CUENTO POR ENTREGAS
Antigua emoción (4)
-Fóllatela antes de que se pudra más –me sugirió Bazphemir.
Mi actriz principal llevaba cinco años muerta, pero era una de las más jóvenes de todo mi equipo de producción. Algunos tenían décadas. Otros, posiblemente, siglos. Cuando dirigía a mis actores, me ponía a pensar si era el único director del mundo que tiene por subordinados a puros zombis.
Llevo medio año actuando, escribiendo, adaptando, dirigiendo, produciendo y promoviendo “Antigua emoción”. En tan poco tiempo se ha convertido en una leyenda urbana y en uno de los programas con mayor éxito de la televisión mexicana. Tenía pensado producir cuarenta capítulos basados en mis cuentos de terror favoritos de toda mi vida.
-¿Sólo cuarenta? –preguntó Bazphemir.
-Sí, solo cuarenta. Son los que más me gustan. Cuentos de Poe, Stevenson, Lovecraft y King.
La mañana después de firmar el pacto con el diablo, Bazphemir me llevó al panteón de San Sebastián. Llegamos en cuanto cerraron las puertas, pero él las abrió por arte de magia. Se paró en una tumba y extendió las manos. En ese momento, los muertos salieron de sus tumbas. En unos cuantos minutos estuve rodeado de diferentes zombis. De todos tamaños y edades. Su piel estaba putrefacta, sus ojos vacíos, sus dentaduras y sonrisas eran grotescas. Lo extraño era que, pese a tener la piel podrida y los huesos al descubierto, se desplazaban con agilidad atlética.
-Listo –dijo Bazphemir-. Aquí tienes a tu casting. Actores, staff. Todo lo que necesites. Te falta un foro, pero creo que no te costará adaptar una de las bodegas de tu papi.
Los zombis se acercaron a mí, pero no me atacaron. Después de todo, yo era un jefe, su amo.
Su director.
-Soy el primer director del mundo que tiene zombis a su servicio –dije.
-No, para nada. ¿Has visto el video “Thriller” de Michael Jackson? Ya sabes –se puso a bailar con las manos como garras, tarareándola-. No te creas que son actores, no, no, no.
En un principio quise declinar. Pero después me encogí de hombros y dije, ya qué chingados. Después de todo, no tengo alma desde ayer.
Le pedí a mi padre que me prestara una bodega. Con la resignación del hombre con poder adquisitivo que tiene a un huevonazo por vástago, aceptó. La bodega se encontraba al lado de un centro comercial llamado “Plaza San Miguel”. A veces veía a tres muchachos que vivían en un cuarto de azotea del edificio, y se comportaban como si fueran personajes de dibujos animados.
Bazphemir se encargó de decorar la bodega, que se convirtió en mi estudio de grabación, de acuerdo a los temas del Grupo Memphis, el movimiento arquitectónico y de diseño más importante e influyente de la década de los ochenta. Sus colores intensos, figuras geométricas y formas fueron casi omniscientes durante la década. Mi estudio estaba decorado hasta la exageración con el estilo del Memphis Group.
Llevar a los zombis del cementerio a la bodega fue una hazaña que debí disfrazar con mi habilidad de palabra y agilidad mental.
-¿Qué es eso? ¿Muertos vivientes? –preguntó una anciana que salía a comprar víveres en el centro de la ciudad.
-Ensayamos un número de “Thriller” para el festival del día de la madre en la secundaria del Padre Lira –intervine.
Una vez en la bodega, Bazphemir me dijo que tendría toda la utilería necesaria, así como los efectos especiales. Le pregunté sobre las cámaras y la transmisión del programa, y él me respondió que no habría problema. “Todo esto se hace con magia negra, tú limítate a actuar y dirigir a tus muertos vivientes”, me dijo.
Esa misma noche hicimos una adaptación de “La máscara de la Muerte Roja” de Poe. Todos mis episodios eran adaptaciones de cuentos clásicos de terror. Bazphemir hizo aparecer ropa de la edad media, una escenografía que constaba de un salón de baile de un castillo, y un reloj magnífico. Después, me explicó la metodología de cómo se transmitiría la serie.
-Pero no lo podemos anunciar en los medios…
-Tú no te fijes en eso. Vamos a difundirla como leyenda urbana. Esas historias se propagan como la puta pólvora.
Y así fue. En pocos días todo mundo en León sabía sobre la leyenda y cómo ver “Antigua emoción”. En pocas semanas se supo en todo el Bajío, y en meses en todo el país. Para mí era una ironía que era famoso, aunque nadie me conociera como una celebridad.
-Bueno, cabrón. Tú quieres todo peladito y en la boca. Tampoco se puede –dijo Bazphemir.
Todo mundo, de forma subterránea y a escondidas, veía “Antigua emoción”. No se perdían un capítulo, querían más y más y más. Aunque no me generara ganancias, disfrutaba lo que hacía. Supongo que eso es lo que experimenta todo artista underground. Porque aunque muchos lo nieguen la televisión es un arte, aunque aún faltaran décadas para series como “Breaking Bad”.
Sabía que algún día pagaría la maldición, pero por el momento no me importaba. Cuando recordaba mi inevitable destino, prefería ponerme a jugar con mi cubo rubik o jugar “Castlevania” o ver películas de la Cannon Films, en particular “The last american virgin”, que en esencia trata sobre unos muchachos que beben, se drogan, echan desmadre y quieren perder su virginidad.
Me puse a pensar que yo era el último mexicano virgen.
Ese día estaba sentado en el sillón de la bodega. Los zombis permanecían recostados. La magia de Bazphemir hacía que no apestaran, para mi fortuna. Vi el cadáver de una muchacha como de veinte años. Tenía semanas de haber muerto. Le ordené que se acercara a mí y se sentara a mi lado. Cada vez nos acercamos más.
¡Qué diablos!
(Así es la vida: vemos nuestra existencia como una serie de televisión o una película en la que todos somos protagonistas. Para todos nosotros, por muy humanistas que queramos ser, nos sentimos protagonistas y vemos a nuestros semejantes como personajes secundarios. Si hay una frase de Shakespeare que define al género humano a la perfección no es “Ser o no ser” sino “El mundo es un escenario y los hombres y las mujeres, simples actores. Tienen sus salidas y sus entradas, y pueden representar muchos papeles”.)
Creo que el éxito de “Antigua emoción” se debió a que la programación de los ochenta era una auténtica mierda. Basta con recordar algunos de los programas de la época: El Tío Gamboín dando consejos moralistas a sus sobrinos, “Odisea Burbujas” y “El Tesoro del Saber” que no alcanzaban la calidad de programas de divulgación como “El mundo de Beakman”, Memo Ochoa y Jacobo Zablodowsky desinformando junto con Lolita Ayala, Imevisión antes de convertirse en Televisión Azteca y “Cositas” enseñando a los niños a hacer manualidades. Aunado todo lo anterior a que la crisis de 1982 fue una de las peores en la historia de México, y contados eran los mexicanos millonarios que tenían acceso a antena parabólica o cablevisión.
¿Quién no iba a preferir sacrificar animales en lugar de ver esas mierdas?
Mi padre estaba feliz porque, aunque no sabía en qué trabajaba, me veía ocupado. Comencé a bajar de peso, a dejarme crecer el cabello y a hacer ejercicio. Mi vida estaba mejorando.
-Eres un jodido showrunner.
-¿Un qué, Bazphemir?
-Un showrunner es el que se encarga de todo en una serie de televisión, es mucho más importante que un director en el cine. Eso eres, mijo.
Sí. Era un showrunner, un productor de un programa “underground”, el creador de una leyenda urbana y un mini dictador que controlaba zombis a su gusto. Era lo que siempre se me negó y por alguna forma no me importaba: alguien exitoso. El gran señor Cruz, creador de uno de los mitos más importantes de la década de los ochenta, al nivel de los cocodrilos en Nueva York o el diablo que se aparece en las discotecas.
Pero había firmado un trato.
Todos los tratos llegan a su fin.
Prefería no pensar en ello.