Es lo Cotidiano

Dices que quieres una revolución

Bernardo Monroy

Dices que quieres una revolución

If you had a million years to do it in, you couldn't rub out
even half the "Fuck you" signs in the world. It's impossible.

J.D. Salinger, The Catcher in the Rye

Era un día como cualquier otro en México: unos policías arrestaron a un muchacho que tuvo la osadía de tararear Eleanor Rigby, al mediodía hubo un decomiso de discos pirata de los Rolling Stones y Oasis (los responsables serían ejecutados o en el mejor de los casos obtendrían cadena perpetua), y un tipo que vendía playeras de Deep Purple ganaba una fortuna en el mercado negro. Corría el año 2016.
Brian López salió de Tepito alrededor de las seis de la tarde. Sudaba frío y temblaba, pese a que era agosto y una onda cálida golpeaba la Ciudad de México. En sus manos llevaba una memoria USB con un contenido tan peligroso que podía costarles la vida, tanto a él como a toda su familia. Caminó frente a un policía con uniforme color vino, de los conocidos como “La Brigada del Silencio”, porque eran los que se dedicaban a destruir cualquier muestra de música rock en el país. El policía inclinó la cabeza en un hipócrita gesto de cortesía y Brian se lo devolvió. “Me cagas y te cago”, ese era el gesto recíproco de los oficiales hacia los jóvenes y viceversa desde la aprobación del Acta Uruchurtu en 1965.
Un músico ambulante subió al metro a interpretar alguna pieza de la Hermana Glenda o de Marcos Witt, esos aburridos cantantes religiosos. Brian Recordó aquella ocasión en que un muchacho rebelde quiso cantar Taxman y en cuestión de minutos una soplona anciana de mierda, sentada en el vagón del fondo, marcó al número de emergencias. Dos estaciones después, tres agentes de las Brigadas del Silencio lo molieron a macanazos.

Gracias a internet, Brian podía leer noticias en otras partes del mundo, donde la censura no era tan intensa y exagerada. China, por ejemplo. Sabía que en su último concierto, Paul McCartney se pronunció en contra de las leyes de censura en México, e incluso realizó un acto inédito: colaboró en un concierto con Mick Jagger para liberar al país de la represión. ¿Qué sucedió? ¡Lo mismo que con el Live Aid y el Live 8!: a los poderosos les importó una mierda.
Brian bajó del metro en cuanto llegó a la estación Coyoacán y caminó rumbo a su casa. Miró un muro a su derecha. Algún chistosito con aires de rebeldía se atrevió a grafitear con spray rojo “HELTER SKELTER, KILL DE POLICE PIGS”. Ojalá no lo cachasen, pensó.
Entró a su casa. Como siempre, sus padres estaban en el trabajo. Eran oficinistas, como casi todos en la ciudad desde que el Acta Uruchurtu fue una excusa perfecta para elevar la censura y la esclavitud con sueldo. Como de costumbre, su abuelo miraba el noticiero con aire de fastidio. Brian prendió su laptop y se paró frente a él, tapando la pantalla. El anciano le advirtió que más le valía que tuviera un motivo importante para obstruir la imagen. Brian se limitó a introducir la USB en el puerto y dar una serie de clics. Comenzó a sonar Yellow Submarine. El hombre abrió los ojos y corrió hasta la laptop, con una agilidad inusual para alguien que padecía artritis.
-¡No mames, Brian! –exclamó-. ¿Dónde la conseguiste?
-En Tepito, abue. Fue un trueque. Cambié el revolver que robé en aquella manifestación. Tiene toda la discografía. Ese es Revolver –soltó una carcajada- Vaya ironía. Revolver
El abuelo dio clic en todas las canciones del álbum y se detuvo en Good Day Sunshine. Miró el reproductor de Windows casi hipnotizado.
-¿Te he contado sobre cómo terminamos en un estado policial casi tan grave como el régimen Talibán?
-Sí –tuvo ganas de decir Brian- me lo has contado mil veces… Pero no quería callar a su abuelo. Era feliz contando la misma historia que por cierto, muchos jóvenes habían olvidado.
-Corría el año 1965. Yo tendría tu edad: veinte años. En aquel entonces la beatlemanía estaba a todo lo que daba. Lo hubieras visto. Los adultos estaban como locos. Si se espantaban con Elvis, John-George-Paul-y-Ringo no se quedaban atrás. Resulta que un grupo de empresarios quiso traer al Cuarteto de Liverpool a México. Por supuesto, la muchachada, nosotros, lo recibimos con un jolgorio explosivo. Capitol Records tenía relativamente poco de llegar a México, los discos llegaban gracias a Discos Musart y los comprábamos en la tienda Orfeón y aunque los discos eran muy caritos, veíamos la forma de rolárnoslos. Total, que con el tiempo se corrió la voz que “los Bicles” (muchos lo pronunciaban así ¡y también les decían “los Escarabajos”, aunque nada que ver!) iban a tocar en el estadio de la Ciudad de los Deportes. ¡Huy! Fue la locura. En la UNAM, el Poli y las prepas católicas como La Salle no se hablaba de otra cosa. N’ombre, mejor que esos pendejos de César Costa y Angélica María. Y es que Los Beatles eran sinónimo de rebeldía, por eso nomás escuchábamos sus rolas en las estaciones Radio Éxitos y La Pantera. El concierto estaba programado para el 28 de agosto de 1965 a las 19:00. ¿Y qué crees que pasó? Uruchurtu, que en ese entonces era regente de la ciudad, algo así como hoy es el jefe de gobierno o el alcalde de un municipio, reunió a todos los empresarios de cualquier giro relacionado con la música y les dijo “pobres de ustedes si traen a esos músicos greñudos, menos a los Beatles, pero si ni de broma”. Los empresarios obedecieron sin chistar, porque sabían que Uruchurtu era un culero de armas tomar. Él decidía qué debía escuchar ver y conocer la gente en cuanto a cultura pop. Pero bueno: aquí es cuando las cosas se ponen feas. Un amigo mío llamado David era fan de hueso colorado. No te imaginas cuánto. Así, al nivel que aprendió inglés sólo para traducir las canciones, y yo creo que era hasta maricón, o gay como le dicen ahorita, porque juro que le gustaba Ringo. Me contó que fue a Inglaterra nomás para tomarse una chela en la Caverna. Para eso trabajo dos años en la Central de Abastos. Bueno, regresó con la maleta llena de discos y un libro que no entendía nada, porque yo no sabía y no sé inglés. Era un libro rojo, con blanco y letras amarillas. The Catcher in the Rye, era el título, de un fulanito llamado J.D. Salinger. ¿Sabes qué me dijo David? Me dijo: voy a matar a ese pendejito de Uruchurtu. Yo no le creí, le dije que me quería tirar un choro, como dicen los chavos ahorita. Total que se alejó de mí y no supe nada de él.
El abuelo dio, de nuevo, una serie de clics. Esta vez sonó I want to tell you.
-Total que se me olvidó su alucine de que quería matar al regente. Cuál va siendo mi sorpresa que un mes después, en septiembre, en pleno festejo del Grito de Independencia, Ernesto Uruchurtu Peralta, que había nacido en Hermosillo en 1904, cae muerto de un balazo. N’ombre, fue la locura: los militares y policías se movieron por todo el Zócalo y agarraron a David, pero nada pendejo, el chavo ya se había suicidado de un segundo escopetazo. La cosa fue que apenas empezaron los problemas para todos los rocanroleros. Los pinches parásitos esos se volvieron locos, los culeros (por favor no le digas a tu padre que hablo con tanta leperada, y menos a las Brigadas del Silencio) y quisieron aprobar una ley que censurara toda la música. Ya ves que este país está repleto de leyes pendejas que ni al caso, como esa de la tenencia que fue dizque nomás para las olimpiadas de 1968 y se quedó. La ley prohibía toda clase de rock y música pop, como le dicen a esa que cantaba la Madonna o la Lady Gaga o el Michael Jackson, que nunca he podido escuchar. Permitía a las autoridades arrestar con autorización para el uso de violencia “a todo aquel que portase, escuchase o lucrase con música rock and roll” o sea que te chingan si usas playeritas, si oyes algo o si lo vendes. La ley se aprobó rapidísimo y se conoció como el Acta Uruchurtu. Hoy en día no la han quitado. Por eso vivimos en un país con censura y represión. Yo negué que conocía a David cuando me interrogaron los de la Brigada del Silencio. No me iba a poner en riesgo. Así hemos seguido hasta el día de hoy. La música que nos llega es por puro mercado negro. Algún hacker astuto logra descargarla, otros la pasan de contrabando cuando vuelven de Estados Unidos o Inglaterra. Hay por allí buenas bandas, que una que se llama como un oasis o unos changos árticos. No sé. Ya nadie sabe. Pero yo siempre fui fan de los Beatles. Por eso te puse Brian: por Brian Epstein. Luego te contaré quién fue.
Tanto el abuelo como el nieto siguieron escuchando Revolver. Inevitable era sentir la paranoia por el temor de ser descubiertos.
-¿Te he contado que antes de la aprobación del Acta Uruchurtu yo quería ser músico? David y yo íbamos a armar un dueto. Iba a estar picudísimo. Hasta musicalizamos un poema de Geroge Herbert que dice:
Por la falta de un clavo fue que la herradura se perdió.
Por la falta de una herradura fue que el caballo se perdió.
Por la falta de un caballo fue que el caballero se perdió.
Por la falta de un caballero fue que la batalla se perdió.
Y así como la batalla, fue que un(a) reino se perdió.
Y todo porque fue un clavo el que faltó.

 

Brian y el abuelo siguieron escuchando los álbumes en formato MP3. Pensaron cómo sería el mundo si las cosas hubieran sido distintas. Un mundo sin censura. Un mundo sin un Acta Uruchurtu y con libertad de expresión.

Pero “el hubiera” no existe, o como decía la última canción de Revolver: tomorrow never knows.

***

Bernardo Monroy nació en 1982 en México D.F. y actualmente vive en León, Guanajuato. Es periodista y ha publicado el libro de cuentos El Gato con Converse y la novela La Liga Latinoamericana; así como la novela electrónica Slasher, disponible gratuitamente en el portal Zona Literatura, y W.M.D. y Segunda Temporada en el portal Penumbria. Es aficionado a los videojuegos, los cómics y los géneros de terror, fantasía y ciencia ficción, y escribe porque está frustrado, ya que nunca pudo ingresar a la Escuela de Jóvenes Dotados del Profesor Xavier. Sus textos han sido traducidos al klingon y al élfico.

Este texto es parte del no. 5 del fanzine La Trampa del Bulevar, que recopiló varios textos centrados en el 50 aniversario del álbum Revolver de los Beatles.

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