miércoles. 25.06.2025
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Paulina Quintana

¿Se quiere desde la observación? Quien observa no participa, no se involucra. Mantenerse expectante es saberse poderoso. Minucioso. Hasta que el primer paso camina, y entonces querer olfatear al otro y coincidir se convierte en una partida de ajedrez sin prisa. El juego de esa frase que se torna de dos, aunque  existan tres o cuatro, donde “querer” se hace binomio, se vuelve entrelineas de las frases que no se dicen abiertamente, de los renglones en que se escribe: dame sexo, hazme sentir bien, sonríeme, acompáñame, no te vayas, del no saber estar solo, donde los “te quiero” son la ausencia de uno mismo, el capricho velado, los momentos de espera para que el otro diga o haga al antojo. Gresca de sensaciones que crecen con fecha de caducidad. Pero no importa, se degusta cuando se tiene, porque entonces la cordura ya no asoma, y todo se desborda, y la cama se inunda al grado de florecer los poros de la piel. Y la casa canta, y las ventanas del balcón ululan, dicen al viento que ahí dentro viven dos extraños que no paran de jugar ajedrez en la cama. El camino de ese primer paso es ir a una vereda distinta, desconocida, donde podrán sortearse todo tipo de climas. Y en el cuerpo del otro se experimentan todas las estaciones del año. La decisión de un deseo es anhelar vivir en el cuerpo del otro para escuchar y sentir el ritmo.

Querer - es hacer al ego.

Amar es saberse conectado al otro desde el cordón umbilical, aun a sabiendas de haber crecido en vientres y caminos distintos. Ilusionistas.