viernes. 19.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

Cucaracha

Flor Bosco

En cualquiera de sus edades, viva o muerta, boca arriba o boca abajo, la cucaracha es siempre repulsiva. Pocos perciben, después de esa primera mirada, su lustrosa e impecable hermosura. El inconsciente colectivo tiene frescas impresiones de la peste y se le tiene un odio generalizado por razones de higiene,  aún cuando sin su noble labor hace tiempo habríamos muerto ahogados en la inmundicia. Sospecho que el aborrecimiento es más bien envidia del hombre megalómano, quizás no soporta la idea de que esta humilde criatura limpiará a la tierra de linajes, historia, logros científicos y culturales, esto es inaceptable para las ambiciones de trascendencia del humano y no rebaja su extraordinaria capacidad de adaptación a desarrollar las defensas necesarias para convivir sanamente con su coterránea.  La cucaracha resiste el exterminio cagándose en nuestras eficaces armas, desovando en todas partes. La literalidad de indestructible limpiadora de inmundicia  se impone a  sus connotaciones despectivas, a sus evocaciones supersticiosas. La superioridad de nuestra alimaña tiene reminiscencias religiosas: Estuvo antes y estará después del hombre, esta impertinencia predicativa la erige como alegoría de el Eterno.  

El pavor no me impide contemplar a la cucaracha con fines estéticos, el asombro me ha permitido tener un acercamiento desproporcionado, abriéndome paso entre los prejuicios, con manos desnudas, en una especie de trance hipnótico: extirpo sus poéticas alas mientras sus inertes patas espinosas se aferran a los surcos de mis yemas. He transformado su apariencia humanizándola, deificándola,  pegando una a una sus alas en número indeterminado hasta lograr que el horror ceda el paso a la conmoción de verla elevarse en metáfora de pureza.

(De Objetuario)