sábado. 20.04.2024
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El placentero acto de escribir la tesis

Karla Gasca Macías

El placentero acto de escribir la tesis

Estoy casi seguro que este tipo de parafilias han existido desde siempre. Cuando un intelectual se jacta de serlo, comienza una ardua búsqueda por el placer más allá de cualquier banal intento por acoplarse a la norma; verse al espejo y encontrar la realidad detrás de esa conocida expresión que desentraña el verdadero intelecto que, por desgracia, es sólo comprendido y valorado por uno mismo.

En ocasiones, creo que comencé a pensar en mi tesis desde mucho antes de decidirme a estudiar Filosofía, como cuando una madre confiesa haber soñado a su hijo mucho antes de haber pensado siquiera en su existencia.  La idea de dejarlo todo por perseguir mi verdadero sueño, hacía que se me pusiera dura.  Finalmente, un buen día me decidí dejarme de chaladas y tomar  las riendas de mi vida. Dejé mi trabajo como gerente financiero y entré a estudiar Filosofía a la universidad  hace cuatro años, sólo para comprobar lo que siempre he sabido, que soy un cabrón muy inteligente. Con el paso del tiempo comprendí que estaba hecho sólo para la reflexión, lo cual me excitaba de formas insospechadas. La complicidad carnal se tornó irrelevante; lo único que de verdad necesitaba era un estímulo al intelecto pero un estímulo un tanto indulgente. Fue entonces cuando las mujeres dejaron de atraerme. Aquel desfile de muslos y tetas al aire en los bares que solía frecuentar me parecieron vulgares, insolentes y totalmente superfluos. El bufé que se ofrecía con sus mil olores ante un intelectual maduro en edad de merecer doblemente, me causaba un sentimiento depresivo difícil de expresar. Ningún cuerpo me era atractivo y las mentes pronto dejaron de serlo también.

Tenía una mujer, una linda morena que gustaba hablar de Greenaway y usaba unas horribles playeras con estampados de grupos de Heavy Metal que de alguna manera la hacían lucir estupenda, resaltando todos y cada uno de sus atributos. Podía escucharla por horas y podía comerla por horas también, hasta que un día me decidí por ver The Belly of an Architect y me di cuenta de que no era tan buena como decía. Fue entonces cuando le dije que teníamos que separarnos definitivamente. Ya no habría toqueteos en el cineclub ni cunilingus en la ducha. Tenía que dedicar mi tiempo completamente a la tesis, la cual ya se estaba cociendo a fuego lento en alguna parte de mi inconsciente, esperando a que mi consciente recayera en la importancia de su pronta existencia. Se trataba de un análisis exhaustivo acerca del Sein und Zeit, la capacidad del ser, la existencia del algo en vez de la nada y, sobre todo, la deconstrucción. La tarea que me había propuesto cumplir no era nada sencilla; se trataba de fundamentar un análisis etimológico de la historia de la filosofía, analizar la obra de Heidegger de pi a pa y aventurarme a comprender una de las más grandes discusiones filosóficas del siglo pasado. Con mi mente ahogada en mis nuevos pensamientos sobre el ser y el tiempo, pronto cualquier otro tipo de conversación me parecía fastidiosa, aberrante y hasta dolorosa. Ya no podía escuchar absolutamente nada acerca de los resultados del Super Bowl y mucho menos pensar siquiera en contestar la pregunta de una mesera con mirada de vaca: ¿oscura o clara? Ni hablar, me tenía que alejar de todo aquel mar de patrañas definitivamente. Fue así, con el paso del tiempo, que comencé a pensar que verdaderamente había encontrado mi fin único sobre esta tierra, mi verdadera vocación. Dediqué todo mi tiempo a escudiñar la tradición aristotélica y kantiana, en leer sobre el ser y la nada, sobre los procesos históricos y las acumulaciones metafóricas, y cada vez que lograba  una idea propia después de horas de lectura, a un pequeño resplandor, un brillo del intelecto, también lograba una gran erección. Me resultaba realmente placentero jalármela mientras leía, por ejemplo, sobre metafísica. Eyaculaba sobre los textos, sobre las frases que había leído tantas veces, una y otra vez, sobre la finalidad última de todo ser. Eyaculaba con tanto placer que mis gemidos se escuchaban como un om, más allá de las paredes del universo.

Después del tiempo dedicado a la intervención manual en mis años de mocedad, nunca creí encontrar tanto deleite, tanto gusto nuevamente en una acción tremendamente básica; sin embargo, era la unión entre la actividad del intelecto y el estrujamiento de la polla, ambas tremendamente ególatras, lo que hacía que me excitara de manera apabullante.  

Por razones obvias, la misma universidad me ha negado el paso a la biblioteca de la facultad. Negarle la entrada a esa gran fuente de conocimiento a un erudito en miras de encontrar la verdad y la dicha, es un crimen que no tiene nombre; sin embargo, me las he arreglado como puedo para visitar otras bibliotecas y limpiar detalladamente cada una de las manchas en los márgenes y las portadas.

Muchos creerán que mis osados ánimos por leer y jalármela han ido en detrimento, pero no es así. Cada vez que mi asesor de tesis elogia cada uno de los capítulos es como si escuchara palabras de ruego por parte de mis antiguas amantes, a quienes les gustaba ser folladas una y otra vez. Es entonces cuando me nutro de energía para seguir avanzando, a pesar de que el engargolado ya tiene una textura un tanto pringosa.

He comenzado a visitar páginas de distintas universidades en busca de becas de investigación, maestrías y doctorados. Estoy convencido de seguir adelante en esta excitante andanza del pensamiento, hasta que se me ampolle la mano o se me caiga el cipote.