martes. 24.06.2025
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Año nuevo para Jean Valjean

Jorge Luis Flores Hernández

Año nuevo para Jean Valjean

 

Al fondo de la sala, entre los rostros de la familia, veo el de Jean Valjean sonriéndome. En la mesa cinco de algún restaurante, veo a Jean Valjean con amigos descorchando una botella de champaña. En una casa en Lomas del Campestre y en otra en Las Joyas veo a Valjean poniendo la mesa. Lo miro alineando doce uvas y lo escucho deshojando segundos. ¿Por qué este personaje de Víctor Hugo se infiltra en nuestra víspera de año nuevo?

No deja de sorprenderme cómo rellenamos de significado las últimas horas de cada año. Como marineros hambreados de tierra firme, avistamos la orilla del nuevo calendario con emoción y celebramos. ¿Qué alquimia se esconde en el minúsculo espacio que recorre el segundero entre las 11:59:59 y las 00:00:00?

La impresión debería reducirse al pensar que ya hace mucho hicimos del tiempo un maestro y un amo. Recuerdo ese fabuloso texto de Julio Cortázar ‘Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj’, en donde nos advierte que cuando alguien nos regala un reloj de cumpleaños, nosotros somos los regalados para el cumpleaños del reloj. Somos la única especie que sufre el transcurso del tiempo. Yo así lo sufrí este año como lo sufro todos los años, al presenciar su irrevocable paso que aplasta mi lista de resoluciones de año nuevo sin que las palomas hayan tenido tiempo de posarse a un lado de ellas. Dicho sin florituras: No adelgacé, no leí tantos libros como aseguré que leería, y del supuesto libro que escribiría sólo redacté un relato en que flagrantemente copio a destajo el estilo de Juan Villoro.

Supongo que la desilusión que viene en julio, cuando nos damos cuenta del inminente fracaso de los propósitos que tan vitalmente abordamos en enero, es un sentimiento amargo que compartimos muchos ciudadanos del mundo. La culpa y la desilusión rondan como buitres que huelen, debajo de ese vigor y frescura que da un ciclo que empieza, la falta absoluta de verdadera fuerza de voluntad. A ello hay que sumarle el inventario de daños colaterales: las relaciones fallidas, los kilos ganados, las amistades partidas, las arrugas nuevas, los errores con nombre y apellido, etc. No es de extrañar entonces que el puerto del 2014 se antoje como la costa de Guanahani para Cristoforo Colombo. El brevísimo salto de una agenda a otra es un pequeño paso para las manecillas pero un gran salto para la fe en uno mismo. Expuesto rápidamente, el año nuevo es una oportunidad para redimirse.

Es por ello que he invitado a Jean Valjean a todas las mesas de todos los sitios en los que se celebre la llegada del año nuevo. En la historia de la literatura universal pocas veces se ha construido un personaje que retrate tan bellamente la búsqueda de redención. Valjean pagó el haber robado unas hogazas de pan con muchos años de terribles castigos. Endurecido por el cobro desproporcionado, robó los cubiertos de plata del primer hombre que le mostró bondad: El Obispo Myriel. Atrapado por la policía, Valjean fue salvado por el obispo, quien aseguró haberle regalado esos utensilios junto con un par de candelabros también argénteos que Valjean había olvidado. Siguiendo su camino, Jean Valjean robó una moneda de un chico que cantaba para ganarse la vida. Esa moneda se convirtió en una cruz de tormento para su conciencia. Valjean pasó su vida entre esos dos talismanes: En la moneda la culpa, en los candelabros la posibilidad de redención.

Cada año, siendo mortales, humanos y bajo la excusa de que errar es muy nuestro, volvemos a robarle una monedita al pobre de Petit-Gervais; y cada año que se acaba, después de hacer los debidos inventarios y recuentos de logros y fracasos, enarbolando nuestros candelabros volvemos a prometer ser mejores. El paso del 31 al primero es un paso de renovación, y todos somos Jean Valjean.

Ahora, es conveniente cambiar el encuadre del primer plano a la toma panorámica. El orbe entero suele seguir el mismo camino que cada uno como individuo. Un aura como de ‘reset’ parece cernirse sobre el cruce anual y, no obstante, seguimos en la misma dirección. Cuando lo veo con ojo crítico, me parece que este año que termina no debió haber sucedido. Parece como si, en lugar de verlo como una segunda oportunidad, molestos por otro apocalipsis que nos dejó colgados, la civilización humana hubiera decidido continuar su trayecto hacia un Armagedón más dadaísta y menos épico.

El 2013 fue, de alguna manera, un retablo barroco de la postmodernidad. Ejemplo clarísimo: Las tres personas que la revista ‘Time’ colocó como los máximos contendientes a ser ‘La persona del año’:

  1. El papa Francisco
  2. Edward Snowden
  3. Miley Cyrus

El primero ha resucitado diálogos que ya estaban dados por muertos con la iglesia católica. El segundo confirmó la sospecha de que Estados Unidos le había dado vida al Big Brother de Orwell y la tercera… El único valor que consigo encontrarle a Cyrus es que Lipovetsky podría ilustrar muchos puntos de su tesis con ella como ejemplo.

Otra ventana al churrigueresco del sin sentido es el ‘Zeitgeist’ de Google de este año. El ‘espíritu del tiempo’ es diverso y extraño. En las listas de lo más buscado a nivel mundial convive una tragedia de la velocidad furiosa, una dictadura militar, un baile absurdo y frenético, un símbolo de la lucha política por la paz y la libertad y un gadget: Mandela, Paul Walker, Corea del norte, el Harlem Shake y el iPhone 5s. En México el top tiene algo de patético, pues incluye cosas como ‘videos graciosos’ y ‘frases de amor’.

Si todo acabara en la falta de significación de la modernidad, el problema no sería grave. Lo malo es que esta obra abigarrada del siglo XXI que encarnamos, tuvo serias áreas de oscuridad en el 2013. Vimos cómo un ataque que acabó con decenas de vidas civiles en Siria casi es aprovechada por el hambre bélica y petrolífera de EUA, y las protestas en  Brasil nos descubrieron una cara muy oscura de los mundiales de fútbol. Un tifón en Haiyan nos enseñó lo sencillo que es destruir poblaciones enteras y dos tormentas hicieron lo propio en el sur de México. 16,375 asesinados nos recordaron que no se están cumpliendo las metas propuestas en nuestro país y un muro entre la clase política y los mexicanos nos hizo ver para quiénes serán las varias reformas que se aprobaron este año. Un largo y terrible etcétera se suma a estos ejemplos.

No es extraño que debamos acondicionar nuestra alma para ser como una polilla y acercarse a las pocas luces que caben en el cuadro que termina de pintarse este 31 de diciembre. El tratado para la regulación del tráfico de armas se aprobó en la ONU, Malala Yousafzai ganó los premios ‘Embajador de conciencia’ de Amnistía Internacional y el de la UNICEF de España, y es la persona más joven en ser nominada al Nobel de la Paz; Higgs y Englert recibieron el Nobel de física por haber hallado (hace 50 años) una partícula que ata muchos cabos sueltos en la física moderna; Alice Munro le da su primer Nobel de literatura a Canadá y el décimo tercero para las mujeres. Elena Poniatowska es la primera mujer mexicana en ganar el premio Cervantes, Álvaro Enrigue es el quinto mexicano en ganar el premio Herralde de Novela; y en deportes, unos niños Triquis de Oaxaca enseñaron al mundo que el aire se surca mejor estando descalzos.

Es evidente una desproporción entre lo bueno y lo malo; sin embargo, la historia nos ha enseñado que así suele ser, y más adelante todo adquirirá su debida dimensión. El tiempo en que las hogueras de la inquisición iluminaron Europa con el fuego condenatorio fue también el tiempo del barroco. Hoy esas llamas se apagaron pero seguimos escuchando a Bach, y ya Cioran lo dijo: “Si alguien le debe todo a Bach, es sin duda Dios”.

Hablando de la historia, también me parece que debe mencionarse el papel protagónico que jugó la nostalgia en el 2013, año que brilló por la cantidad de aniversarios ilustrísimos que albergó. Doscientos años atrás en Busetto y en Liepzig, y antes de que Italia o Alemania fueran naciones, llegaron al mundo dos titanes de la ópera: Verdi y Wagner. Fue también hace dos centurias que en Copenhague nació el verdadero Hamlet, un hombre que llevó el ‘Ser o no ser’ a categoría filosófica: Sören Kierkegaard. En Argelia, otro existencialista vio la luz hace cien años, el extranjero perpetuo y ciudadano del mundo, uno de los más grandes hombres en la historia de la libertad y el coraje: Albert Camus. Siguiendo los pasos de Camus en París, pero en busca de la Maga y del ‘Kibbutz del deseo’, Horacio Oliveira cumplió con ‘Rayuela’ cincuenta años. Otra obra monumental de la literatura hispanoamericana que sopló velitas fue ‘El llano en llamas’, llano que a 60 años sigue incendiando la literatura y finalmente –vaya destino poético para terminar el párrafo- , fue hace cien años que un francés tímido y prodigioso sumergió una magdalena en té e inició la construcción de una catedral literaria de siete tomos: ‘En busca del tiempo perdido’, donde Marcel Proust levantó el monumento más grande a la nostalgia.

Pensándolo bien, el 2013 demostró que el pasado no sólo es una cruz para el presente, como la moneda para Valjean. En ocasiones hay que agarrarse del pasado para no ahogarse en el presente; en ocasiones el ayer es un candelabro de plata para el hoy.

El 2014, a su vez, llega con otras efemérides formidables: 100 años de Cortázar, de Paz, de Huerta y de Revueltas, además de 450 años para el bardo inglés más grande de todos: Shakespeare. Ésas son las únicas cartas ciertas del 2014. Lo demás sigue siendo un misterio y ¿no es el misterio lo que realmente nos salva?

La incertidumbre del futuro nos abre un espacio para volver a llenarlo con todas nuestras promesas e ilusiones. Las incógnitas de lo que comenzará el miércoles primero de enero son el único suelo fértil en donde podemos sembrar nuestra esperanza de redimirnos y de que el mundo entero encuentre redención. Es la pregunta abierta del futuro el otro candelabro de plata.

No hay garantías de que eso suceda y es muy probable que no pase. Es altamente posible que en julio del 2014 estemos enfrentando de nuevo la visión de un año a medias sin resultados, pero en enero creemos y es ahí, en ese pequeño punto en donde está la verdadera redención. Jean Valjean, por más buen hombre que llega a ser, nunca deja de ser perseguido por esa moneda robada y por Javert; sólo en los momentos de decisión, donde se promete ser mejor y donde esa promesa está impulsada por una genuina fe en sí mismo y en el futuro, sólo ahí Jean Valjean se siente redimido. El mero hecho de escribir las resoluciones e inyectarlas de esperanza nos hace sentir resueltos.

El ave que eleva el vuelo cada principio de año suele llegar con las alas lastradas y muy apenas al final. Es un enigma cómo consigue comenzar de nuevo con ánimo de fénix. Es el año nuevo, ese brevísimo espacio de tiempo entre las 11:59:59 y las 00:00:00 donde todo se resume y todo converge. La nostalgia rescata del año que se acaba sólo lo mejor, y lo malo es absuelto. La esperanza llena el año que empieza de nuevas posibilidades.

En víspera de año nuevo, al fondo de la sala y entre los rostros de la familia, veo el rostro de Jean Valjean y reconozco mi sonrisa en el espejo.