Es lo Cotidiano

ESTA CANCIÓN PODRÍA SER TU VIDA, LA NOVELA POR ENTREGAS [XXIII]

24 hours from Tulsa (Dusty Springfield, 1964)

José Luis Justes Amador

dusty-springfield
24 hours from Tulsa (Dusty Springfield, 1964)
24 hours from Tulsa (Dusty Springfield, 1964)

Segundo trabajo, segunda decepción. Al paso que iba, ya lo único que quería era quedarme en un solo lugar y sobrevivir sin más. En lo laboral y en lo amoroso. O yo era un imbécil o era un imbécil. La respuesta estaba clara. Lo era.

Necesitaba estar solo. Y la única manera de estar solo en esta ciudad era montarme en el coche. Cualquier otra cosa, pasear por el centro, encerrarme en una cantina, sentarme en un parque, ir al cine incluso, hubiera significado tener al menos la posibilidad de encontrarme con alguien. Con quien fuera.

Como en una mala película, me monté en el carro. Paré en la gasolinera que estaba en la salida del pueblito y pedí que me llenaran el depósito mientras yo, imitando de nuevo a todas esos horribles telefilmes de mi primera adolescencia, entraba a la tienda de autoservicio. No encontré nada que no fuera alcohol, justo donde comenzaba la carretera libre, o insípidos y probablemente a punto de caducar productos botaneros. La máquina de café estaba estropeada. Compré, por la vergüenza de haber entrado y no consumido, unos cigarros y agua embotellada. Necesitaba tener la mente clara. ¿Para qué? Ni yo lo sabía.

Volví al carro. Estaba decidido. Cada vez que encontrara una posibilidad de desvío a la derecha, la tomaría. Sin importar si la carretera mejoraba. O empeoraba.

Prendí la radio. En algún lugar de mi memoria estaba la canción que escuchaba, pero me parecía raro que estuviera sonando en un lugar en el que todo hacía pensar que sonaría otro tipo de música. Me costó un tiempo darme cuenta de que en realidad no había prendido la radio sino que era el CD que desde hacía mucho tiempo no sacaba. Una recopilación. Esa era la primera canción. De repente, al percatarme, llegó la letra. Sin pensarlo, apreté para que se repitiera una sola sola canción: esa.

Una canción que no tenía absolutamente nada que ver con lo que estaba pasando. Lo que la hacía perfecta para la ocasión.

Cada vez las carreteras iban haciéndose más y más estrechas, más y más solitarias, más y más descuidadas. Si es que alguna vez habían estado cuidadas. La canción sonaba y sonaba como una canción de cuna, no podía permitirme el lujo de dormirme ni de quedarme sin gasolina en clave country.

No quería dormirme. No podía dormirme. Pero a veces ni lo que queremos ni lo que podemos es suficiente. Con medio tanque decidí pararme junto a algo que parecía que en sus buenos tiempos podía haber sido, si no un lago, al menos una poza decente. Junto a unos árboles que más verdes y mejor cuidados, podían haber aparecido en cualquier enciclopedia de botánica como ilustración de los sauces llorones, pero que ahora no eran más que una posible fotografía para un artículo en una página sensacionalista del daño que le estábamos haciendo al planeta.

Hacía calor. Ese calor de septiembre que anuncia la llegada de un otoño largo. La canción todavía seguía sonando cuando me dormí y soñé.

 

[Ir a la portada de Tachas 368]