escribió textos con diversidad temática, muchos de ellos no vueltos a salir a la luz, ya que las dos antologías que existen (Obra poética de Rafael López (1957) y Poesía reunida (1984)), en realidad son sólo una mínima parte de la labor poética que López realizó durante su vida. Estas dos antologías sólo recogen sus poemas, y no los textos prosísticos y periodísticos, de los cuales la mayoría no han vuelto a ser publicados desde su primera aparición en los diarios de México. Tal como se ha señalado, Zäitzeff reunió algunas de sus crónicas, mas sólo son una pequeña parte de ellas. Sin embargo, López fue muy reconocido por sus crónicas periodísticas, y muy leídas en su tiempo; quizá, en el transcurso de su vida, la crónica fue el género que más cultivó, incluso más que la propia poesía. En 1925 se publicó Prosas transeúntes, un libro de crónicas que el mismo López seleccionó, pero hoy ya nadie recuerda, y que además es inconseguible, al igual que Con los ojos abiertos.

El 17 de agosto de 1923, una vez colmada la situación social, aunque en plena reconstrucción del país, Rafael López es invitado a pertenecer a la Academia Mexicana de la Lengua. Sin embargo, López, para entonces simpatizador del estridentismo, rechaza terminantemente esta invitación, lo cual trae consigo una fuerte discusión por medio de periódicos nacionales. Cuestiona los cimientos de esta institución académica, argumentando que no comprende realmente las nuevas creaciones literarias, lo que conlleva a una serie de ataques periodísticos que duraría un par de años. Este hecho resulta totalmente trascendente, ya que López, siendo poeta con una formación de tendencia modernista y ateneísta (contextualizado en pleno Porfiriato), supo defender las direcciones vanguardistas de la poesía mexicana. Al respecto, señala Viveros Anaya:

El propio Victoriano Salado Álvarez ¾el más exaltado académico en la polémica ocurrida años atrás contra los decadentistas¾ fue quien, el 2 de agosto de 1924 le envía una carta [a López] donde le informa que la Academia ‘declara insubsistente dicho nombramiento’ por no haberse presentado. López responde, no sin ironía ‘Quedo enterando con moderada pena de su nota fechada el 2 del actual. México, agosto 4 de 1924’. A raíz de este hecho, la joven generación [los estridentistas] le brinda un banquete en su honor.[28]

En esta época, López congeniaba con el grupo de los estridentistas, estaba a favor de las nuevas tendencias poéticas. Sin embargo, al parecer, el contacto que tuvo con ellos le provocó autocensura, tanto que deja la escritura de poesía, por lo cual colaborará ocasionalmente en diarios y revistas. Dice Viveros Anaya: “Con la excepción de unas cuantas páginas, no reanuda sus colaboraciones en revistas hasta el periodo 1931-1936, aunque también debemos señalar que sus nuevas responsabilidades le impedían dedicar más tiempo a la creación literaria”.[29] López, desde 1920 hasta su muerte en 1943, fue director del Archivo General de la Nación, lo cual le acarreaba demasiadas responsabilidades, y por lo que quizá dejó de lado su actividad poética. Si en realidad se trató de una autocensura, probablemente fue debida a que López no se sentía verdaderamente partícipe en las inclinaciones vanguardistas europeas (como el dadaísmo o futurismo) e hispanoamericanas (creacionismo, ultraísmo y estridentismo); no obstante, Rafael López admiraba el movimiento estridentista.

En 1943, Letras de México, iniciada por Octaviano G. Barreda en 1937, dedica un número completo a Rafael López a raíz de su muerte. En ella se honra su memoria, su ardua labor poética que en su tiempo ejerciera. Además de esta revista literaria, otras tantas despiden a López. Revista de Revistas, el 1 de agosto de 1943, publica “Homenaje a Rafael López”, escrito por Roberto Núñez y Domínguez. En El hijo pródigo, el 5 de agosto de 1943, Xavier Villaurrutia escribe “A la memoria de Rafael López (1875-1943)”. A estos homenajes se suman periódicos como El Universal (“Murió Rafael López”, 17 de julio de 1943, anónimo), Excélsior (“Rafael López falleció ayer. El supremo Lírida cayó al fin para no levantarse más”, 17 de julio de 1943, anónimo), Novedades (“El poeta órfico”, 3 de agosto de 1943, José de J. Núñez y Domínguez), entre otros. En unos de los periódicos de la época (no localizado), según Serge I. Zaïtzeff, se escribió:

MUERTE DE DON RAFAEL LÓPEZ

(1943)

El poeta y periodista don Rafael López, nació en la ciudad de Guanajuato, el 4 de noviembre de 1873. Murió en la ciudad de México el 16 de julio de 1943. Don Rafael López fue Director del Archivo General de la Nación durante un largo periodo. Fue un poeta laureado en los juegos florales de jurisprudencia del Instituto de Investigaciones Estéticas. Su poesía, de gran belleza y su prosa rica en imágenes, está sembrada a manos llenas en diversos periódicos y revistas del país y del extranjero. Su obra poética se halla dispersa. Únicamente han sido coleccionados los poemas que forman el libro ‘Con los Ojos Abiertos’. Su obra posterior está sin coleccionar. Los versos del poeta Rafael López tienen majestuosa belleza escultórica.

Hasta años posteriores a 1943, la obra poética de Rafael López fue recordada, reseñada, antologada, para después quedar injustamente en el olvido, un tanto enterrada en el transcurrir del tiempo. Aunque sin duda, es reconocida su labor literaria más allá de un “simple molde” de composición de poesía de juegos florales. Su trayectoria literaria en la Ciudad de México fue de 43 años, a partir de la invitación de Rubén M. Campos hasta su muerte. Sin duda, M. Campos marcó el inicio de López en la poesía, pues fue para él un gran apoyo y un efectivo aliciente, tal como se confirma en el poema de M. Campos dedicado a López:

Poeta, el entusiasmo ardiente y generoso

que tu espíritu exhala cual un vaso precioso,

dejé que gota a gota en mi alma cayera

como bienhechor filtro de flor adormeciera,

y desbordado el vaso de bienes inebriante,

en otoñal balada hace que flébil cante.[30]

De este modo, M. Campos se convierte en el impulsor de López al escribirle “serás un artista adolescente en Grecia”, y en un respaldo por animarlo a dejar Guanajuato, ciudad a la cual nunca más volvería, ni muerto, pues fue enterrado en la Ciudad de México, y por ofrecerle una suerte de consejos estéticos: “¡El arte es ver florida una página blanca! / ¡es domar lo indomable de una cebra en el anca! / es la pasión y el odio, es la virtud y el vicio”.[31]

Éste será el destino de uno de los pocos poetas guanajuatenses que participó, con elegancia estética, en el ámbito nacional de las letras mexicanas, dejando huella no sólo en los órganos de difusión de la época, sino en la historia de la literatura, al ser parte de un momento trascendental de las renovaciones del arte poético, y al contribuir a la transformación de la vida intelectual de aquellos conflictivos días que envolvieron al país en una bruma cotidiana.

Así, por el indiscutible valor poético de sus creaciones y por su constante actividad literaria e intelectual, López fue aceptado en la renombrada Sociedad de Conferencias, con las que buscaron los escritores de aquel tiempo erradicar el positivismo, la doctrina oficial del antiguo régimen, y abrir, por medio del diálogo, nuevos horizontes filosóficos para comprender la cultura mexicana y la estética literaria que surgía. Asimismo, por su trayectoria poética, López fue incluido en la polémica Antología de poesía mexicana moderna, antologada por Jorge Cuesta, con la cual pretendía ofrecer una perspectiva de la poesía mexicana. Dicha antología, con el tiempo y no sin varios ataques hirientes, se convirtió en una de las obras más representativas de la poesía mexicana, y en un claro ejemplo de cómo los Contemporáneos fueron ganando terreno en la tradición literaria de México. Una de las críticas más mordaces fue que se reunía un corpus de poesía muy desigual, poetas con tendencias muy diversas, y no todos con pretensiones poéticas de la época de los Contemporáneos. Razón por la cual se cuestionó la polémica inclusión de Rafael López, un poeta “nacionalista”, como se adjetivaba socarronamente a López. Sin embargo, Jorge Cuesta, en el prólogo de la antología, justifica este hecho afirmando que se privilegiaron las “diferencias necesarias” sobre las “repeticiones ociosas”, así como señala que se prefirió antes que nada a los poetas que a las tendencias literarias. Julio Torri cuestionó la mordaz crítica del porqué se incluyó poetas poco conocidos como Rafael López, a lo que se responde que ése no es problema, finalmente, del antologador o del poeta, sino de los lectores mismos que desconocen la historia de la poesía del país.[32]

La proclama firmada en 1907, por la que marcharon en las calles, marcará significativamente la trayectoria de López, definirá su estilo poético y sus ideales literarios:

Gustamos de las obras más que de las doctrinas. Clasicismo, Romanticismo, Modernismo... diferencias odiosas. Monodien las cigarras, trinen las aves y esplendan las auroras. El Arte es vasto, dentro de él, cabremos todos.[33]

Finalmente, Rafael López, con espontánea voluntad poética, no sin nostalgia, se preguntaba, al mismo tiempo que firmaba la nueva protesta vanguardista: “¿cuántos quedaron en el camino?”. Savia Moderna, la revista que nutrió la vena metafórica de aquellos jóvenes poetas, para entonces ya era sólo un amplio e insistente recuerdo para López y para las nuevas generaciones que se avecinaban. De esta revista, y de estos “dichosos tiempos” en que “todo se transfiguraba tras el velo ardiente de la poesía”, como escribía Alfonso Reyes, quedó sólo la anterior proclama que hizo girar a la poesía, cambiarle el rumbo, quitarle el almidón, y con la cual, de viva voz, López militó en el arte poético de México.

Flor Aguilera N. es licenciada en Letras Españolas por la Universidad de Guanajuato y maestra en Literatura Contemporánea de México y América Latina por la Universidad Autónoma de Querétaro. Labora como editora, correctora y formadora de libros y revistas académicas en el Departamento de Estudios de Cultura y Sociedad, División de Ciencias Sociales y Humanidades, en la Universidad de Guanajuato. Es profesora de Literatura de la Revolución Mexicana y de Narcoliteratura en México en CIEE (Center International Education and Exchange), programa de intercambio estudiantil. Es autora de Cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches, poemario publicado por Editorial La Rana, y de La memoria es un pájaro que emigra, novela para niños y jóvenes, en proceso de edición.

[1] Desde 1905 su nombre aparece en todas las revistas y periódicos de la época, aunque su obra literaria fue publicada anterior a este año. Sus textos poéticos, aunque también prosísticos y sobre todo periodísticos, son publicados, por vez primera en 1899, en La Patria, en Revista Moderna (fundada por Jesús E. Valenzuela) y en El mundo (quien parece haber hecho la selección fue Amado Nervo). Posteriormente, su labor literaria se dará a conocer en Savia Moderna, Revista Moderna de México, El mundo ilustrado, Novedades, Revista de Revistas, Nosotros, El independiente, Mefistófeles, El Pueblo, El Universal, El Heraldo, Guanajuato libre, entre muchos otros; donde también circulan artículos, reseñas y crónicas acerca de su vida y de su obra.

[2] La generación azul es una corriente literaria que se desarrolló en el ámbito político y social del gobierno de Porfirio Díaz, es mejor conocida como el grupo de los modernistas. Esta generación se caracterizó por sus tendencias poéticas cargadas de rigor intelectual y por una búsqueda de refinamiento estético; se centraron en una renovación formal, aunque no sin dejar de lado el tratamiento de lo temático. José Luis Martínez (2001) la llama “generación bohemia”, para distinguirla del grupo literario posterior, los ateneístas, a quienes les nombra “generación de gabinete”.

[3] Martínez, José Luis (2001), Literatura mexicana siglo xx, 1910-1949, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (colección Lecturas Mexicanas), p. 19.

[4] López, Rafael, Poesía reunida (1984) (prologada y seleccionada por Serge I. Zaïtzeff), Gobierno del Estado de Guanajuato, Guanajuato, p. 102.

[5] Consultar: De Mauleón, Héctor, “Los cien años de la revista mexicana Savia Moderna”, en http://revistazularte.blogia.com/2006/111501-revista-savia-moderna-hector-de-mauleon.php (con acceso el 15 de enero de 2007).

[6] Campos, Rubén M. (1983), “A Rafael López (de Guanajuato)”, en Obra literaria (estudio preliminar y selección de Serge I. Zaïtzeff), Gobierno del Estado de Guanajuato, Guanajuato, p. 25.

[7] López, 1984, p. 16.

[8] Consultar: “Temáticas decadentistas en la poesía del escritor modernista Rafael López (1873-1943)”, en http://www.geocities.com/decadentismomexico/ (con acceso el 16 de enero y 5 de febrero del 2008).

[9] Consultar: http://www.geocities.com/decadentismomexico/ (con acceso el 16 de enero y 5 de febrero del 2008).

[10] Reyes, en López, 1957, p. 10.

[11] De Mauleón se equivoca, ya que López nunca vivió en León, sino en Guanajuato capital. La casa donde nació y creció, hasta antes de irse a la Ciudad de México (quizá en 1903), está situada en la calle Juárez, cerca de la conocida tienda comercial de autoservicio, y figura ahora como banco. No obstante, en una placa fuera de la casa se hace referencia al nombre del poeta.

[12] Consultar: http://revistazularte.blogia.com/2006/111501-revista-savia-moderna-hector-de-mauleon.php

 (con acceso el 15 de enero del 2008).

[13] Reyes, en López, 1957, p. 10.

[14] Consultar: http://revistazularte.blogia.com/2006/111501-revista-savia-moderna-hector-de-mauleon.php (con acceso el 15 de enero del 2008).

[15] Consultar: http://revistazularte.blogia.com/2006/111501-revista-savia-moderna-hector-de-mauleon.php con acceso el 15 de enero del 2008).

[16] López, 1984, p. 22.

[17] Consultar: http://revistazularte.blogia.com/2006/111501-revista-savia-moderna-hector-de-mauleon.php (con acceso el 15 de enero del 2008).

[18] En 1972 escribe Rafael López, poeta y prosista, publicado por el Instituto Nacional de Bellas Artes. Preparó la edición y prólogo de dos antologías de la obra de López: La Venus de la Alameda (poesía y prosa) y Crónicas no escogidas (Zaïtzeff, en esta antología, divide los textos en cuento, crónica lírica o poética, crónica de vocación provinciana, crónica teatral, crónica histórica o patriótica, crónica de tema literario y crónica sobre temas diversos; ello muestra los diferentes tipos estilísticos y temáticos que practicó López).

[19] No se ha localizado el año a partir del cual se dejó de escuchar este canto en las escuelas. Maestras jubiladas, que hace cincuenta años iniciaron su labor educativa, no recuerdan haber escuchado este canto en sus años de servicio. Este hecho puede contribuir a deducir el tiempo que este canto dejó de ser oficial en la educación básica.

[20] Consultar: http://members.fortunecity.es/baldemusic/cantoalabandera.html.

[21] López, 1984, p. 39.

[22] Consultar: http://revistazularte.blogia.com/2006/111501-revista-savia-moderna-hector-de-mauleon.php (con acceso el 16 de enero del 2008).

[23] Martínez, 2001, p. 23.

[24] Poema incluido en la antología que realizó la Universidad de Guanajuato en 1957, con el título “Guadalajara”.

[25] Consultar: “Tablada y López Velarde, 1951-1952”, en http://www.tablada.unam.mx/poesia/ensayos/losdos.html (con acceso el 20 de enero del 2008).

[26] Consultar: http://www.tablada.unam.mx/poesia/ensayos/losdos.html (con acceso el 20 de enero del 2008).

[27] Incluido en Obra poética, Ramón López Velarde, edición crítica de José Luis Martínez, Galaxia Gutenberg, Círculo de lectores. Consultar: http://amediavoz.com/lopezvelarde.htm (con acceso el 20 de septiembre de 2010).

[28] Consultar: http://www.geocities.com/decadentismomexico/ (con acceso el 16 de enero y 5 de febrero del 2008).

[29] Consultar: http://www.geocities.com/decadentismomexico/ (con acceso el 16 de enero y 5 de febrero del 2008).

[30] Campos, 1983, p. 24.

[31] Campos, 1983, p. 25.

[32] Torri, Julio (1999), “Perspectiva y manifiesto”, en Letras Libres, julio, p. 2, en http://www.letraslibres.com/index.php?art=5906 (con acceso el 13 de septiembre de 2010).

[33] Consultar: http://revistazularte.blogia.com/2006/111501-revista-savia-moderna-hector-de-mauleon.php (con acceso el 15 de enero del 2008).