jueves. 25.04.2024
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Spoilerama • The Matrix: Resurrections: Una realidad enfrentada a la identidad • Óscar Luviano

Óscar Luviano

The Matrix, Resurrections - Fotograma de la película
The Matrix, Resurrections - Fotograma de la película
Spoilerama • The Matrix: Resurrections: Una realidad enfrentada a la identidad • Óscar Luviano

“Would you tell me, please, which way I ought to go from here?”

“That depends a good deal on where you want to get to,” said the Cat.

“I don’t much care where—” said Alice.

“Then it doesn’t matter which way you go,” said the Cat.

“—so long as I get somewhere,” Alice added as an explanation.
“Oh, you’re sure to do that,” said the Cat, “if you only walk long enough.”

Alice’s Adventures in Wonderland

Nota personal:

Tras ver la primera secuencia de la cuarta entrega de Matrix, nomás no pude, y tras cerrar la pestaña en la que se reproducía, encontré que el algoritmo de Youtube me tiraba un anzuelo al ponerme en portada la reseña del mismo título a manos de un señor youtuber chileno. Le di play porque a mí hace rato que la Matrix ya no me horroriza.

Tras unos minutos de furia austral, de “una versión woke” de la trilogía de acción más amada, de “una película de uno de los hermanos Wachowski que repite lo ya visto” y de “discuten la franquicia a lo largo de veinticinco minutos”, el señor llegó a acusar a Lana Wachowski de no ser un hermano, que es lo que era cuando, junto su otrora hermano, idearon ese fenómeno de masa y etcétera.

Me convenció de que era urgente ver esta cuarta parte.

Creo que hay películas que se eligen por los detractores que cosechan, y The Matrix: Resurecctions parecía ser una ellas.

El youtuber chileno hizo suyas todas las recriminaciones a la cinta que pululan por las redes. A saber: que ya no es de vanguardia, sino un recalentado metanarrativo, y que ya no es transfriendly, sino abiertamente militante.

De modo que una semana después la vi en el cine, compañía que ya quisieran, y salí convencido de que es una gran película.

Acaso superior a sus tres entregas anteriores.

Acaso superior a todos los productos que emularon e imitaron hasta la clonación el éxito de 1999, que revitalizó la carrera de Keanu Reeves y que fue lo mejor que le pudo pasar a los lentes oscuros de más de tres mil pesos.

Fin de la nota personal.

Sirva este prólogo para establecer que, en primera instancia, no deja de ser extraño que una saga creada (como han expresado en diversas ocasiones sus creadoras) como una metáfora de la búsqueda de la identidad sexual, se haya convertido, con el paso de los años, en baluarte de los valores más conservadores del cine heteronormado: la tecnología belicista, las artes marciales, la vaciedad conceptual del cine de acción, la filosofía new age, la defensa acrítica del cine mainstream, las firmas de moda exclusiva…

Es decir: a lo largo de los años, y tal vez desde su estreno mismo, Matrix fue convertida por buena parte de su público en ejemplar de todo lo que supuestamente no era: una loa al capitalismo más confortable.

Por ello creo que es desacertado asegurar, como muchos han hecho, que esta cuarta entrega es más de lo mismo, ante la incapacidad de su directora y guionista de ir más allá.

Aunque Lana Wachowsky ha señalado en diversas entrevistas que accedió a realizar esta secuela para contar la historia personal de su transición (que se otea en las mejores escenas), el resultado es un extraño ensayo metacinematográfico, un arriesgado experimento en el que Wachowsky discute y disecciona la cultura pop que ayudó a cimentar, e intenta reventarla en aras de una apuesta por la búsqueda de la identidad personal.

El modelo de Resurrecciones ya no es el conejo de Alicia en el País de las Maravillas y la elección entre las píldoras azul o roja. Esta travesía hacia el interior de la trilogía original está guiada por el gato de Cheshire y su vaporosa sonrisa irónica: no importa la elección, sino descubrir que el poder de la Matrix es el de convencernos de tomar esa elección con una urgencia que nos hace olvidar quiénes éramos y quiénes debemos ser.

El terreno de esta entrega no es el relato de acción, sino el del ensayo que discute las motivaciones de este engaño que llamamos realidad. Creo que la mejor manera en que se puede describir este filme es como una serie de mesas redondas alrededor del concepto de la realidad enfrentada a la identidad (o sobre la manera en que la realidad nos impone una identidad); mesas interrumpidas o ilustradas con sesiones de karatazos.

Estas mesas son las siguientes:

  1. Un grupo de hackers descubren que alguien se ha apropiado de la Matrix y la ejecuta en loop sin que se sepa con qué fin: los hackers discuten el sentido de usar un viejo programa para encontrar algo nuevo.
  2. Dentro de esta Matrix hay un Thomas Anderson (Keane Reeves) obligado (como la directora) a realizar una nueva entrega de un juego llamado The Matrix: Thomas y sus colaboradores (en realidad bots para mantenerlo fijo en su trabajo como programador de éxito) discuten el sentido de la trilogía original.
  3. Un Neo que duda de ser Neo visita la nueva comunidad humana para descubrir que máquinas y humanos han firmado la paz, que la mayoría de sus amigos han muerto y que la guerra para la que nació como mesías carece de sentido: en una sesión de karatazos discute con el nuevo Sr. Smith el sentido del heroísmo en un mundo donde el cinismo y el postmodernismo han cooptado toda la fuerza liberadora de las historias.
  4. Thomas descubre que dentro de la Matrix hay un clon de Trinity (Carrie-Anne Moss), casada y con hijos, que no tiene memoria de él: Neo debe convencer a su nuevo clon de la necesidad de rescatarla, de recordarle quién era: ¿Tiene sentido arriesgarlo todo por una mujer que ha olvidado su identidad en el rol de género que le han impuesto?

No voy a engañar a nadie: Matrix: Resurecctions fracasa en todas estas ambiciosas discusiones (o no las termina o no las profundiza, excepto la última), pero esa es la idea: el gato de Cheshire no se nos atraviesa para guiarnos, sino para perdernos, pues siempre que sigamos avanzando llegaremos a algún sitio.

Lo importante es abrir esas discusiones en el contexto de blockbusters, pues son puro ruido que alienta el consumo masivo y acrítico.

Lana Wachowski no ha evolucionado como cineasta (esta entrega adolece de la verborrea y del Deux es machina, tal como las anteriores), pero es honesta, y ello redunda en que no intente avanzar en el sentido tecnológico de su creación: no sustituye al bullet time ni a los enjambres, sino que los usa con un nuevo sentido de las secuencias de acción barrocas y fascinantes: esa persecución final no tiene madre.

La sinceridad de la directora también fructifica en los dos mejores momentos de la cinta, los más dolorosos, y asumo que personales. Uno de ellos es cuando la posible Trinity le dice a Thomas que le contó a su esposo que creía que la protagonista de The Matrix se le parece. “Se rió de mí”, dice, y Thomas baja la mirada, pues comprende lo que significa que quien dice amarte se ría cuando le revelas tu identidad verdadera.

El segundo es un encuadre del que no me he repuesto: cerca del final, Neo y Trinity tratan de tocarse, estiran sus manos mientras las huestes de bots (encarnadas por policías, compañeros de trabajo, familiares y amigos) los tirotean, y se debaten contra todas las formas del capitalismo que tratan de devolverlos a la normalidad que se les ha deparado.

The Matrix: Resurections (2021) está en cines.


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