viernes. 19.04.2024
El Tiempo

Los cuentos que nos cuentan sobre el arte

Los cuentos que nos cuentan sobre el arte

Me encontré, pues, cara a cara con el siguiente dilema: miles de hombres hacen versos; otros miles les demuestran gran admiración; grandes genios se expresan por medio del verso; desde tiempos inmemoriales el poeta y los versos son venerados; y frente a esa montaña de gloria: yo, con mi convicción de que la misa poética se efectúa en el vacío casi completo.
Witold Gombrowicz

 

A mí me gusta ir a ver arte. Lo que no suelo tolerar son los toneles de basura pseudotécnica, a medio camino de la clase teórica, la pirotecnia y la parodia de mal gusto, que nos proponen para entender el arte. Como todos, hay cosas que me agradan, otras que me exigen ponerles un poco más de atención, otras más que no entiendo y me gustan, por las que le pido al cielo que ahogue quien hizo eso. Por ejemplo, al que una señora en un mítin defeque en la imagen de un político no le encuentro gran propuesta, complicación técnica, ni siquiera podría decir que me dé asco. Otra señora, a tres días de pertenecer a la tercera edad, con actitudes de jovenzuela rapaz, tiene la ocurrencia de masturbarse en la inauguración de una exposición bajo la temática contra la censura. ¿habría que aplaudirle? ¿Incomodarse? ¿Ayudarla o participar en la acción? En situaciones como éstas he llegado a pensar que soy un perfecto idiota. Más cuando voy a un evento donde hay un tipo leyendo con voz monótona una sarta de cursilerías dizque poéticas (porque usan el corazón como metáfora y el amor y el cariño y la miel y el dolor y todo aquello que Arjona hace mejor), con un fondo sonoro entre techno y noise. Entonces comienzo a buscar algún francotirador y mentalmente le suplico que me dispare. O qué decir de aquellas pláticas de sobremesa donde los amigos se ponen ultracultos a hablar de películas aburridas y se te quedan viendo como si hubieras quemado la biblioteca de Alejandría cuando dices muy orondo: “A ese director le deberían de sacar el palo de la escoba del culo cuando hace una peli”.

Y terminé dando la mejor imagen de mí: el neonazi que me acompaña cuando voy a ver arte. Supongo que habrá algo de eso. Negarlo es ser demasiado mamón de mi parte, como si tuviera que ser bueno y de izquierdas para hablar de arte. No negaré que muchas de las cosas que luego exponen los artistas son paparruchadas y tomaduras de pelo. Y esperan que les aplaudamos casi gimiendo de placer ante su increíble genio. Pero vamos, no decirlo es jugar sucio con ellos y con nosotros.

Cuando un artista (del área que sea) nos muestra una pieza, trata de comunicarse con alguien más. Puedo creer que no sea conmigo. Sin embargo, ¿cuando no saben usar siquiera la herramienta para hacer la pieza, la materia prima se les embarra por todos lados y lo que tratan de decir tiene tanto sentido como cualquier informe de gobierno. ¿En verdad creen que los debemos respetar? Y me llama más la atención cuando hablan de que el arte es creación en libertad. ¿En oposición a qué? ¿Quién oprime al pobre artista para que se exprese en libertad? Ni qué decir cuando se ponen sufridores: el mundo les duele y por eso son artistas. Siempre que escucho este argumento en alguien mayor de veintiuno ya no puedo tomarlo en serio. He estado tentado a ofrecerles mi pistola y que se disparen… pero pienso que el plomo de la bala tiene más valor que ellos; que se quede donde está. A duras penas alcanzo a decirle que ya no ensucie papel con sus lloriqueos, porque a nadie le importan las emociones de un ser tan patético. Bueno, muy a fuerzas nos interesan las emociones personales; ¿por qué deberíamos emocionarnos con las desventuras de un tipo cuya vida no vale unos gramos de plomo? Ya que estamos aquí, en corto y sólo lo sabremos tú y yo: las obras que más me agradan son de los autores que menos ponen de su vida y tratan de construir algo nuevo: observan los mecanismos que los hombres usamos para crear la verdad y sobre ellos trabajan.

Hasta hay estudios serios sobre ese mecanismo para la construcción de la verdad o por lo menos de la veracidad. ¿Qué nos hace creer las cosas que creemos? ¿Cómo un artista nos puede llevar a un mundo nuevo y darle la confianza para que eso suceda? Desde el siglo XIX varios escritores comenzaron a observar que sus lectores les exigían determinadas cosas para creerles sus cuentos, más cuando contaban cuestiones de fantasía.

Quién construyó la idea esencial de suspensión de la incredulidad fue Samuel Coleridge (willing suspension of disbelief) en su biografía literaria: busca que la idea sea verosímil, que parezca real. Pero el pensamiento ya viene de hace mucho tiempo: Aristóteles, en su poética, había planteado la idea de hacer real lo irreal. Sobre esa idea Cervantes construyó el Quijote (hasta el punto de torcer la fraseología platónica en los diálogos del Quijote y su oposición aristotélica en los de Sancho). Habrá quien diga que esto sólo funciona en la literatura; ja, pues no; esta sistematización de la narrativa funciona en casi todas las artes y en diferentes momentos y capas de su producción. Hasta en las artes nuevas lo encontramos: medios alternativos, artes secuenciales y videojuegos. Principalmente para que los mecanismos de convivencia con el usuario tengan posibilidad de comunicación y secuencia lógica.

J. R. R. Tolkien propuso otra fórmula, la Mythopoiesis, donde a partir de un lenguaje conocido se construye un mundo distinto, alterno. Pero, para que éste tenga validez se rige por ciertas reglas: la fantasía como una fabulación, crear la sensación de evasión y el consuelo moral de la eucatástrofe (final feliz). Hasta parecen las reglas de cualquier película (buena o mala) de Hollywood.

Si esto sucedía en la narrativa, en las artes plásticas también. Delacroix hace una revolución al construir sombras y penumbras realistas. Y abrirá la puerta para las vanguardias con ese pequeño elemento que hace los objetos llenos de gracia. En la música también se verán nuevas ideas basadas en la construcción de estructuras: hasta los minimalistas, que nos ayudan a ver que sólo son piezas de puzzle, intercambiables de acuerdo a las secuencias que deseamos construir.

Aclarado esto, podemos observar algunos de los argumentos de los artistas y su trabajo.

NO TIENEN SEXO LOS ÁNGELES

Encontramos la primera bifurcación entre la emoción y la técnica. La primera asume que todo lo que hace el artista es por su capacidad de ser poco común, como si hubiera nacido con una línea directa con las musas: con ello poco importa qué dice y cómo lo dice: con que mueva la boca o el cuerpo hará arte (poiesis); sus piezas son meras excreciones de este ser genial y bello. No sé, pero me suena a la estafa de la estampita. Pero soy medio moña frente a discursos religiosos. La otra propone que es a partir del conocimiento técnico que alguien se puede convertir en artista: mientras sepa repetir, como mono sacando hormigas con un palito del montículo hormiguero. Conozco varios trabajos que técnicamente son excelentes pero dicen lo mismo que un político negando el video que los muestra poniendo dinero hasta en sus calzones: nada.

ENTONASTE DULCES GRITOS

La segunda incordia: el pasado contra el futuro. Siempre habrá quien crea que el pasado fue mejor a su presente. Ellos sí sabían hacer las cosas. Ok, pero también en el pasado había un montón de mediocres. Y las más de las veces, cuando se copia el trabajo de otros, el resultado es mediocre. Es casi increíble que no lo vean, que no tengan la mínima autocrítica. Cuando el arte no ofrece algo nuevo, pierde su capacidad de sorpresa: se transfigura en un producto en serie. Y principalmente se conserva este argumento del pasado porque al productor de arte le otorga la sensación de seguridad (ser artista) frente a un problema complejo y actual: Todo puede convertirse en una obra de arte. Ante tal condición la pregunta conveniente es ¿Quién fregados es artista y quién está haciéndole a la mamada? Cuando nos escudamos en los argumentos de mediados del siglo XIX (checar a Avelina Lesper) construimos capas infranqueables para los que no son como nosotros: todos son pendejos, menos yo y mis cuates.

Sin embargo el artista actual es más cercano a un burócrata o un empleado de oficina que produce dentro de un ambiente mucho más controlado por el mercado del arte: todos trabajan para su consumo. Y su trabajo es quejarse de ese mundo, balar al unísono que ellos no pertenecen al mercado, que su producto es artesanal y de producción pequeña, que se oponen al sistema. Pero ¿cuánto me da por esta pieza tan radical?

En los artistas que aspiran el futuro, por el contrario, sus capas se construyen de su estado mesiánico. Todos tienden a un estado apocalíptico del mundo y su tiempo: estrechan el tiempo. Pero al igual que los hombres del pasado, buscan que el dinero fluya hacia sus productos tan críticos. Lo más risible de esta postura son los innumerables anuncios de muerte: murió el arte, la vanguardia, el autor, el sujeto... hasta el sujetador, las bragas y el bóxer, por el olor reconoceréis su muerte. Tienden a una guáguara insólita (no puedo negar que me fascina cuando lo saben hacer bien; me resultan vomitivos cuando se les notan los hilos y los parches pegados a su discurso y sus piezas) que cualquier maestro de humanidades quisiera para sus artículos y publicaciones para cuidar el puesto. Y su anunciado futuro es el ahora. Ninguno pierde el tiempo: el futuro nos alcanzó. Y me quedo viendo con ojos tiernos ese arte que no tiene mañana. Lo abrazo y lo celebro porque viene con fecha de caducidad en la tapa. Entre sus ingredientes uno lee que tiene trazas de mala leche, pero que es leche desnatada.

NOS QUEDARÁ, MENOS MAL, DRY MARTINI, SEXO ANAL

Uno de los mejores poetas de mi generación suele burlarse afirmando que para escribir no se necesita ir a la escuela; hay que leer y ver cómo hacen las cosas los escritores. Leyendo blogs al azar me encontré con una acusación de Antonio Cienfuegos a Mario Bojórquez. El tal Mario no había ido a la escuela y por ello no sabía escribir. Leer a Cienfuegos es como agarrar un tarro de miel y acabarlo a cucharadas: almíbar para que la envidia no se note, pero da pena ajena. Bojórquez se anuncia como el mejor poeta de Hispanoamérica y lugares circunvecinos. Y ya ni para qué hacer algún comentario.

Lo que no podemos dejar de cuestionarnos es la necesidad de la educación artística. Tanto como área de conocimiento básico, como profesional. En el ejemplo de la pelea de poetas (se da en todas la áreas, pero las de poetas suelen ser las más ridículas) como la de Bojórquez–Cienfuegos, siempre nos encontraremos ese momento chusco donde se habla de profesional sólo si fuiste a la escuela a aprenderlo. Lo podemos ver en nuestra región cuando cierta gente que estudió o está estudiando cultura y arte, artes, etc., creen que deben ser tomados en cuenta para ser directivos de las políticas culturales. Pero nunca han tenido un empleo de verdad, no han hecho arte o hasta confunden términos (no sé a al lector, pero no me suena igual posmodernos que post-estructuralismo). El ego no es arte per se. Y sobre ello fundamentan toda su propuesta. Regresando al punto anterior: el mundo del arte es algo mucho más complejo que la mera producción e interpretación artística; este mercado actual del arte creó una división mucho más clara y definida del trabajo. Con ello mismo nos enfrentamos a que no hay un solo gusto definido, que el mercado es mucho más amplio que nuestro ideal de arte. Y que su producción también está amplificada: he visto trabajos de crochet increíbles, con mucha más sensibilidad y más qué comunicar, que los que se tienen que poner nombres mamilas dada su mala factura, para con ello justificar su trabajo (ejemplo: art nacó). La señora del crochet no fue a la escuela, pero también están lo que fueron a la escuela y hacen trabajos excelentes: pienso en dos arquitectos que tienen ideas y producciones bastantes dispares, y sin embargo, son para maravillarse las dos: por un lado Miguel Ángel Medina, con tintes entre lo étnico y la imagen ruda, fuerte, concreta; en el otro polo Miguel Maestro, ligero, breve, de sencillez casi intimista.

Con estos pocos ejemplos podemos concluir que no es la escuela la que hace el arte; lo hacen las personas. Parece una verdad de Perogrullo, pero seguimos viendo la estulticia de muchos ególatras que buscan el aplauso fácil, la porra y los alimentan las ganas de joder a los demás.

NOS MATARÁ UN HOMBRE BUENO CON PISTOLA

Hasta ahora sólo hemos planteado la producción; pero si existe ésta es porque hay un mercado. Para cada productor hay un nicho de mercado esperando. Desde los que venden de manera formal su producto hasta los que hemos vivido del gobierno. En mi caso he construido una producción a partir de becas, apoyos y premios del gobierno, desde el federal hasta el municipal. Lo mismo vendo a las áreas de cultura que a las áreas legislativas y de justicia. ¿Por qué vendo mi trabajo? Pues porque tengo hambre y ganas de comprarme otros objetos, como los demás. Hace mucho que dejé de tener la beca familiar y ninguna institución educativa pública o privada me paga en este momento por mis sandeces. Por extraño que parezca, los artistas tienen necesidades económicas. Y todos tratan de vender de una u otra forma su producto. No puedo dejar de reír cuando ciertos productores de arte lloran porque la institución pública les negó el apoyo. Eso sí, son revolucionarios y están contra el sistema, quieren cambiar las cosas y hacen grupos de poder para poder hacerse del poder. Su trabajo es contestatario. Hasta le ponen parental advisory. Esos son los que lloran al no obtener una beca, cuando el funcionario les dice que no hay dinero, cuando la falta de autocrítica les ciega y piden dinero al erario, cuando lo podrían sacar ofreciendo su trabajo en la calle: siempre se puede estafar a alguien.

Y alguien quiere ser estafado. No siempre queda claro quién se lo hace a quién. En 1995 el MARCO de Monterrey realizó un premio por la módica cantidad 250,000 dólares. Se participaba sólo por invitación y con el requisito de donar la pieza aunque no se ganara. Nos puede parecer una buena lana para un solo artista, mas si lo vemos por el otro lado, MARCO constituyó su colección en un año e invirtiendo esa módica cantidad. Esa feria se la llevó Julio Galán y sus piezas se dispararon en el mercado, transformándose para él en una inversión redituable; según Carlos Blas-Galindo, estableció rendimientos en aquel momento de 4,900%.

En Guanajuato muy apenas se ha comenzado a construir la idea básica del consumo como inversión. Aún persiste la absurda idea de que el valor de las piezas de arte no fluctúa; error. Como cualquier commodity es fluctuante y está determinado por la comunidad artística (no sólo los productores; también los curadores, los críticos, los brokers y los coleccionistas). Para saber si es buena inversión habría que observar si el artista se hizo la exposición; si es así, ni lo compres. Otra forma es checar lo que dicen de él los brokers y coleccionistas. Aun cuando estoy ejemplificando con las artes plásticas, esto funciona para la mayoría de las disciplinas artísticas. Y no siempre el artista con mayor exposición pública es el mejor.