viernes. 19.04.2024
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Abstinencia [IV]

José Luis Justes Amador

Abstinencia [IV]

Enero, 17

Es el primer día de este año en el que logro pasar sin fumar un solo cigarrillo. Hacía años que no lo hacía. La sensación es, cuanto menos, nueva. La única manera de lograrlo ha sido ir postergando el deseo. Fumar, en ese sentido, no es tan diferente del amor. Dicen los que saben, y los psicoanalistas especialmente el incomprensible Lacan, que el deseo sólo es deseo mientras espera su cumplimiento. Desear fumar y fumar no es lo mismo. Mantener el anhelo de prender un cigarro, postergarlo, retrasarlo, proporciona una sensación diferente a la que se da cuando se fuma.

Tal vez una de las soluciones sea hacerse adicto no al cumplimiento del deseo de nicotina sino al propio deseo de desear la nicotina. Una adicción para superar la otra. Como supongo que son los caramelos o los chicles o los parches o cualquier otro sustituto.

¿Es posible vivir sin una adicción?

Enero, 18

Compro una cajetilla de unos cigarros diferentes a los que fumo habitualmente. Era mi marca antes de que decidiera, por un acto estético, cambiar. La idea es disfrutarlos. Dejar el paquete en casa o en la oficina e ir agarrando de uno en uno. Combinar el deseo de fumar con la más alta calidad. Mientras pasa lo guardo en el bolsillo del pantalón.

Al final del día me he fumado todo.

Enero, 19

I. me apoya y me regaña. Celebra mis triunfos y frunce el ceño cuando prendo uno. No sé qué le preocupa más: si que este `proyecto de escritura termine porque soy incapaz de dejarlo o mi salud.

Supongo que ambas.

Enero, 20

No pasa nada. Mejor dicho, pasa bastante. Cargo la cajetilla que compro y vuelvo, casi, a mi dosis habitual de toda la vida.

Enero, 21

Dejo la cajetilla en casa. Y, sin embargo, paso el día comprando cigarros sueltos en cuanta abarrotería me encuentro en los caminos habituales de todos los días.

De regreso a casa hago sumas y restas. Diez cigarros comprados sueltos salen más  caros que una cajetilla con veinte. Me desespero de mi estupidez y pienso en, tengo bastante información, denunciar a las abarroterías a la Profeco por vender, ilegalmente, cigarrillos sueltos. Como no hay recompensa no lo haré.

Enero, 22

Seis cigarros. El cuerpo igual y el alma desesperada.

Enero, 23

Cuentan los cercanos a él que Gil de Biedma, cuando el médico le prohibió que siguiera bebiendo alcohol, sustituyó si habitual ginebra en las rocas por un vaso de purísima agua (mismo color) con unos cuantos hielos. A los que no sabían de su secreto les parecía que estaba manteniendo su vicio habitual.

Es imposible hacer eso con el tabaco. A no ser con un cigarro electrónico que ya se vio que no funciona.

Enero, 24

Siete.

Enero, 25

Veinticinco. Fue una tarde-noche larga con personas a las que quiero.

Enero, 26

Recibo una llamada de M. Me habla de una lista en la ha visto mi nombre. No tenía previsto fumar en la noche después de haber bebido y fumado tanto. Quizá la lista no signifique nada. Quizá signifique que mañana puede que no tenga trabajo. Prendo tembloroso, por el nerviosismo y por el mareo del demasiado vino, uno tras otro.

Enero, 27

No sé por qué llegué pronto a la oficina. Tal vez por intuición. O masoquismo. Llegue pronto y habiendo fumado un solo cigarro. Llega una llamada que, no por esperada, es menos sorprendente. Me citan en una pequeña oficina, conocida, pero cuyo habitante, al otro lado de un escritorio enorme y más empapelado que de costumbre, es nuevo. Nueva. Me explica que tiene que darme una mala noticia. Le pido que vaya al grano y, al final, a pesar de su insistencia, me niego a firmar el cheque que tengo enfrente. Me responde que aunque no lo haga mi relación laboral con ellos (siempre son “ellos”) ha terminado. Le pido tiempo. Salgo a una plaza abierta en el mismo edificio. Prendo un cigarro mientras hablo por teléfono.

Hacía tiempo que no apuraba un cigarrillo literalmente hasta el filtro. Me sentiría como un condenado a muerte cuyo último deseo es fumar. Me sentiría así si no fuera por la rabia ante la injusticia de la decisión.

Enero, 28

Es sábado. Debería estar en un  pequeño teatro de una institución cultural de mi ciudad supervisando un ciclo de idiomas del que ya no me encargo. En su lugar, desayuno con O., tan adicto a la misma marca de cigarros que yo, en una taquería cercana. Después vamos a por unas cervezas a uno de los lugares de moda de la ciudad, y uno de los de servicio más lento. Me anima cuando le cuento mi situación y fumamos, fumamos, fumamos interminablemente. Cuando suena la llamada de mi sucesora pidiéndome ayuda me dice que cuelgue y lo celebramos con más cigarros.

El desempleo nunca es un buen día para dejar de fumar.

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