viernes. 19.04.2024
El Tiempo

José Emilio el soñador

José Emilio el soñador


Para Cristina Pacheco,
pues aquí nos tocó vivir, ahora sin él.

La pérdida de un artista talentoso y productivo siempre será una enorme desgracia para un país como México, al que tanta falta le hace incrementar su capital humano y cultural. José Emilio Pacheco, escritor prolífico, sabio y de extraordinario sentido de fraternidad humana, dejó inesperadamente de estar físicamente con nosotros este domingo 26 de enero, cuando no pudo despertar de un sueño profundo que le indujo un “estúpido” accidente casero. Con apenas 74 años, Pacheco logró consolidar una obra poética, literaria y ensayística de enorme trascendencia para las letras contemporáneas de nuestra lengua.

Me movió a escribir estas líneas en su memoria, el hecho de haber tenido la oportunidad de tratarle brevemente con motivo de una conferencia que brindó para la Universidad de Guanajuato a principios de los años noventa. Para entonces yo leía con deleite cada uno de sus “inventarios” que publicaba en la revista Proceso, aunque no siempre de manera regular. Siempre me llamó la atención la enorme carga de sapiencia con que abordaba temas de enorme variedad, desde literarios hasta políticos, históricos o coyunturales. “Una enciclopedia del mundo contemporáneo”, los ha calificado Juan Villoro. Y Pacheco siempre los firmó sólo con sus iniciales, dentro de un humilde paréntesis al final de su texto: (JEP).

Su modestia y trato sencillo se me confirmó en esa conversación que pudimos sostener un grupo de estudiantes de Filosofía y Letras y yo con el escritor, al final de su charla en el Mesón de San Antonio. No nos respondió desde el estrado; bajó a nuestro nivel y con toda tranquilidad y paciencia se dejó rodear en el patio por una docena de extasiados admiradores, que fuimos seducidos por su lenguaje terso y bondadoso. Los chicos le preguntaron si estaría de acuerdo en volver a Guanajuato para impartir una charla en su escuela, y alguno se atrevió a agregar tímidamente que cuánto cobraría. “¡Ni un quinto! –espetó JEP–, los miembros de El Colegio Nacional tenemos la obligación de impartir al menos una conferencia al mes, sin cobro alguno”. Agregó: “no dejen de invitarme, muchachos, porque luego sufro para cumplir con esta obligación”. No supe si los estudiantes finalmente lo invitaron a su escuela, pero de lo que estoy seguro es que todos quedamos marcados por su bonhomía. Me autografió un ejemplar de su novela “Las batallas en el desierto”, una cálida y personal visión de la ciudad de México en el alemanismo de los años cuarenta, que mucho disfruté, pero que luego presté a nosequién y no recuperé.

Además de sus inventarios, yo había leído en mi adolescencia su novela histórica “Morirás lejos”, que encontré en la biblioteca de mi padre. Me impactó la claridad de sus juicios sobre las persecuciones perpetradas por y nazis contra los judíos, desde una tolerancia militante y una erudición profunda, a pesar de su juventud de entonces. Pero sobre todo me aficioné a las columnas con que colaboró en diferentes revistas, como Letras Libres y el propio Proceso, que son antípodas en el arcoíris político. Una evidencia de su independencia intelectual y su rechazo al pensamiento unívoco.

Nunca he sido buen lector de la poesía contemporánea, excepto con tres autores: Efraín Huerta, Renato Leduc y JEP. Y el poema de JEP que nunca he olvidado es el de “Alta traición”, gracias a la musicalización de Óscar Chávez:


No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida/por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.

Esa visión inconforme de la Patria es la más cercana a mis convicciones: la del espacio imaginario, inasible, pero presente en ciertos lugares y en alguna gente; no en todos. Es una alta traición a la zalamería del patrioterismo simplón y maniqueo que aprendemos en la escuela. Yo agregaría a su breve listado por lo que daría la vida, los cerros y valles de Guanajuato, mi matria.

Gozo nuevamente de la lectura de varios de sus textos breves, y el último número de Proceso, dedicado a su memoria. Busco en YouTube sus videos, me regocijo con su voz, y me digo como niño: “quisiera ser un día como él”. Bueno, se vale soñar. Él lo hizo muchas veces.

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