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Espiritismo y demonios internos

Espiritismo y demonios internos

El término “demonios internos”, como todo mundo sabe, es aplicable para aquellas personas que manifiestan una personalidad vomitiva en apariencia irredenta. Sin embargo, cabe la posibilidad de encontrar algunos vestigios de humanidad para lograr una redención catártica, por improbable que parezca.

En el cine de corte satanista, las palabrejas se volvieron de traducción literal a través de una serie de personajes afectados por la posesión de una entidad arcaica y malévola, generalmente de origen judeo-cristiano –la excepción a la regla vendría a ser la híbrida El Cuarto Contacto, de Olatunde Osunsanmi (2009), un alucine de abducciones y posesiones alienígenas con estética de video tape y que involucran a representaciones impías de la cultura de Sumeria-, pero ya no de la manera abstracta clásica, simbolizada por escarificaciones faciales producidas por agua bendita, levitaciones en trances cuasi hipnóticos a medio ritual, córneas en blanco, posiciones corporales imposibles o la guacareada de tinte verde por exceso de bilis, como efectos de una despersonalización y pérdida de la inocencia, cuyos excesos quedaron marcados en los semblantes de la niña popis Regan McNeil y muchos años después en la menesterosa Emily Rose.

En las tendencias de nuevo milenio, no obstante el maniqueísmo implícito de esta vertiente del terror sobreexplotada hasta el agotamiento, ya sin la necesidad de llevar la representación del chamuco a los niveles de pudrición de la carne que estremecieron a la sociedad con The Exorcist (William Friedkin. 1973), continuó de manera sensacionalista el horror mediterráneo de L’anticristo de Alberto de Martino (1974) y encontró en la inventiva visual de The Evil Dead, realizada por Sam Raimi en la posterior década de los ochentas, una desorbitante y medio chusca reactualización.

En la ya larga historia de Insidious y algunos otros ejercicios de la firma Ghost House Pictures, han retomado el asunto de una manera locuaz, en un abierto coqueteo a los postulados del horror corporal, es decir, la intangibilida de los demonios encuentra la manera de hacerse presente, ya sea en la forma de señales ominosas regadas por el hogar o en la propia carne de los poseídos, violando flagrantemente las leyes de la naturaleza y la biología más elemental; entidades localizadas en los recovecos de la anatomía humana, para dejar constancia de su existencia.

Así, las tumoraciones que afectaban a la pequeña Em en The Possession (Ole Bordenal. 2012), se reiteran brevemente en el tercio de la película Insidious Chapter 3, con tremenda manifestación de un ojo en el cogote de Quinn, la adolescente asediada por un diablillo con pinta de enfermo terminal dirigida por Leigh Whannell, escritor de la trilogía, y de algunos especímenes de Saw, película enclavada en el apestoso asunto conocido como Torture Porn.

Aunque no se puede afirmar que la película manifieste un estilo personal o identificable (y que de existir sería propiedad intelectual del director James Wan, dada la calca de sus atmósferas oníricas), al menos el asunto que involucra a la familia Brenner contiene varios momentos inquietantes y de manejo eficaz del suspense, con un sentido para lo macabro que está ausente en, por ejemplo, el desangelado remake de Poltergeits, curiosamente ambas películas compartiendo la cartelera y estrenadas con desigual trato, recibiendo las mayores atenciones la cinta del tándem Raimi-Spielberg.

Resulta extraño, por otra parte, comprobar una vez más esa incomprensible esquematización al ubicar estos asuntos contra natura en la problemática social de gentuza de clase baja, lo que se conoce peyorativamente como White Trash. Si bien en El Exorcismo de Emily Rose (2005) esto se debía a un cuestionamiento sobre un posible fenómeno de pobreza, fanatismo e ignorancia, la colisión entre un mundo de pensamiento mágico y la realidad comprobable, evidenciado en el juicio al que se sometía a un párroco por negligencia, no deja de poseer cierto cariz discriminatorio: aparte de jodidos, con demonios cabreados a sus espaldas. Ante las escasas posibilidades de una interpretación sensible dada la rigidez del arco dramático, la conclusión resulta obvia: el mal es inherente a su condición a la deriva y puede ser extensiva a otros estamentos sociales, como ya lo mostraba contundentemente Líbranos del mal (2014), de Scott Derrickson.  

Otra interrogante del universo de Insidious a subrayar, es la irrelevancia que se le profesa a la religión. Si ya desde la primera versión de Poltergeist se recurría al auxilio de una médium como declaración de la carencia de fe hacia un dogma en específico, las sesiones de espiritismo se volvieron recurrentes en el imaginario terrorífico de hoy. Así, los investigadores de lo paranormal como el matrimonio Warren son presencias relevantes, ante la total ausencia de la iconografía religiosa con toda su carga de misticismo ancestral o de los maratónicos, dramáticos y extenuantes ritos para expulsar a los demonios.

Sin llegar al nivel de perspicacia y dominio de las atmósferas de la primera parte, Insidious Chapter 3 sorprende y asusta por ser un cuento de terror bien narrado, a pesar de las evidentes limitaciones de su responsable, la reiteración y el efectismo de un acoso demoniaco y hasta la representación de un limbo inquietante que empieza a dejar de sorprender, a sentirse agotado. Es hora de buscar la papa en la reelaboración de otros mitos.

Insidious Chapter 3 (La Noche del Demonio 3)/ D y G: Leigh Wannell/ F en C: Brian Pearson/ E: Timothy Alverson/ M: Joseph Bishara/ Con: Dermot Mulroney, Stefanie Scott, Angus Sampson, Lin Shaye, Tate Berney y Michael Reid Mackay/ P: Automatik Entertainment, Blumhouse Productions, Entertainment One y Sony Pictures International. Canadá-EUA. 2015