Es lo Cotidiano

EL PARIETAL DE CHOMSKY (COMUNICACIÓN Y LENGUAJE)

Bourdieu (Chartier) y la lectura

Gerardo Ávalos

Bourdieu (Chartier) y la lectura

En su postulado, Bourdieu introduce dos palabras claves: campo y habitus. Trataré del primero; el campo responde a un terreno o territorio singular en el cual se produce una actividad en particular; dentro del mundo social del hombre hay pues varios terrenos o campos de acción, el destinado para la labor artística y aun más, diré yo, para el ejercicio literario es uno de ellos. Todo campo tiene sus principios y normas propias, todo campo es un sistema cuya operatividad se distingue de los otros y le sirve además para relacionarse con ellos en la medida de lo posible y lo pertinente. Cada campo social tiene autonomía propia, es parte y es todo del sistema global que es la sociedad.

El habitus responde al papel de la escuela o a la actividad pedagógica como inculcadora de saberes y esquemas de los campos del dominio social, la formación escolar en todos sus niveles como reproductora de esos dominios que reflejan de forma inherente las relaciones de dominación-dependencia entre las clases sociales:

Como interiorización de la exterioridad, el habitus hace posible la producción libre de todos los pensamientos, acciones, percepciones, expresiones que están inscriptos en los límites inherentes a las condiciones particulares —históricas y socialmente situadas— de su producción: en todos los ámbitos, aun los aparentemente más “individuales” y “personales” como pueden ser los gustos y las preferencias estéticas”.[1]

El que se mueve dentro de ese campo, el estético, es el que conoce y aplica las reglas del mismo, y es el jugador de ese terreno, el artista, o como lo define el autor, el agente, porque “hablar de habitus es… recordar la historicidad del agente… es plantear que lo individual, lo subjetivo, lo personal es social…”[2] Así pues las cosas del arte, la obra, el poema, el texto literario, no son distintos de otros objetos sociales y sociológicos, lo que nos explica que la sublimación de la obra artística y digamos su distanciamiento del mundo cotidiano no son otra cosa que el resultado de las relaciones sociales específicas que forman parte del universo social específico donde se gestan, se difunden, se consumen y se genera la creencia en su valor; de tal suerte que el problema de la autonomía del campo artístico es el problema que conlleva a definir lo que Bourdieu llama las reglas del arte. Una problemática que desarrolla concienzudamente este pensador y que argumenta hasta más allá de lo solvente en un libro que lleva justamente ese nombre, las reglas del arte, acaso su publicación más conocida y de mayor prestigio.

En realidad, estas reflexiones son conferencias, entrevistas, artículos y mesas redondas impartidas por Bourdieu indistintamente en varios foros y a raíz de otras de sus publicaciones, reunidas en este volumen, el sentido social del gusto, en donde el penúltimo apartado se describe una charla pública que ofrecieron Bourdieu y Roger Chartier acerca de la lectura como práctica cultural. Ahí tanto el sociólogo como el historiador, desentrañan un tanto el ejercicio de la lectura como fenómeno social, la lectura como hábito, intención, las condiciones e intereses que evidentemente el hecho implica.

El sociólogo define autor y lector: “El auctor es quien produce y cuya producción es autorizada por auctoritas, la del auctor, el que debe su triunfo en la vida así mismo, célebre por su obras. El lector es alguien muy diferente, alguien cuya producción consiste en hablar de las obras de otros.”[3] Refiere los usos sociales de la lectura, las relaciones con lo escrito y sobre las prácticas de lectura, pero delimita el sentido literal de la palabra lectura como practica exclusiva del lector; sentido que se le ha implantado en otros campos como el de la antropología, la etnología —y creo yo el de la semiótica—, para los cuales la interpretación y la decodificación (en términos de una interpretación no hermenéutica) significa leer. Y no es así, nos dice Bourdieu, ya que: “Se piensa que leer un texto es comprenderlo, es decir, descubrir en él la clave. Mientras que, en verdad, no todos los textos están hechos para ser comprendidos en ese sentido… Hay toda suerte de textos que pueden pasar directamente al estado de práctica, sin que necesariamente exista la mediación de un desciframiento en el sentido en que lo entendemos.”[4]

Al respecto, Chartier opina desde la óptica del historiador que: “las capacidades de lectura, empleadas en un momento dado por determinados factores frente a determinados textos, como las situaciones de lectura, son históricamente variables.”[5] Entonces, el asunto de los usos, la intención, las prácticas y las capacidades de lectura son factores que se indagan en esta tesis al estar implícitas en el instrumento que se aplicó a los jóvenes informantes cuando se les pregunta cuántas páginas deben tener los libros que les gustan, qué géneros literarios prefieren, qué temas son sus favoritos, qué clase de autores leen en cuanto a su nacionalidad, etc., y qué espacio de su casa por ejemplo les gusta o prefieren para leer. Algo del desarrollo de estas premisas teóricas se verán necesariamente reflejadas en la parte de la descripción y sobre todo en el análisis de las respuestas a tales preguntas en el capítulo dedicado a ello, como por ejemplo, el que un texto con párrafos largos va dirigido a un público más selecto que un texto estructurado en base a párrafos cortos, puesto que un lector más popular demanda un discurso escrito más discontinuo; ¿en qué clase de público lector se ubican nuestros alumnos? Ya lo veremos.

Recapitulando, el gusto tiene bases sociales, responde a la actividad propia de un campo en particular, es autónomo y tiene sus propias reglas, en él entran en juego el artista, el crítico y el espectador, entra en juego también el editor y el lector para el caso de la creación literaria. Y volvamos otra vez con Pierre Bourdieu quien en otro de sus libros, La distinción[6] establece la separación entre un objeto de arte y otro que no lo es:

De este modo, dentro de la clase de los objetos elaborados, definidos por oposición a los objetos naturales, la clase de los objetos artísticos se definiría por el hecho de que requiere ser percibida según una intención propiamente estética, es decir, percibida en su forma más que en su función.[7]

¿Cómo podemos comprender lo anterior? Pues lo podemos entender de la siguiente manera: que esa intención es la intención estética del autor, la cual está regulada por normas y convenciones sociales e históricas, porque en el periodo clásico, el gusto demandaba por ejemplo que las cartas privadas, los discursos oficiales y los escudos de los héroes fueran artísticos, en cambio el gusto moderno exige que tanto la arquitectura y otros objetos como ceniceros tengan una evidente funcionalidad; y es que además la apreciación de la obra de arte depende de la intención del espectador, que a su vez depende de normas convencionales de un determinado marco histórico y social.

Finalmente, Bourdieu habla del gusto puro en oposición al gusto bárbaro, y para ello se apoya en Ortega y Gasset, quien separa una especie de contemplación pura y un arte impopular o antipopular que representa el arte moderno. Dicho arte, el moderno, produce un efecto sociológico al dividir al público en dos clases, la de la gente que entiende ese arte y la de la gente que no lo entiende; lo que implicaría que el primer grupo posee un órgano de comprensión que está negado por lo tanto a los del segundo sector. Ese arte nuevo así llamado moderno al parecer no tiene la intención de estar elaborado para todo el mundo, es un arte privilegiado para unos cuantos, como en tiempos pretéritos, cuando las masas no tenían acceso a la música, la pintura e incluso cuando los libros eran placeres reservados para las clases altas; sin embargo, en la actualidad todo mundo puede leer, visitar museos, escuchar música clásica, las masas pueden acceder al campo del arte y manifestar un juicio si así lo desean, y de ese modo el arte más noble y puro ya no constituye un placer único, directo.

Pese a lo anterior, la contemplación pura sigue manteniendo una ruptura con la actitud ordinaria; lo que implica una ruptura social, ¿por qué? La explicación la da el mismo Ortega y Gasset:

cuando atribuye al arte moderno, que no hace sino llevar a sus últimas consecuencias una intención inscrita en el arte desde el Renacimiento, un rechazo sistemático de todo lo que es “humano”, entendiendo por humano las pasiones, las emociones, los sentimientos que los hombres ponen en su existencia y al mismo tiempo todos los temas u objetos capaces de suscitarlos: “A la gente le gusta un drama cuando ha conseguido interesarse en los destinos humanos que le son propuestos” y en los que “toma parte como si fuesen casos reales de la vida”. Rechazar lo humano es, evidentemente, rechazar lo genérico, es decir, lo común, “fácil” e inmediatamente accesible, y desde luego, todo lo que reduce al animal estético a la pura y simple animalidad, al placer sensible o al deseo sensual…[8]

Todo eso abarca la contemplación pura que se define analógicamente al definir la contemplación ingenua, el gusto puro y el gusto bárbaro van no obstante de la mano, ¿rechazo o privación? son dos posturas que se encierran en este dilema y, como la respuesta, es tal vez todo un acertijo, no se deben dejar de lado los factores histórico-sociales que rodean la cuestión, más pensando en el momento histórico que nos ha tocado vivir, en donde los jóvenes son el presente y el futuro de sí mismos, de un mundo que se perfila para ellos, en el que la lectura es algo cada vez más extraño, más raro, y cuya realidad camina por senderos sinuosos abigarrados de subculturas icónicas, electrónicas y sonidos de fondo y en primeros planos. Y ante este horizonte, cabe preguntarnos ¿cuál gusto literario tienen los jóvenes ex bachilleres de nuestra Universidad Autónoma de Zacatecas, el gusto puro o el gusto bárbaro siendo ellos los futuros profesionistas de nuestra comunidad?

El asunto es lograr que nuestros jóvenes lean, nuestros estudiantes, nuestros conciudadanos, nuestros hijos y nietos, nuestros sobrinos, nuestros parientes, nuestros vecinos y amigos, que lean primero por cuenta propia y luego por gusto. Pero por iniciativas e intentos no ha quedado, fuera de la escuela se pueden mencionar dos intentos reseñados por la docente e investigadora universitaria Freja I. Cervantes Becerril de la UACM en la revista Andamios[9] en donde nos detalla cómo desde el trabajo editorial, tanto una rama de la industria cultural, por un lado, y el gobierno federal, por el otro, la primera con un programa de oferta de lectura y el segundo como parte de su programa de difusión cultural, crearon en un momento no precisamente simultáneo un programa de acercamiento de libro a la gente con la única finalidad de fomentar el gusto por la lectura.

 

[1] Pierre Bourdieu, El sentido social del gusto, elementos para una sociología de la cultura, Siglo XX, Buenos Aires, 2010, p. 15.

[2] Ibid., p. 16.

[3] Ibid., pp. 253-254.

[4] Ibid., p. 256.

[5] Ibid., p. 254.

[6] Bourdieu, Pierre, La distinción. Criterio y bases sociales del gusto.

[7] Ibid., pp. 33-34.

[8] Ibid., pp. 36-37.

[9] Cervantes Becerril, Freja I., “Colecciones y formación de gustos literarios en México”, pp. 279-298.