sábado. 20.04.2024
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Réquiem para un corazón marchito

José Luz Rentería González

Réquiem para un corazón marchito

Una imagen surge difusa y como una saeta cruza el espacio. El recuerdo tiene coexistencia y cada latido es una herida. Las notas musicales se mezclan entre sí para producir la sinfonía del abismo: un adolescente de trece años, vestido de oscuridad, ve como se consume su alma aprisionada por las garras del can de la masturbación, que como una droga se ha vuelto un escape para huir de su realidad. En sus alucinaciones es perseguido por los cerdos de la pasión. Los cuales, al darle alcance, devoran sus ilusiones, dejando trozos de él esparcidos por el fango. Continuamente cae a la fosa de los instintos. Intentando avanzar en la oscuridad, siente una gran desesperación, al darse cuenta de que sus pies se mueven con lentitud. Extiende sus manos tratando de alcanzar el Edén. De pronto, el suelo desaparece y, en vertiginosa caída, desciende a las fauces de sus propios demonios.

La alarma del teléfono celular me despertó de esta pesadilla que se repite cada noche. Dejando en mi cuerpo –astral- las marcas de dientes, el olor a corrupción y una sensación de vacío. Con un movimiento retiré las sábanas que cubrían mi cuerpo inerte. Me incorporé, aún con la somnolencia de la resaca. Las sombras me acariciaban invitándome a seguir durmiendo. En la mesita de junto, el celular seguía gritándome: “¡Levántate, levántate, levántate ya!”. Mis pies tocaron el piso de mi habitación. Entonces todo cambió. Escuché una voz. Giré la cabeza 180 grados para descubrir una forma esquelética. En sus cuencas se vislumbraban un par de abismos sin fondo. ¡Era la Parca!, de quien tanto había escuchado en las leyendas de mi pueblo.

-¡Vengo por ti! –dijo- pues has malgastado tu substancia en efímeros placeres. Por lo que verás la miel brillar al sol, pero al intentar tomarla se convertirá en ajenjo. Escucharás las risas y tu corazón se desbordará en sollozos. Querrás beber agua para calmar tu sed, pero se escapará de entre tus dedos. Y así permanecerás por una eternidad. Hasta que seas purificado en el crisol del sacro-oficio.

Al escuchar aquellas palabras, un escalofrío se apoderó de mi alma. Entonces vi acercarse su mano huesuda. No pude reaccionar, me encontraba paralizado. Su mano izquierda tocó mi vientre y sentí una descarga eléctrica. Quise moverme al apreciar aquella sensación en mi cuerpo. ¡Gritar!, pero de mi boca solo surgió un leve mugido. Entonces desperté. Percibí mi corazón corriendo desesperadamente por la senda de la desconfianza -huyendo del instinto con careta de sospecha y cuerpo de un toro negro, cuyos ojos despedían furia, mientras el azufre escapaba de sus fosas nasales. Lo vi caer en un nido de arañas donde se alojó su espanto. Sus movimientos eran como de hélices tratando de liberarse de aquellas ataduras. El nido se empezó a llenar de agua sucia y en el líquido nadaban escorpiones que intentaban asirse a él. La corriente lo arrastró y lo condujo a un pantano, donde un enorme lagartijo lamía su esencia antes de devorarlo. Dentro de las entrañas del animal reinaba la oscuridad de la soberbia. Vi a los perros del karma rodearlo, tratando de morder sus aspiraciones. Tenían la orden de detenerlo a toda costa. Entonces, en el cenit de la constelación de Acuario, la luna asomó su rostro a través del ventanal de la noche, y con mirada maternal, le obsequió una sonrisa, la cual disipó su temor. Pero ella se vistió de luto, dejándolo a merced de los tiranos. Que, sin misericordia, seguían enviando a sus verdugos, para que terminaran de decapitar a mi corazón.