jueves. 18.04.2024
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EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO (6)

Aston Brock

C. D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)

Aston Brock

Escribir es una de las vocaciones artísticas peor pagadas. En las muy raras ocasiones en que un escritor logra hacer una suma medio decente, la prensa se vuelve loca como si no pudieran hacer eso los escritores. Esta situación se convierte en algo especialmente pronunciado cuando se comparan los de mayor éxito con sus exitosos colegas de las artes visuales. Incluso un nominado al IMPAC, ganador del Booker y con la beca para el genio MacArthur, no puede siquiera aspirar a las cifras exorbitantes que alcanzan en las subastas las obras de Hirst, Ritcher o Twombly. Las razones de semejante situación están más allá de las intenciones de este humilde recuento, aunque hay un factor significativo que es, con toda seguridad, la unicidad de la obra de arte: su aura de objeto singular.

Fue con todo eso en mente que Aston Brock decidió, tras darse cuenta de que sus intentos por labrarse un nombre dentro de la escena literaria habían sido infructuosos, que publicaría su obra en ediciones limitadas a un solo ejemplar. La firma del autor engalanaría la página del título.

De este modo, razonó Aston (un licenciado en economía de cincuenta y cuatro años, cuyas únicas aventuras en el mercado le habían visto perder millones en videodiscos, cascos de realidad virtual y dracmas griegos que, en consecuencia, había desaparecido del registro de los grandes bancos), su novela Christ versus Warhol alcanzaría la categoría y los precios de obras de arte tales como el Gray Numbers de Jasper Johns (cuarenta millones), Three Candles de Gerhard Richter (ocho punto nueve millones), Untitled 1970 de Cy Twombly (siete punto seis millones) o el Balloon Dog de Jeff Koons (con unos más modestos cinco millones).

Brock pago a una agencia de diseño de moda para que diseñara la portada, la mando hacer en la piel más pura, la Gray 31 Harmatam, con tela Atlantic Calm con ribetes coloreados magenta, con cintas de separación índigo, con guardas Fedrigoni Merida y con una caja de moaré para después, usando sus contactos en los mundillos artísticos de París, Nueva York, Múnich y Milán, para ponerla en subasta en Christie’s.

No se vendió, ni siquiera en el precio de salida. Se le hizo una oferta informal de tres euros con cincuenta pero con la condición de que el comprador pudiera temerlo también en formato de libro electrónico. Brock, quizá nada sorprendido, declinó la oferta y la única copia de Christ versus Warhol está ahora bajo su cama.

No reprendemos a Aston Brock por su presunción; lo admiramos por su coraje. No vamos a juzgar una obra que, por desgracia, no hemos podido leer. Lo único que no resta es ofrecer su historia como una parte de esa perplejidad por el estado de la escritura en un mundo que prefiere, cada vez más, mirar y no leer.

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