martes. 16.04.2024
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ARDE ALEJANDRÍA

Los días de enfermedad, de Daniel Mosqueda

Joserra Ortiz
Tachas W2
Marie Curie​​, científica.
Los días de enfermedad, de Daniel Mosqueda

Estamos llenos de humores, ya malos, que son causa ordinaria de las enfermedades, ya buenos, que también los médicos temen, porque opinan que, no habiendo nada duradero en nosotros, la salud demasiado viva y vigorosa debe ser combatida a fin de que nuestra incierta naturaleza no retroceda de golpe.
Montaigne. Ensayos. Libro segundo, Ensayo XXII

Con toda exactitud, en la literatura solo existen dos temas sobre los que se escribe: la muerte y el amor. Ambos son fenómenos complejos, incomprensibles e inabarcables para el ser humano. Todas las ciencias, duras y sociales, e incluso el humanismo y la filosofía, se encargan de estudiar todo lo que conduce a esas dos incomprensibles verdades últimas de la vida. Nadie entiende qué es morir y nadie entiende qué es amar. Por eso aprendimos a narrar y a cantar poemas, para tratar de traducir nuestra ignorancia sobre las únicas dos certezas absolutas que significan la vida. Nunca lo hemos logrado del todo, pero ha habido acercamientos, ya sean bellos o sublimes, que nos han dado aproximaciones por supuesto traidoras, pero que en la mentira nos tranquilizan proponiendo certezas no verificables. Ese no es el caso de Los días de enfermedad, la colección de cuentos con que Daniel Mosqueda se inaugura en el campo literario mexicano. No digo esto de forma peyorativa, al contrario, sino desde la admiración de encontrarse ante lo que Forrest Ingram calificaría dentro del género del “short story cycle”, que, más allá de su fina construcción, explora los temas mencionados sin buscar explicarlos y entenderlos, sino diseccionando su funcionar en la vida diaria desde diversas perspectivas y pretextos.

Un ciclo cuentístico es todo aquel volumen (o, incluso, la obra de una vida, como es el caso de Borges o de Chejov, sin ir más lejos), en que los relatos confeccionan entre sí una continuidad que hace de la obra no un conjunto, sino una relación de vinculaciones narratológicas que persiguen un mismo fin temático, discursivo y poético. Por su título, en el caso de Los días de enfermedad, podría pensarse que éste sería el concerniente al padecimiento; sin embargo, pienso más adecuado leer que se trata de la comprensión de la sintomatología de todos los males que preceden a la muerte y al amor. No me sorprendo, sabiendo, como sé, que Mosqueda estudió medicina y, por lo tanto, lee el mundo desde una perspectiva morfológica, obligada a entender el funcionamiento de cualquier estructura, a partir de los rasgos externos que señalan sus complicaciones internas. La particularidad de estos cuentos radica en que, por ejemplo, en el caso del tema de la muerte (que es un resultado tanto biológico, como cultural), al contrario de un médico o un biólogo, no piensan en el ser tan solo como un cuerpo, un organismo que puede intervenirse, una máquina que se debe componer para evitar, a toda costa, su decadencia. Sucede, más bien, que en la escritura de Mosqueda se le da al ser una categoría posterior al hecho orgánico: le da a la enfermedad la posibilidad del relato. Y, no lo olvidemos, el relato es siempre lo que subsiste y nos recuerda nuestra humanidad.

Sucede que la medicina desconoce algo que conoce perfectamente el artista verdadero, y es que la ciencia ignora que siempre hay algo hermoso en el derrumbe, en el cataclismo, en el olvido. No entienden la belleza de entender que todo ser nació o fue creado, fabricado, para ser la ruina de sí mismo. Las ruinas son hermosas; por eso las visitamos, porque son recuerdos antepuestos a lo que será nuestro presente (por no decir lo obvio: nuestro futuro), como Jorge, el personaje del cuento “Necropsia”, una especie de arqueólogo de los sentimientos escondidos en la fisiología, a quien “se le había fracturado el corazón, endurecido por los años de entrenamiento médico, pero [que quería darle a un cadáver] la mejor de las despedidas, el tiempo y la dedicación para hacer una disección perfecta, una que envidiarían Vesalio, Quiróz, Netter, Latarjet o cualquier otro, incluido su profesor, Jaramillo”. En comprensiones como esta se encuentra la belleza ética y estética de los cuentos de Daniel Mosqueda, narrador y fotógrafo de Aguascalientes, distribuidas, con poca irregularidad aunque sí existe, en los doce relatos complejos, inteligentes y escritos con la audacia del artista (que es esa intrepidez que escapa de los moldes comunes y propone una voz nueva), solo posible en los narradores que conocen el poder de su visión del mundo y que traducen en la compleja belleza de una sintaxis propia y apropiada.

De hecho, esto último, se nota sobre todo, en “Infección”, “Legrado” o “Teratoma”, tan solo tres de una docena que vuelven de una materia tan lejana, ignorada y aburrida como la medicina, un espacio de reflexión y comprensión humanista; de sapiencia sobre el ser y su carácter, una ventana imaginaria para todo aquel ignorante de saber que es en el cuerpo donde se sufren los sentidos y los sentimientos, y no en el sentimentalismo heredado durante ya más de dos siglos de creer que el corazón es el lugar infalible de lo inefable, cuando, en realidad, es un simple músculo que, en el momento que deja de bombear, puede diseccionarse.

Por razones como éstas, considero que los cuentos de Daniel Mosqueda tienen la mejor de las categorías: como el amor, son aburridos. La aburrición, en un mundo como en el que vivimos, es un desprecio; pero si pensamos en el origen de ese sentido sabemos que es el inicio del ocio, su gran belleza y, desde ahí, entendemos que el ocio es la construcción del conocimiento y la maravilla. La aburrición es lo más digno del hombre. ¿Cuántos escritores de tercera o cuarta categoría se prostituyen por vender divertimentos dejando a un lado el placer del arte escrito? Digo que los cuentos de Mosqueda son “aburridos”, porque no están repletos de acción ni aventura; porque no son el viaje que se traduce a nuestro transitar de todas las ideas que no tienen respuesta. Son cuentos que, como escribió Roland Barthes en El placer del texto, se tratan de un murmullo, es decir, de “esa espuma del lenguaje que se forma bajo el efecto de una simple necesidad de escritura”; quiero decir, para dejarlo claro, que, en Los días de enfermedad “no está una simple necesidad de escritura. […] no se está en la perversión sino en la demanda”.

No puedo evitar, al leer a Mosqueda, recordar un pasaje oscuro de Touraine en el que establece que la noción de modernidad afirma que el hombre es lo que hace porque es lo que le corresponde, pues sus hechos así lo han dictado. Así funcionan los médicos y los cuentistas. Pero, si uno supone determinismo sobre los cuentos del autor, se está engañando, porque todos los personajes tienen consciencia y saben, aunque no siempre lo hagan, que pueden salir del ciclo vicioso de vida y muerte; enfermedad y salud; bienestar y malestar en donde están metidos. De ahí que el cuento, el monólogo, que abre el libro, “Infección”, sea una obra de arte; uno de esos textos perfectos que surgen desde la compleja belleza del flujo de consciencia. Fuera de ese gran cuento inaugural, para mí, uno de los relatos más bellos que he leído en los últimos años es “Paciente desconocido II”. Escrito en apenas pocas páginas, logra pasajes intempestiva y maravillosamente melancólicos y, quizá por una relación ya muy antigua, esa en la que uno aprendió a ser querido, me resalta un párrafo como este: “A veces pienso en Jean. Quizá si él fuera mi compañero para el baile, ya estaría aquí. Me miraría feliz, más sonriente que Santiago, me habría traído alguna flor morada y algún verso escrito por él, advirtiéndome lo malo que era, lo meloso, lo poco objetivo que se sentía conmigo, tan poco objetivo como para escribir versos en lugar de cuentos. Eso diría él y yo no diría nada, yo lo vería y se me rompería el corazón al saber que jamás lo podría querer así”.

Hay más razones que las aquí anotadas para recomendar la lectura de Los días de enfermedad, pero enemigo como soy de adelantar anécdotas que quitarán a cualquier lector el goce de sorprenderse en la lectura, solo insistiré en su aire y devenir melancólico, más en estos tiempos de felicidad inmediata y gratuita pues, parafraseando mi epígrafe: si sabemos que nada es duradero en nosotros, toda esperanza de vigor y perenne alegría debe ser combatida para que nuestra fortuita humanidad no nos obligue a olvidar que nunca sabremos qué es morir ni qué es amar.


Notas para valorar la parcialidad de esta reseña: Conozco y me considero amigo de Daniel Mosqueda desde hace un lustro, cuando participamos en un taller impartido por Martín Solares en Zacatecas. Hace un par de años leí una versión del manuscrito. Recoger mi ejemplar de este libro fue una aventura que me llevó a un Oxxo de Avenida Salk, en SLP, donde parecía que iba a hacer un conecte yonqui. Los días de enfermedad se lo cambié por una planta y una edición intervenida de mi primer libro.

Barrio de San Sebastián, S.L.P., Mex.


 

(Mosqueda, Daniel. Los días de enfermedad. Zacatecas, México: Exmaquina, 2019. Impreso.)


 

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Joserra Ortiz
(SLP, 1981), es Doctor y Maestro en Estudios Hispánicos por Brown University, y ha sido invitado como investigador, profesor o tallerista por el Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca, Boston University, Rhode Island College, Göteborgs Universitet, la Universidad Autónoma de Aguascalientes, el Centro de las Artes de San Luis Potosí, entre otras instituciones. Actualmente es Profesor-Investigador de tiempo completo y Jefe del Proyecto Editorial de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de San Luis Potosí. Ha publicado el libro de cuentos Los días con Mona (FETA) y la novela breve La conquista del Monte de Venus (Abismos), además de coordinar la antología El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (FETA); igualmente aparece en una docena de antologías nacionales e internacionales. En colaboración con Julio Ortega publicó la antología Nuevo Cuento Latinoamericano (Marenostrum), y en 2002 fundó y dirigió hasta 2017 las Jornadas de detectives y astronautas para la Feria Internacional del Libro de Monterrey, primer encuentro nacional de escritores no canónicos en México. Por lo pronto, este 2020 aparecerán sus libros El Ultimate Warrior, Cuentos completos sin los que sobraron, Narrativa criminal en México: Tres modelos de lectura, No llores frente a los mexicanos, y el chapbook Primero de abril. Dirige el Laboratorio creativo para cuentistas de su ciudad natal, del que recientemente surgió la editorial La conchita.

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