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Tachas 482 • Invitados sobrevivientes • Fernando Cuevas

Fernando Cuevas

Peleando por mi vida (The Survivor, Canadá-Hungría-EU, 2021)
Peleando por mi vida (The Survivor, Canadá-Hungría-EU, 2021)
Tachas 482 • Invitados sobrevivientes • Fernando Cuevas


Un par de hombres cargan con su pasado mientras tratan de resolver un presente que sigue afectado por sucesos que vuelven a su conciencia, con toda la dificultad para ser cabalmente comprendidos. Circunstancias y contextos distintos en los que ambos se debaten en busca de respuestas que terminen de una vez con la omnipresente incertidumbre e incapacidad para buscar algún tipo de reconciliación más o menos estable. Cortesía de sendos directores de larga trayectoria, dos películas que se mueven con credibilidad por el drama que termina anclado en las relaciones familiares, particularmente con los hijos.

Hasta la cocina

Una mujer en sus treintas (Laysla De Oliveira) acude a una iglesia para arreglar el funeral de su padre y termina conversando con el sacerdote (Luke Wilson), quien le hace algunas preguntas para saber qué decir en la ceremonia. Primero reticente, la hija empieza a compartir su percepción, no muy alentadora, acerca de la relación que tuvo con él y los eventos por los cuales se separaron: ella carga una culpa sobre un incendio que dejó correr y terminó un tiempo en la cárcel tras ser sentenciada por acoso sexual mientras dirigía una orquesta juvenil. Su madre de origen brasileño murió de cáncer y su padre estableció un vínculo con su maestra de música, situación que contribuyó al alejamiento y rencor de la todavía pequeña niña.

Por su parte, el protagonista es ahora un solitario supervisor de la higiene en los restaurantes de cocinas diversas, labor que realiza con pulcritud y esmero, lanzando advertencias e incluso cerrando el local cuando incumple las normas de limpieza en todas sus áreas o en alguna ocasión sembrando evidencia para conseguir información; en las noches se reencuentra con el simbólico conejo de su hija que ahora está bajo su cuidado. David Thewlis entrega una contenida interpretación de este personaje que en cualquier momento parece que se va a desbordar, sobre todo por las pérdidas sufridas y la situación de su hija presa: en un momento inoportuno, cual debe, terminará por externar sentimientos largamente añejados.

Dirigida por el egipcio-canadiense Atom Egoyan, con el ojo puesto en los vericuetos que el drama puede tomar en torno a un hombre del que sabemos poco, como lo hiciera en Recuerdos secretos (2015), su anterior filme, Invitado de honor (Canadá, 2019) va apuntando hacia distintas direcciones argumentales, incluyendo personajes que se mantienen en zonas grises dentro del contexto del relato, alrededor del vínculo entre padre e hija, separados emocionalmente por diversas razones pero aún manteniendo contacto a pesar de las circunstancias. La enfática paleta de colores en los encuadres donde predomina una tonalidad, refuerza los estados de ánimo del hombre metódico en su trabajo pero guardando muchas emociones que revolotean por su mente.

La batalla fuera del ring

Dirigida con justo sentido dramático y en tesitura clásica por Barry Levinson, en bienvenido regreso a la pantalla grande tras seis años de producciones televisivas como las también biográficas The Wizard of Lies (2017) y Paterno (2018), con Robert De Niro y Al Pacino, respectivamente, Peleando por mi vida (The Survivor, Canadá-Hungría-EU, 2021) es una biopic de Harry Haft, un sobreviviente del holocausto provocado por los nazis que migró a Estados Unidos y que se dedicó, inesperadamente, al pugilismo como una forma de mantenerse de pie, sobre todo en la reclusión como judío polaco durante la II Guerra Mundial, entre profundos dilemas morales que lo persiguieron buena parte de su vida.

El guion de Justine Juel Gillmer, con base en el libro escrito por Alan Scott Haftse, hijo del protagonista aquí interpretado por Kingston Vernes, se estructura en tres etapas de la vida del protagonista, cada una con su respectiva lucha: sobrevivir en el campo de concentración a través de participar en peleas con otros judíos, incluyendo su mejor amigo; tratar de convertirse en un buen boxeador y encontrar al amor de su vida, también atrapada por los nazis y con paradero incierto, y finalmente, intentar llevar una vida funcional atendiendo su pequeño negocio de abarrotes junto con su esposa e hijos, a pesar de las invasivas pesadillas y pensamientos que lo atormentan por las experiencias vividas en el campo de concentración, las pérdidas y la culpa. 

A partir de un notable trabajo de edición y una fotografía que apuesta por los contrastes y la versatilidad según el episodio que se trate, vamos y venimos de un presente aún con acechantes ecos del pasado, a la dureza del campo de concentración, presentada en un blanco y negro respetuoso con puntuales imágenes atravesadas por un siniestro ambiente humeante que reflejan la barbarie, para de ahí transitar a los años en los que la búsqueda de la mujer amada continúa y la carrera boxística se mantiene con alfileres hasta que alcanza cierta fama al contar su historia previa y pelear con el campeón del momento.

Con una poderosa interpretación de Ben Foster que incluyó la consabida transformación física, la historia se enfoca en el dilema moral y la consecuente culpa que aqueja al boxeador por haber peleado contra sus propios compañeros para salvar su vida en el campo de concentración, azuzado por un oficial nazi: una serie de decisiones difíciles en su momento que ante la mirada de la comunidad judeopolaca que ahora lo rodea, resultó ser una traición a su pueblo. Como suele suceder, juzgar en el vacío los actos de las personas limita la posibilidad de analizar con mayor cuidado los contextos y circunstancias en los que fueron desarrollados.

Para acompañar a la contundente interpretación protagónica, se presentan Vicky Krieps en el papel primero de quien le ayuda a continuar su búsqueda de la mujer amada (Dar Zuzovsky) y después de su esposa; Peter Sarsgaard como el periodista de contadas pero vitales apariciones; Saro Emirze como el hermano cercano no obstante los desacuerdos; Danny DeVito, también coproductor, en plan solidario a pesar de trabajar con Rocky Marciano, su rival; Billy Magnussen, dándole vida a un oficial nazi más allá del eterno estereotipo acerca de este tipo de personajes; John Leguizamo, en plan bailarín para moverse por el ring; Paul Bates como el promotor boxístico y Charles Brice en el rol del colega y sparring ocasional.

Buscar en las sombras evanescentes al amor perdido, la reconciliación personal y una posibilidad de darle la mano a un futuro con alguna respuesta por fin alcanzada, no suficiente pero al menos fortalecedora para enfrentar el resto de las interrogantes que se presentan en formas varias, de la angustia por un pasado imposible de reconciliar a la expectativa de poder ser un padre y esposo al fin entregado. Poder compartir con el hijo las durísimas experiencias después de años de mantenerlas guardadas, no solo para liberarse, sino para darle oportunidad de comprenderse incluso a sí mismo.

 

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