De lunas
Blanca Parra
Desperté con sueño. El café del Starbucks, el único lugar abierto aparte de los OXXO, al salir rumbo a la universidad, apenas me ayudó a llegar a clase. De regreso en casa, medio organicé las cosas que traía cargando y me dispuse a dormir de nuevo. Aunque generalmente no puedo dormir en esas horas, ni la luz del medio día ni los ruidos del vecindario lo impidieron.
Me estiré, el brazo izquierdo sobre el derecho, y sentí que alguien tomaba mi mano. Me incorporé molesta al ver al visitante, sentado tranquilamente al borde de mi cama, como si ese lugar le perteneciera. ¿Qué estás haciendo aquí? Pregunté casi en un grito. "Decidí que valdría la pena volver", dijo el visitante. ¿Decidí? ¿Y a quién le importa lo que tú decidas? ¡Vete! Esta vez sí fue un grito. Mientras se incorporaba observé que estaba menos acabado de lo que yo hubiera esperado, pero me irritaba sobremanera su presencia y ese jodido pensamiento de creer que si lo decide, es un hecho. Pero no es el caso. Todavía trató de "hacerme entender" que valdría la pena reintentar vivir juntos. ¡Vete ya! ¡No quiero verte cerca de ninguna manera!, dije, mientras abría la puerta para que saliera. Ni siquiera se me ocurrió preguntarle cómo había entrado a mi casa, a mi recámara.
Entonces escuché el grito del que vende agua, y los toquidos en todas las puertas. Miré el reloj de celular: eran las 2:50 P.M. y había dormido durante poco más de una hora.
La luna llena trajo fantasmas indeseables.