sábado. 20.04.2024
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Sus ojitos me miraron y esa noche me mató con su mirada (Fragmento de la novela La reinita pop no ha muerto)

Criseida Santos Guevara

Sus ojitos me miraron y esa noche me mató con su mirada (Fragmento de la novela La reinita pop no ha muerto)

La primera vez que estuve en Montrose me llevó Inés. Yo sabía de Montrose por el internet porque a pesar de ser tan regiomontana nunca había estado en Houston. La mitad de mi parentela, la del rancho, ya vivía ahí. Como en realidad nunca me importó tener contacto con ellos, todo el tiempo fue como si estuviera sola, desvalida y recién llegada.

Montrose era el lugar hipster, culturoso y más lleno de jotería de todo el Harris County. Cuando Inés me dijo que vivía en la neighborhood a mi mente vinieron pensamientos perversos. Montrose era el barrio donde Ema y yo teníamos pensado vivir si se concretaban nuestros planes de reunirnos de aquel lado de la frontera. Habíamos hecho nuestra concienzuda investigación en el internet y sabíamos (imaginábamos, intuíamos) que en esas calles el arcoíris salía lo mismo con estola que con botas vaqueras.

Me fui sola. Ema se quedó en Monterrey atendiendo algunos asuntos, así que al principio llegué con Elionora. Ella estaba instalada en un edificio de departamentos cerca del Reliant. Era un edificio de departamentos muy cercano al área médica. Nuestros vecinos eran en su gran mayoría estudiantes de la India. Elionora me enseñó a tomar los buses correspondientes y se encargó de alimentarme durante los primeros días en lo que recibía el primer cheque. Remitente: Some kind of the American Dream. Destinataria: Esta regiomontana que había perdido la fe en la otrora capital industrial de México.

Había contagiado a Ema con la idea de escapar de mi terruñito azucarado. Elegimos Houston porque Houston es Monterrey. Los optimistas ven Tokio, luego Seúl, después la Ciudad de México, enseguida New York, posteriormente Mumbai, São Paulo, Los Ángeles, Shanghai, Yakarta, Moscú y Monterrey. Los pesimistas aseguran que es Machacado Ville, que no falta nada para que la ciudad se convierta en Juárez y Juárez en Kosovo. Yo no era creyente y lo lamento mucho. Los regiomontanos tenían fe: En Monterrey todo lo podían. Monterrey todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

Llegué a Houston con una maleta y unos cuantos dólares. Dejé la estabilidad de un trabajo rutinario por explorar nuevas tierras que me prometían un ambiente mejor. Eran los tiempos en que la major de Houston, Annise D. Parker, se lanzaba como candidata lesbiana para manejar los hilos de la ciudad. The promised land en su versión texana. Y como yo era súper lencha me parecía un guiño cósmico mudarnos a Monterrey, Texas. Eran los tiempos, también, en que subestimábamos la capacidad de los legisladores mexicanos para quitarle los tres candados a la puerta negra del matrimonio universal, igualitario o gay, como quieran llamarlo. Cualquier país, cualquier estado, incluido Texas, nos parecía la meca del progreso y tal vez estábamos muy conmovidos por el reciente estreno de Milk.

En Houston confié mucho en mi soberbia sexy. Mucho. Demasiado. Desde el primer instante en que vi a Inés, antes de que me invitara a Montrose. La había conocido meses antes en un [insert text]

Show / performance / obra de teatro / concierto / ciclo de cine / festival / conmemoración / pastorela / monólogo / congreso / conferencia / tertulia / de herencia hispana.

Yo la vi y ella me vio. Nos vimos. Y yo me volví loca. ¿Y si le hablo? No, mejor no. Pero tiene el cabello corto. Y me miró. Tal vez no me miró con esa intención pero me miró. Me miró rápido, como si la mirada se le hubiera quedado atorada, como abrigo que se gancha en alguna parte y lo desatoras luego luego. Debí estarla mirando con mucha intensidad porque volteó y su expresión fue de pregunta, fue de por qué me estás mirando. Sí. Tal vez por eso me miró, porque se dio cuenta. Pero no fue como otras miradas, no fue como diciendo deja de mirarme, sino sorprendida de que yo la estuviera viendo de esa manera.

Yo la vi y ella me vio. Nos vimos. Era la única ahí entre tanta gente con la que hubiera querido platicar. No sé qué podría haberle dicho, decirle que me gustó su mirada tal vez, pero no, no me vio como invitándome a hablarle, me vio más bien como sorprendida de que yo la estuviera viendo, como si quisiera preguntarme por qué me estás viendo pero ya sé que la gente en realidad nunca quiere saber por qué la estás viendo o al menos no cuando te miran con esta mirada. Yo hubiera querido que me hablara, que encontrara una excusa para venir hasta donde estaba yo. Que hubiera ido a decirme algo, lo que fuera, cualquier cosa, que me preguntara dónde estaba el baño pero que con los ojos me dijera yo también te estaba viendo, puedes seguir mirándome. Pero no, nada de eso sucedió. O al menos eso no fue lo que sucedió.

No entiendo qué fue lo que me gustó de Inés. Apenas tendría un par de centímetros más que yo. No era nalgona ni chichona. Era delgada pero chubby. Vestía un traje sastre color ocre con unas horrendas botas café que aún así me travistieron en Chris DeBurgh dancing cheek to cheek with the lady in red. Y aún así I have never had such a feeling of complete and utter love as I did that night. Como lo digo, me volví loca. Lujuria a primera vista. La certeza de haber encontrado a ese alguien. O en mi caso, a ese otro alguien.

Pero supongo que lo más decente sería proporcionar una noción vaga de los antecedentes de esta historia. Pues bien, lancen el dardo, pregúntenme quién es la mujer de la cual hablo. Tengo unas ganas locas de contestar en todos los tonos posibles, con toda la gama de gestos de todo el cine, teatro, radio y televisión del mundo que esa mujer es un rencor vivo. Sí, un rencor vivo. Y además me gustaría ser estrella del espectáculo mexicano (una verdadera estrella, pues) para poder gritarle al mundo (ese mundo que empieza en México y termina en Miami) a través de revistas de espectáculo, semanarios sensacionalistas y programas de chismes en la televisión que por mí ojalá que se muera de fungal infection causada por el mold de esos papeles viejos que se dedica a clasificar. Y que voy a publicar en MySpace el listado de las plagas apocalípticas contemporáneas que se merece. Y que se cuide, oh sí, que se cuide, porque cuando menos lo espere entraré como ratón diminuto por debajo de la puerta, entraré en la intimidad de su hogar procurando pisar celofanes y bolsas del mandado e iré derechito a su baño, desatornillaré la regadera, le pondré un cubito de pollo Maggie y otro de Tomatísimo para que se bañe en caldo. Que se cuide, sobre todo, porque iré en invierno, el día más frío del invierno texano, y por muchas heladas, nevadas y tormentas gélidas que caigan en Houston, un día tendrá que entrar en la regadera porque querrá bañarse con agua calientita.

Un rencor vivo. Eso es Inés Rivadeneira. Y mi mente encendida se desvía en los ñoños recovecos de la imaginación. ¿Conque un rencor vivo? Diría mi abogado, un abogado probono, desde luego. Al menos, me diría muy docto el licenciado, al menos hubieras escogido plagiarte otra frase lapidaria, digamos, una cuyo Copyright hubiera caducado; ¿qué tiene de malo un bien colocado ten vergüenza, purpúrate Inés? ¡Un rencor vivo!

Pero sí, al principio era amor. Al principio las luces se apagaban y un reflector gigante nos apuntaba a las dos. Al principio era mi alacrancito ponzoñoso que con ternura derramaba el veneno sobre las caras estupefactas de otras víctimas, de otra gente. Al principio era una mujer solitaria con dos amigos y un montón de gente que le había pagado mal: ¿Sabí?, me dijo en alguna ocasión, yo sólo tengo dos amigos; me gusta ayudar a la gente para que se sienta bien cuando recién han llegado a un lugar porque sé que es muy difícil adaptarse y no conoces a nadie, ¿cachái?, pero casi todas me han pagado mal.

Y al principio yo era un caballero andante dispuesto a subir torres, burlar encantamientos y descabezar dragones porque no me parecía justo que una persona tan buena, tan cálida, tan amorosa y encantadora como Inés fuera tan vilipendiada por el resto de la gente. Tan incomprendida que me parecía. Tan poco valorada. Debí sospechar cuando mis amigos insistían en apagarme el brillo en los ojos con una sola, intuitiva y llana palabra: Cuidado. Vete con mucho cuidado, siempre me dijeron. Y me parecía imposible de creer que ese perrito que me estaba enseñando la pancita fuera en realidad un alacrán ponzoñoso acostumbrado a dejar ir el aguijón cuando sentía que el agua le llegaba al cuello.

Antes de que todos ustedes entren en especulaciones y su mente se vaya a regiones morbosas debo aclarar que Inés y yo nunca tuvimos nada que ver. Lo nuestro fue lo que podría definirse como un romance teto que la coloca a ella como María Iribarne y a mí como un Juan Pablo Castel cualquiera que la mira con ojos lascivos mientras un speaker imaginario toca The Police y every breath you take y every move you make every bond you break every step you take I'll be watching you. Y no lo digo por mi mucho o poco acoso, sino por la manera tan nasty en que hizo finalizar nuestra relación que, además de todo, era laboral.

No voy a decir nunca, aunque como efecto dramático quedaría bien, nunca había sentido atracción instantánea con una persona como con Inés. Cuando sus ojos verdes miraron estos ojos cafés entendí a la perfección a lo que se referían mis maestros de computación hace muchos años cuando decían que habíamos de tener cuidado con los diskettes, que no los acercáramos a imanes o cosas así porque no se nos fueran a magnetizar. Y lo entendí muy bien cuando conocí a Inés porque a mí se me borró todo, se me quedó en blanco el pensamiento. Me la pasé los tres días de las jornadas hispanas preguntándome si debía o no acercarme, si debía o no hablarle. Mi torrente sanguíneo estaba concentrado en mi vulva. Una expresión que no por vulgar deja de ser cierta.

A final de cuentas, en el último día, en el último momento, cuando ya estaban desmontando los stands, alguien se compadeció de mí y me la presentó. Ella no se mostró particularmente interesada, pero al menos se me quitó la espinita. Cuando me enteré que ella era coleccionista de objetos, arte y cultura hispana, hice lo que un buen diputado mexicano haría: cabildear un puesto. Ella pudo haber dicho que no, pero dijo que sí. Me dijo que en dos semanas se le ocurriría algo, que esperara un e-mail de su parte.

Quedé orbitando luego del intercambio de palabras. Ella se llevó una mampara o una caja o algo que traía cargando y a los cinco minutos volvió, ella and whose army irían a tomar algo para celebrar que el evento había salido bien. Yo lo tomé como un buen presagio. Aún así, lo único que obtuve fue una cachetada de desconcierto: Inés no me peló en toda la noche. Muy apenas crucé algunas palabras con la morra con la cual –más tarde me informarían– decían los rumores, sostenía una relación truculenta. Y sí, truculenta es la palabra.

Criseida Santos Guevara (Monterrey, N.L., en 1978) Ha publicado ensayos en la Revista de Humanidades del Tec de Monterrey y cuentos en revistas como Tragaluz y Arenas Blancas. En 2008 obtuvo Mención Honorífica en el Premio Binacional de Novela Joven Frontera de Palabras/Border of Words con la novela Rhyme & Reason (Fondo Editorial Tierra Adentro 2008). Premio de Novela Breve de la Revista Literal 2013 con La reinita pop no ha muerto, esta novela se escribió, en parte, gracias al Segundo Campamento Literario “El Ejercicio Novelístico en el Noreste de México”, convocado por el Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noreste, a través del Instituto de Cultura del Estado de Durango durante el año de 2012