lunes. 30.06.2025
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La negrita

Leticia Ávila Ramírez

Un silencio aplastante llenaba la habitación de la negrita ――― “siempre te escribo de noche porque es la hora en la que me lleno de rabia por sentir una cama vacía...”

Sus fantasmas no sabían si hablarle o acariciarle tiernamente los cabellos; de pronto uno de ellos se atrevió a sentarse a su lado.

Ella, desconcertada, levantó la cara. La presencia era notoria, silenciosa pero notoria.

Buscó entre la penumbra, olfateó profunda y lentamente como si de pronto se hubiera convertido en un sabueso.

No distinguió ningún olor extraño, sin embargo aquello continuaba ahí. Dejó de olfatear y se convirtió en la oreja más grande del mundo. Logró escuchar primero los coches de la carretera cercana, un rechinar de puertas, el viento golpeando una ventana; el sonido tan particular de la raquítica luz de su lamparilla. Agudizó tanto su oído que logró escuchar un par de libélulas copulando y hasta el salto de las pulgas de su gata… pero no lograba escuchar o identificar aquella carga que continuaba a su lado por más que lo intentaba.

No sabía si por temor o por mórbido gusto, ella permanecía sin moverse, sin voltear a su costado para alumbrar con esa débil luz lo que sentía y que comenzaba a tener un mayor peso.

Decidió respirar tranquila y normalmente. Entonces se convirtió en piel, sólo piel, sin forma ni sombra.

Tendida sobre el lecho comenzó a erizar sus vellos y sentir, a través del tacto, que efectivamente "algo" estaba muy cerca.

Comenzó a moverse despacio, buscando la manera de tocarlo sin dar motivo para que aquello se disipara.

El fantasma comenzó a dejarse oler y oír... La negrita rápidamente retomó su forma original, se asió a su lamparilla, giró un poco en su cama y buscó lo que ahora no sólo pesaba.

En segundos se percató que tanto aquel aroma como el sonido de un corazón le eran sumamente familiares.

Rápidamente dirigió la luz a lo que ella intuyó sería la cara de aquello, y mientras lograba enfocar su vista, comenzó a ver danzar al resto de sus fantasmas, que con silenciosa alegría bailaban y giraban alrededor de la cama.

Le fue difícil concentrarse pues la danza, el aroma y el sonido la embriagaban. Entrecerró lo ojos y logró verlo entre la penumbra.

Mareada y eufórica, comprobó que el sonido pertenecía al corazón donde reposó exhausta tantas noches. Ese aroma era el de la piel en que se fundía para guarecerse de sus agresores cuando le arrojaban piedras sin informarle si la golpeaban por bruja o por negra.

Noviembre 2014