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GUÍA DE LECTURA

Los caballitos del diablo, de Tomás González

Jaime Panqueva​

Tomás González -  Jaime Panqueva
Tomás González
Los caballitos del diablo, de Tomás González

¿Puede un hombre sustraerse del mundo violento que lo rodea? ¿Aislarse en una parcela y contemplar desde ella la hecatombe? En Los caballitos del diablo (Norma, 2003), Tomás González, relata la historia de un hombre anónimo que al juntar el dinero suficiente para vivir, decide comprar unas “cuatro cuadras de tierra” en las montañas que rodean al Medellín de mediados de los ochentas para encerrarse en la finca y convivir con su esposa y sus hijos. Narrador con extraordinario ritmo y capacidad de construir imágenes, cultiva las historias familiares para reflejar la vida desde el rincón más cercano al lector. González habla del aislamiento como una opción que no carece de consecuencias ante el fenómeno que va devastando la ciudad. De forma tangencial, tan sólo en apariencia, la violencia se extiende hasta tocar las puertas del aparente paraíso donde el hombre dedicado al cultivo deambula entre cafetales, buganvilias o guanábanos, y calla la angustia que producen las noticias del exterior, cómo su familia se va desgajando con el avance ineluctable de la muerte.

Los muertos que aparecían cada mañana en zanjas y pastizales, en lotes, en las mismas pistas del aeropuerto o debajo de los puentes, disminuían a veces, como las mareas, y la gente se hacía la ilusión de que por fin los tiempos sombríos tocaba a su fin. Pero entonces algo pasaba, los asesinatos volvían a empezar y la gente debía otra vez luchar por no dejarse llevar por la falta de esperanza y ser capaz de disfrutar del pedazo de piña en un parque en un día de sol, por ejemplo, o de las bocanadas de olor que salían por las puertas de las carpinterías.

La novela se construye por lo no dicho, por lo que se filtra en las conversaciones familiares o las anticipaciones que siembra el escritor: “Por esos días aún no había muerto Emiliano, no había muerto J., y en todo parecía haber alegría y afecto”. La atmósfera compuesta por la sombra de los guayabos o naranjos, el olor a la tierra recién aporcada, compone un marco idílico para la soledad de un protagonista que desaparece entre las matas o “se le oye... moviéndose entre como un animal entre las ramazones.

Vale la pena leer a Tomás González, una de las plumas más destacadas de la literatura colombiana actual que cuenta historias, en apariencia pequeñas, que conectan a la perfección con el México que vivimos por estos días.

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