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Odessey and Oracle: El viaje y el mito de The Zombies

Esteban Cisneros

Odessey and Oracle: El viaje y el mito de The Zombies

Si la primera mitad de los 60 transcurrió en un parpadeo entre ritmos frenéticos y el furor hedonista de los nuevos bailes, el final de la década fue una turbulencia de color y sordidez. Tras el Verano del Amor, el abuso de sustancias, las revueltas sociales y la locura generalizada, la década terminó como toda buena fiesta: con una inmensa resaca.

El mundo, que desgastó sus zapatos en pistas de baile con piso de ajedrez, se echó a dormir en almohadas surrealistas y la experimentación en la música se volvió regla. El single de 7 pulgadas, formato del pop por excelencia, cedió su lugar de privilegio en ventas e influencia al long-play, obligado por la duración de las canciones que se extendieron más allá de los 3 minutos o por el pretexto de muchos músicos de querer volcar en un álbum lo que su creatividad –impulsada por quién sabe qué– le dictaba.

Muchos de los discos que todos asocian con “los años 60” son de este período: militares con nombre de especias, satánicas (y muy voladas) majestades, puertas de la percepción entreabiertas, juegos de palabras incomprensibles y tabaco tradicional bien enlatado. ¿Te suena algún nombre?

De entre todos estos astros pop, The Zombies nunca fueron precisamente carne de cartel. En 1967, a pesar de años de trabajo, giras y muchas canciones, apenas habían grabado un LP (una recopilación de singles con algunos muy buenos rellenos) y habían colocado apenas un single en el Top 40 británico con Decca (en Norteamérica dos en el Top 10). Pero a la compañía londinense se le acabó la paciencia. Al final, se trata de vender discos y The Zombies, una “modesta” banda formada por Rod Argent (órgano), Chris White (bajo) como pareja principal en la composición acompañada de Colin Bluntstone (voz), Paul Atkinson (guitarra) y Hugh Grundy (batería), tenía el talento necesario pero nunca la proyección mediática de algunos otros. Incluso uno de los vehículos de promoción que funcionó a algunas bandas de la época, el cine, salió mal para ellos. Su aparición en Bunny Lake is Missing (1965), filme de Otto Preminger, fue breve. Y eso es decir mucho, porque casi toda su actuación quedó tirada en el piso del cuarto de edición. Suele suceder…

Tras su partida de Decca les acogió la CBS (la hija mayor del sello Columbia), aunque con poco entusiasmo. Tan poco que les dejó en completa libertad para hacer lo que les entrara en gana con el LP que debían grabar. El presupuesto era limitado, pero la inventiva al parecer no.

Porque Odessey and Oracle (CBS, 1968) es un disco del que se pueden destacar un montón de cosas, de esos que da gusto escuchar y discutir. Comenzando con su portada psicodélica, tan psicodélica que el diseñador Terry Quirk cometió un error del tamaño de las canciones incluidas: escribió odyssey con ‘e’. Este detalle de Quirk, quien compartía un apartamento con Chris White, después quiso hacerse ver como intencional. Al fin y al cabo, todo lo que sonara a levemente colgado podía ser un poco cool

Con todo y mis-spelling, Odessey and Oracle es una de las Colecciones de Canciones más consistentes de esa tendencia llamada Long-Play. Todos los temas tienen algo. Algo. Ese algo que hace falta en tantos y tantos álbumes de la época y de las épocas que le siguieron. Esa sustancia que muchos perdieron entre tanta lisergia.

Y es que si los referentes obligados de muchas bandas que decidieron que era mejor un terrón de ácido que uno de azúcar en su té de las cinco eran Lewis Carroll, las regresiones a la infancia y los juegos inconexos de palabras, Rod Argent y Chris White se salían por la tangente a la buena. No despreciaron esta británica influencia, pero la aumentaron con referencias a William Faulkner, el Jazz y la Primera Guerra Mundial, un tema que obsesionaba a White.

Odessey and Oracle fue grabado entre junio y agosto de 1967. En noviembre, aún regresaron a grabar “Changes”. Todo esto en sesiones auto-producidas en Abbey Road y los Olympic Studios en Londres. Justo después de la vorágine del Sargento Pimienta y el Flautista en las Puertas del Amanecer, los de St. Albans tenían para ellos solos el estudio donde había ocurrido el pandemonio, sin nadie que les dijese nada. Seguro aún resonaban los ecos de conversaciones bigotudas y las paredes aún estaban llenas de colores chillantes aquí y allá. Los restos de un action painting drogota. Ellos se dejaron influenciar, por qué no, pero bajo sus propias reglas.

Tanto así que usaron los estudios de la famosa calle del cruce de cebra sin que el disco tuviese nada qué ver con la EMI.

Fue hasta abril de 1968 que el disco fue tal (y en Estados Unidos hasta junio). Apenas el segundo de una banda que merecía también la histeria juvenil, los gritos y el alboroto que tenían que soportar algunos melenudos – y que quede claro que la referencia no sólo va para los porteños, ¡también para los del sur! Para entonces, The Zombies ya no eran más. En diciembre del 67 decidieron romper el vaso y no recoger los pedazos. No era para menos, tras tantas frustraciones.

Poco antes, el noviembre post-Verano del Amor, había salido como anticipo el single Care of Cell 44 b/w Beechwood Park. No podría llamarse un éxito comercial. Ni siquiera entró a las listas, pero las regalías fueron usadas por Rod Argent y Chris White para financiar la mezcla en estéreo de Odessey and Oracle.

Irónicamente fue hasta 1969 cuando el disco tuvo alguna repercusión. Al Kooper, de Blood, Sweat and Tears, pensó que el disco podría ser un éxito. No tenía muy mal oído, por cierto. En junio del 68 el sello Date, subsidiario de CBS, lanzó –Kooper mediante, ya que era productor de la compañía– Butcher’s Tale (Western Front 1914) b/w This Will Be Our Year en los Estados Unidos. La compañía pensaba que podía pasar por un tema anti-guerra, cuestión de moda en los medios, y así colocar un hit. No se logró, dicho sea de paso.

En noviembre salió, como segundo intento, Time of the Season b/w I’ll Call You Mine, tanto en la Gran Bretaña como en Estados Unidos (y también b/w Friends of Mine en una segunda edición americana), y sólo entonces fue cuando The Zombies entraron a las listas de nuevo. La última vez que lo habían hecho en el Reino Unido fue en 1964 con Tell Her No (llegando al no. 42) y en Estados Unidos con Just Out of Reach en el otoño de 1965, y apenas alcanzó el no. 113. En México fue editado por Epic.

Pocas veces se dio un uso tan bueno a un mellotrón. Sí, obviando los campos de fresa por siempre, está claro. Es que cuando uno se mete con experimentaciones y exotismos siempre es fácil caer en juegos autocomplacientes, pero estos tipos la supieron hacer. Parece que escuchamos orquestaciones, pero es uno de esos armatostes polifónicos.

El LP sólo dura 35 minutos, pero ¿se necesita más? Gústele a quién le guste, el disco comienza inmejorablemente con Care of Cell 44, una extrañísima canción de amor: Colin le canta a una reclusa a quien echa de menos, que está a poco de salir del encierro. Con todo, la afección con que canta es muy creíble.

A Rose For Emily es una preciosa balada muy barroca. La letra es como Eleanor Rigby, pero realmente escalofriante. Y es que se basa en un cuento aterrador... Maybe After He’s Gone podría pasar por una respuesta británica al Brian Wilson más plañidero de I’m Waiting For The Day del Pet Sounds.

Pero Beechwood Park es una cosa como para ponerse de pie. ¿Quién no se dobla ante algo así? ¿Tu no? ¡Mientes! El Itchycoo no es el único parque a visitar, porque en los céspedes de Flamstead también lo hemos pasado en grande.

Brief Candles es casi religiosa, es la cursilería que todos nos debemos permitir de vez en cuando; la admisión de la nostalgia de aquello que nunca superamos. Quítate la máscara sólo por tres minutos y medio, que nada te cuesta. Lo mismo con Hung Up In A Dream, que Michael Brown podría envidiar. ¿Y qué decir de Changes? Puro barroquismo pop. Have some more tea!

I Want Her She Wants Me son The Zombies más beat, esos que ganaron a principios de los 60 un concurso de bandas del London Evening News, pero ya con unas cuantas gotas de lisergia y evocaciones ligeramente bucólicas. This Will Be Our Year esconde un verdadero himno vital en su aparente sencillez. Penny Lane, hazte a un lado.

La arriba mencionada Butcher’s Tale (Western Front 1914) huele a pólvora de las trincheras y es una canción impresionante. Piel de gallina. ¿Te resistes? ¡Escucha cómo suplica! “Please let me go home!”

Friends of Mine es divertidísima. Cómo no, si es una canción sobre amigos tuyos que van en parejas. Así de fácil. Twee as hell. Y, claro, el viaje termina con Time of the Season, que seguro te sabes de memoria (“who’s your daddy?”) porque aparece en toda recopilación facilona de los “años maravillosos”. Pero bien lo merece, definitivamente. Qué gran solo, el del piano eléctrico.

¿Otra taza de té?, un Rolls Royce multicolor, armonías vocales inspiradas, pianos lunáticos, trajes impecables (¡no, no te pongas esa túnica!), mellotrones, chicas con flequillos, nostalgia, lujuria por la vida. Tal vez eso de floating downstream no parezca del todo cool. Hoy no importa. Hoy suena un LP al que hay que darle al menos una oportunidad. Dos. Tres. Quedarse con él…

 C/S.

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Esteban Cisneros
(León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

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